La principal sensación que queda cuando se conocen las características de la relación padre-hijo entre los protagonistas de este documental es incomodidad. El padre, Jorge, es huraño, esquivo, parco y distante. Escamotea todo el tiempo y en casi cada plano las preguntas que le hace su hijo. Por otro lado, este hijo, Andrés, se esfuerza todo el tiempo por tender puentes hacia su padre a través de una estrategia que por ansiosa deviene deliberadamente insidiosa. Es un hijo cuya premura por encontrarse con su padre lo atraganta, lo que a fin de cuentas hace forzada tanto sus maneras como su relato. Sin embargo, Andrés nunca falsea nada: asume resignado que en algunos momentos no logra dar con su padre. Su tarea es demasiado complicada como para lograrla como quisiera.
Resulta curioso que cuando Andrés más se esfuerza en acercarse a su padre, más termina alejándose y alejándolo, y que lo único que sea espontáneo por su parte es el cálculo fallido por sonar natural. Aunque quizá, también, dar cuenta de ese cálculo fallido sea justamente una circunstancia cotidiana y espontánea. Uno de los aciertos de El color del camaleón es precisamente cómo pone en juego durante todo su metraje esa paradoja extraña que tienen todas las representaciones que se precian de ser verídicas y transparentes.
Hace un siglo, Kafka despotricó contra la institución paterna sacándose una carta de las entrañas. Peleó con su padre escribiéndole. Carta al padre es un texto vehemente y autocrítico que se lee con el dolor nostálgico de cierta consternación resignada. Un ejercicio catártico que es, a la vez, un ajuste de cuentas: doloroso, obstinado y contradictorio. Metafóricamente, matar al padre, se dice, es uno de los requisitos que exige la adultez: es un poco abandonar el sistema en el que fuimos tutelados y socializados para salir a construir, con lo que aprendimos como pupilos, el propio.
Andrés Lübbert, a diferencia de Kafka, hace películas y tiene un padre que vive de filmarlas. Él es belga, caucásico y joven; su padre, chileno, enjuto y un poco canoso. El tema es que no lo entiende, ni lo conoce, ni lo comprende: se le escabulle estando ahí. Cada plano de El color del camaleón es el intento de un hijo por situar al padre, por hacerlo inteligible a partir de las propias pistas que este sujeto –algunas veces invitado, muchas otras sin quererlo– reparte por el suelo.
Es revelador que el documental parta con el descubrimiento de los archivos alemanes de la STASI, servicio secreto comunista que tenía perfectamente identificado al padre como un ex-funcionario de la CNI, servicio secreto que –cómo no– tenía perfectamente identificado a Jorge. Entendemos que Lübbert padre se exilia en Alemania por las razones que muchos y muchas tuvieron, pero este descubrimiento consterna al padre, al hijo y al espectador ¿Es posible que la inteligencia comunista denomine al exiliado que recibe como un sujeto infiltrado por los servicios de los cuales aparenta escapar? Este carácter híbrido y ambiguo del personaje ha organizado innumerables ficciones sobre espionaje y contrainteligencia. Sin embargo, acá nos hace volver a Andrés y su interés documental: recorrer con el padre una trayectoria transnacional que le permita reconstituir la escena de su huida de Chile.
En este sentido, el documental es la vivencia de un hijo que resuena en la del padre y viceversa. Que busca transitar por los lugares que vivifican la recurrencia in situ de lo traumático. A ratos El color del camaleón se vuelve una experiencia abrumadora, no sólo por la recurrencia tétrica de los lugares que recorren ambos, sino porque nos consta que el padre se esmera en recordar lo que, para él, no se autoriza a tener palabras. Es el horror de verse como un sujeto proscrito y escindido al que –señala con una soltura que a veces descoloca– sólo le hubieran salvado la vida matándolo.
El realizador apuesta por la franqueza radical al presentarnos a un personaje tan contradictorio como lúcidamente consciente de ello, a partir de un recorrido por una vivencia entrecortada y silenciosa, literalmente atravesada por la experiencia imprescriptible del horror totalitario. Cuando los acompañamos a recorrer pasillos abandonados, fábricas desoladas y morgues impersonales, atestiguamos el proceso de reescritura en Jorge del lugar de su historia en la Historia.
Ahora bien, esta invitación imposible que realiza Andrés a su padre –volver a situarse a partir de un eje territorial aun traumático– por mucho que podamos estimarla, no hace justicia a la envergadura que supone para el sujeto hacerse cargo de su propia biografía. Confrontarse con la experiencia traumática nunca debiese ser una exigencia perentoria, sin embargo lo que logra el documental con mucha prudencia es justamente revelar la dificultad de esa coyuntura: introducir esta encrucijada vital directamente en el tipo de vínculo que establece y sostiene al padre desde el hijo y viceversa. La cámara, en este sentido y afortunadamente, es el único dialecto posible que les permite consolidar y sostener el puente que los concatena. Un dialecto discreto y silencioso que vemos pero que sólo podemos conjeturar. Que les pertenece a ellos.
Suele decirse que las generaciones descendientes de víctimas de violencia política cargan con un peso que no pueden desentrañar, principalmente porque heredan un nudo que ni les corresponde ni les interpela como testigo experiencial. Lo que no quita que, en definitiva, deban vivir con el fantasma imaginario de lo que aparentemente no les pertenece y que por tanto nunca se les termina diciendo. Una especie de herencia simbólica cuyo cerrojo no es del todo penetrable por el sujeto precisamente porque el origen traumático –lacerante, privatizado, proscrito y fragmentado– también interpela a quienes debieran contribuir a develarlo. El color del camaleón, en este sentido, es un documental lapidario y lúcido, un valiente ajuste de cuentas que brilla cuando más se aproxima hacia la relación que un hijo se ve obligado a establecer con los fantasmas que la Historia le delegó.
El color del camaleón (2017, 87 mins.) Andrés Lübbert, Bélgica, Chile.
Andrés Lübbert, Jorge Lübbert, Orlando Lübbert.