
Mediante distintas escenas (que no deseo spoilear a quien, de buena fe, esté leyendo esto de forma “virginal”) la idea del perdón emerge como moneda para las transacciones que efectúan ambos personajes. Específicamente, la confesión es la válvula principal, ese destapador de cañería moral que entrega el catolicismo.
Los Dos Papas comienza con Jorge Mario Bergoglio tratando de hacer una reserva vía telefónica con una operadora. Al entregar sus datos reales, como su nombre y su actual código postal, que ni él sabe a cuál corresponde en el Vaticano, la mujer reacciona como cualquiera, con absoluta falta de confianza y fe: se burla y le cuelga.
En poco más de un minuto, el filme estrenado por Netflix, instala uno de los pilares que sostiene esta historia por casi una hora y veinte minutos. La persuasión, nos llevará por las mejores escenas que nos puede entregar esta película, dirigida por Fernando Meirelles, director brasileño quien ya ha demostrado su habilidad en transmitir las conexiones entre sus protagonistas (Ciudad de Dios, El Jardinero Fiel) y escrita por Anthony McCarten, guionista que precisa de frases y conversaciones elocuentes, como lo hizo con el gran Churchill de Gary Oldman en Las Horas Más Oscuras.
Si bien, tener un director que pueda dar ritmo a una conversación, y un guionista que sepa hilvanar diálogos que construyen tanto la historia como a sus locutores, nada nos asegura una ejecución ideal de los elementos si no existen instrumentistas que posean las competencias requeridas. En este caso sí los hay.
Jonathan Pryce se hizo acreedor de encarnar al actual Papa Francisco desde el primer momento en que se hizo viral su meme. Otro triunfo de Game Of Throne quizás. El británico actor funciona excelente como un envase visualmente perfecto para una figura que, a partir de apariciones mediáticas, es más que lo que se construyó de él en este filme. Pero donde Pryce se eleva, es en sus diálogos junto a Benedicto XVI, un brillante Sir Anthony Hopkins, quien configura un Ratzinger tozudo, parco, contemplativo y escueto papa venido a menos por los años, la salud y los problemas que la iglesia, que tanto desea sostener, le cargan a sus espaldas.
Así como mencioné al inicio que la persuasión es uno de los pilares de este filme, el perdón es otro de ellos. Algo que no podía faltar en una película sobre la religión católica.
Mediante distintas escenas (que no deseo spoilear a quien, de buena fe, esté leyendo esto de forma “virginal”) la idea del perdón emerge como moneda para las transacciones que efectúan ambos personajes. Específicamente, la confesión es la válvula principal, ese destapador de cañería moral que entrega el catolicismo.
Es comprensible, hasta inevitable, comprender Los Dos Papas como una correcta, cálida, incluso tierna pieza de marketing para un lavado de imagen del Vaticano, la figura del papado y sus agentes religiosos. Y es difícil refutar esa mirada si tomamos en cuenta las confesiones finales que dejan ver lo que esconden las sotanas. Pero si dejamos abajo las piedras y nos restamos de lapidar lo que nos parece incorrecto, me parece que su valor está, quitando telas, crucifijos, joyas y palacios, en la esencia de las palabras y sus objetivos: lograr la confianza, transmitir verdad y justicia, a través de lo que se dice y se escucha.