Reseña: La Directiva – Nuevos viejos tiempos.

Una sede que tiene sus paredes pintadas del color de una cancha de fútbol: ese verde aguado que perfectamente podría ser el decorado de esa especie de búnker secreto, protegido debajo del césped del campo de juego. Uno podría perfectamente imaginárselo así ya que el único plano que en La directiva muestra algún tipo de exterior –el de una cancha de barro donde juegan unos jugadores difuminados por la distancia de la cámara– es aquel que abre el documental. Como si después de eso nos sumergiéramos hacia un mundo al que la superficie, con sus parroquianos distraídos, no tiene acceso.

Ahí adentro –ahí abajo– unos hombres jubilados discuten sobre las normas que regulan un deporte ideal. Para ellos, tal vez perfecto. Estos señores se encargan, fundamentalmente, de ordenarlo impartiéndole justicia. Definiendo lo que puede hacerse de lo que no. En ese sentido, convengamos que los litigios deportivos sólo los puede resolver un tercero que conoce bien sus reglas, porque para trazarle rayas a la cancha es necesario conocer sus dimensiones pero también sus límites.

No es casual que Eduardo Galeano constate al deporte como un ritual organizado de sublimación de la guerra. En el fondo, un símbolo de algo. Aunque también otros diablos conocidos pudieron ir más lejos: como cuando el fútbol, en palabras de Bielsa, sólo se entiende y resuelve en una secuencia rítmica de no más de diez esquemas tácticos, como un haiku. En el fondo, reducirlo a su mínima expresión.

Hay un énfasis quizá tangencial en La directiva que se observa en la esmerada dedicación de sus protagonistas en todo lo que hacen, que se mezcla con una aspiración perfeccionista por el orden de las cosas. Desde trazar las líneas de la cancha de la pizarra hasta distribuir uniformemente la mantequilla sobre la hallulla del desayuno. Toda esa ritualidad podría sentirse anacrónica, pero no deja de tener también un afán cercano a lo refundacional. Organizar, limpiar u ordenar como la forma de volver nuevo algo que era viejo: de empezar lo que ya empezó. Este esfuerzo es interesante si atendemos a la trayectoria del protagonista o sus aparentemente inexistentes dilemas en torno al paso del tiempo. Es un hombre quien se esmera en renovar una institución que se resiste –más por inercia que por alguna voluntad deliberada– a ser modernizada.

Ordenar el mundo como la única forma posible de hacerlo funcionar de nuevo.

En este sentido, La directiva es un renovado esfuerzo documental de Lorena Giachino por testimoniar la gestión administrativa del mandato del presidente de la Federación de Árbitros del Fútbol Amateur,  José Castro Collao. Un hombre señero y muy locuaz que se interesa por la renovación a propósito de una excusa que no es banal: debe justificar los votos que lo llevaron a la cúspide administrativa del lugar al que se entrega en cuerpo y alma. Lo vemos, como si se le fuera la vida en ello, prometer cambios, mejoras, novedades. En un lugar que sigue siendo el mismo. Desde esta perspectiva, quizá el mayor logro de La directiva no esté en el modo como tributa a una generación que funciona desde coordenadas que el mundo se esmera todo el rato por contradecir, ni tampoco en una puesta en escena que utiliza ingeniosamente la iconografía arbitral para reflexionar sobre el papel de las burocracias en toda forma de orden colectivo. Ni tampoco en cómo el documental nos filtra atisbos de una realidad más cercana de lo que, nosotros, los hipermodernizados, sospechamos que nos toca.

La mayor gracia está, de hecho, frente a nuestras narices todo el tiempo, en todo lo que ellos hacen y en todo lo que nosotros hacemos: que no es más que esa tensión indesmentible que separa artificialmente lo que consideramos obsoleto de lo que nos deslumbra con su novedad. Porque tal vez lo nuevo y lo viejo son meros artificios, rayados de cancha útiles para ubicarnos en mundo demasiado caótico y que se obstina en caer en las reglas, los cronómetros y los calendarios que nos inventamos para amaestrarlo.

La directiva (2017, 70 mins.) Lorena Giachino, Chile.

 

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ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.