El séptimo episodio de la cuarta temporada de Mad Men (2007–2015), la serie de época desarrollada por Matthew Weiner para la cadena televisiva AMC, se titula The Suitcase. Sin revelar parte de la trama, el capítulo se sostiene en el vínculo entre los dos personajes principales: avanzando desde cierta hostilidad derivada y simbolizada en la asimetría de sus roles profesionales, viran hacia una gradual e insospechada interacción cómplice entre ellos. Es un vínculo que se construye a partir de la decisión de correr los tupidos velos y presentarse, sin aspavientos, con las respectivas desgracias e imperfecciones. La maleta del título, entonces, no es otra cosa que la alegoría del pasado que se carga pero que al mismo tiempo podemos decidir voluntariamente transportar –distinto de cargar– con nosotros.
La maleta, o en su defecto cualquier accesorio que nos sirva para acumular y resguardar pertenencias, adquiere carácter trascendental en La novia del desierto: precisamente porque a Teresa (Paulina García) se le pierde en el primer tercio del metraje. El extravío es accidental y despiadado; ya antes había sido abandonada por el bus que la transportaba cuando recorría el tramo final de su viaje a San Juan, provincia colindante con la Cordillera de los Andes y equidistante a lo que nosotros conocemos como La Serena. Teresa es una mujer que ha servido por décadas en una casa en donde se ha esmerado, entre otras cosas, por purificar las superficies que otros no escatimaron en ensuciar. Reflejo prístino de una estirpe patriarcal anclada al imaginario latinoamericano e imagen indisociable de muchas relaciones coloniales que repercuten sin mucho cuestionamiento en la actualidad, la mujer confinada al espacio doméstico ajeno es una temática recurrente, prototípica y problemática de los productos culturales de esta parte del mundo. Que en La novia del desierto adquiere vigor por cuanto se nos permite comprenderla como un sujeto con historia, cuerpo y conciencia.
Refuerza esta idea el soporte contextual de la película: las realizadoras Cecilia Atán y Valeria Pivato sitúan la historia al alero de la leyenda popular y trágica de la Difunta Correa. Madre mártir que, en su deseo de reunirse con un marido convocado a la guerra montonera, sucumbe exhausta camino a la Rioja. Torciendo un destino que ya encontramos en la Penélope homérica, tejedora del sudario a la espera de Ulises, Deolinda Correa se extravía en su peregrinaje por el desierto de la provincia, donde finalmente fallece fatigada y sedienta. No sin antes cobijarse a la sombra de un algarrobo y garantizar la supervivencia de su hijo amamantándolo hasta su inexorable destino. Cuando vemos a Teresa deambular en soledad por los parajes abandonados de la zona, es imposible no pensar en la leyenda, su desenlace y la devoción religioso-popular en que ha ido mutando.
Con ecos que la asocian con la pequeña gran modestia perceptible en Las acacias (2011), película de similar atmósfera pero distinta orgánica, y paisajes que recuerdan a The straight history (1999) –o incluso a la hosquedad desértica del Nuevo México popularizada por Breaking Bad (2008–2013)– La novia del desierto es un ejercicio sólido, conmovedor y dignificante de un personaje tanto recurrente como desmarcado de las grandes epopeyas narrativas. Un ejercicio de justicia pero también una película querible, fluida y cercana con el espectador. Aun cuando exagere la estrategia melodramática con algunos usos de la música, su retrato de la provincia argentina (con grandes planos que contrastan con la insignificancia de los objetos o los sujetos que los habitan) y la estima con la que construye y caracteriza a los personajes que acompañan la travesía de Teresa, confiere al filme un lugar destacable y valioso. Como historia personal y como imaginario social.
La novia del desierto (2017, 85 min.) Valeria Atán y Cecilia Pivato, Argentina.
Paulina García, Claudio Rissi