Reseña: El Ángel – Sin filtro

El enésimo retrato de la caída de un sujeto sin más moral que la que le dicta su instinto. Una historia barroca sobre un personaje que nunca se ve totalmente interpelado por lo que le sucede (como si eso fuese realmente posible).

 

Una de primeras cosas que impresiona de esta historia  –si atendemos a lo que nos cuenta ese inusual prólogo que nos anticipa al protagonista de El ángel es la capacidad casi automática del personaje de verse completamente inmune a ese remordimiento contradictorio que solemos tener muchos cuando pensamos, siquiera, en la posibilidad de transgredir o sentir disfrute en la invasión de la propiedad privada del otro. Como si pudiese ser posible no hacer caso a ninguna de las reglas, tácitas o explícitas, que majaderamente nos han venido formado. En ese rizado Carlos Robledo Puch (Lorenzo Ferro), más que la expresión de algún tipo de placer, desenfado o frenesí, hay algo mucho más inhóspito: un misterio, una especie de abandono febril ante el disfrute total de la experiencia de ver cumplido lo que muchos, como decíamos, sólo atisban o se contentan con pensar. En el fondo, transgredir sin reproche, con soltura y desparpajo, el espacio protegido de otro.

Hay entonces, en El Ángel, un parecido no tan remoto con La naranja mecánica (1975), ese monasterio cinematográfico sobre el destino trágico de un joven vandálico que se emborracha con leche descremada y que da rienda suelta a todo tipo de pulsiones a contrapelo de una sociedad precisamente empeñada en gestionar, vigilar y castigar a los mismos parroquianos que les salen de las entrañas. Aunque tampoco es sólo eso, sino que también ese carácter paradójico que ambos sádicos protagónicos comparten: la audacia ambivalente de ser monstruoso, pero también desafectado y no enteramente consciente de su propia transgresión. Carlos Robledo hace muchas cosas horribles pero alberga, bien en el fondo, una cierta ingenuidad que lo inmuniza ante la rendición de cuentas personal.

En suma, Robledo Puch es civilización y barbarie al mismo tiempo.

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Corrompido, bobalicón y ambiguo, Carlitos es un casi adolescente capaz de pasar por alto cualquier norma social que, literalmente, se le interponga en su camino. En todo lo que hace no hay reproche alguno. Tal vez porque, como no es un adulto propiamente tal, siente que puede encontrarse más allá de toda moral. O porque, quizá, dicha moral nunca le alcanzó a llegar. Ambigüedad sexual, relativismo valórico y precocidad impetuosa se sintetizan en un personaje pantanoso, totalmente inescrutable.

Además, se nos pinta como un caso perdido. Escolar al borde de la deserción, es ingresado por sus padres –tan convencionales como pusilánimes– en un colegio donde conoce a Ramón, verdaderamente su antípoda. Carlitos es enclenque, platinado y seductor mientras que su colega es fornido, morocho y resuelto. Es Ramón quien inicia a su compañero en una espiral transgresora que le sirve de catarsis o de ocasión para tornar en acto todas sus pulsiones. Porque detrás del pacto que instituyen hay una posibilidad cierta de asociarse para degradar toda norma o convención.

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En ese sentido, el Ángel puede ser la continuación lógica de El Clan (2017) –otro policial-basado-en-hechos-reales que combina eficazmente cine de autor y anuencia comercial– pero también es el enésimo retrato de la caída de un sujeto sin más moral que la que le dicta su instinto. Una historia barroca sobre un personaje que nunca se ve totalmente interpelado por lo que le sucede (como si eso fuese realmente posible).

Una película hecha a la medida de un personaje centrípeto, sobre el cual orbita una historia narrativamente audaz, dosificadamente preciosista, cromáticamente indiscutible y a menudo tan onírica, desenfrenada y frívola como esa danza catártica ad portas del infierno que vemos, en esta película efectiva, cuando menos lo esperamos.

Análisis de El Ángel
por Claudio S. Herrera
Ficha

El Ángel (2018, 126 mins.) Luis Ortega, Argentina
Lorenzo Ferro, Daniel Fanego, Mercedes Morán, Luis Gnecco, Chino Darín

 

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ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.