Álvaro, rockstars don’t wet the bed – el artista y su escapismo

El documental de Jorge Catoni es esclarecedor sin insistir en la continuidad de la biografía, y fluido sin esmerarse por filmar demasiado la parafernalia, a partir de una puesta en escena que dosifica la información, la melodía, los ritmos y el testimonio.

Joe Strummer, el artífice y cerebro tras The Clash, es un personaje absolutamente secundario en la narración que este documental articula en torno a la figura de Álvaro Peña. El nombre del británico es mencionado a la pasada, y tal vez se lo muestra (con suerte) en una imagen suelta del archivo. Su marginalidad, cabe señalar, no obedece a que el cantante nos resulte irrelevante, sino que opera como referencia contextual de otra cosa: los tiempos en los cuales Strummer y Peña compartieron una banda y consensuaron intereses creativos que en ese momento eran incipientes, pero que se terminaron fugazmente y como se terminan algunas afinidades: como debut y despedida. 

En un documental como Álvaro, rockstars don’t wet the bed esta es una decisión narrativa coherente, ya que colgarse del movimiento punk es una estrategia un tanto innecesaria cuando el interés es recoger la trayectoria completa de un personaje que sólo tiene al punk originario como una suerte de prólogo explicativo. En el fondo, es algo así como la inspiración que a veces se trasluce desde los vestigios juveniles que a veces nos persiguen sin tanto disimulo. En el caso de Peña, por mucho que el “espíritu” punk, por decirlo de alguna manera, circule con relativa soltura por esta historia, su itinerario se dirige hacia otra parte. 

Numerosos son los documentales –como este– que escudriñan en las vidas de figuras seminales de movimientos musicales experimentales, subterráneos o vanguardistas, en el marco de tendencias artísticas audaces e iconoclastas. Desde la sorpresa que uno podría haberle encontrado al descubrimiento de un documental como Searching for sugar man (2012), en Chile el interés por registrar la senda del artista es más ubicuo, en tanto su exploración por las escenas musicales ha sido premeditado y más bien recurrente. Es una tradición en donde las historias de las bandas, o los músicos que las componen, se colocan en el centro de un gran telón de fondo, desde donde se ponderan las vicisitudes de un país que se intuye, a veces sumergido, en las letras, los fracasos o los hitos de sus músicos mayormente malogrados. 

Bajo esta panorámica, ¿Qué ofrecería la narración de un personaje como Álvaro Peña? Si el mérito de este documental pretende buscarse en la búsqueda de una supuesta heterodoxia musical, estética o histórica, la verdad es que dicho supuesto es una categoría de análisis plausible, pero que también podría pecar de injusta. Y no porque Álvaro no encarne cierta incombustible autenticidad en tanto artista, sino porque el documental es un punto de partida para situar al músico en torno a una escena que lo engendra, es cierto, pero también en relación a las obsesiones que lo configuran, los embates que lo atraviesan y el territorio que lo encandila: en este último caso, y no menos importante, un Valparaíso traslucido por la estética spandex de un registro en video-cassette.

Porque Álvaro Peña podrá declarar ser un repatriado alemán a quien el puerto lo interpela al punto de forzarlo a retornar eternamente a sus calles para sentarse en sus bares, o cantar en sus escenarios, pero en a la vez es un tipo en quien se trasluce el itinerario de un hombre que encarna su premeditada singularidad. Inclasificable, adelantado, absorto o escurridizo, al artista autogestionado a quien le vemos editar sus discos o intercalar en sus letras el inglés que se habla en Inglaterra le interesa, particularmente, reconstruir el camino que lo tiene hablando de su vida sentado cómodamente bebiéndose un café. 

Tomando en cuenta este esfuerzo, la cámara muchas veces se remite a tomar palco, mientras se presenta diligente al recurrir a un archivo que nos ubica en ciertos momentos singulares que se completan con el testimonio del personaje: desde su inicio en una escena que lo tiene de centro de atención, hasta un retorno al país de origen que mientras se abre a la democracia, le lanza escupitajos desde la audiencia como forma de la consternación, la desconexión o el desconcierto. Estupefacto pero también un poco estoico, Peña es un hombre viejo que tiene el mérito de eludir lo que Roberto Bolaño en algún momento le achacó a los artistas o a la humanidad en general: esa pulsión enfermiza de preocuparse todo el tiempo en ensayar formas de volverse recordable, o de trascender a la vida inmortalizado en las obras que se firman con nombre propio. Álvaro Peña parece estar en otra parte: tal vez en un lugar en donde la única obra digna o meritoria que es capaz de declamar como suya sea esa que al tiempo de crearla él termina por boicotear, como si de eso se tratara todo de tiempo. Hay bien poca  inconsistencia en ese esfuerzo, porque tal vez es una relación imponderable e intensa del artista con su obra, que a los espectadores u oyentes atentos, majaderamente se les escapa. 

En ese contexto, el documental de Jorge Catoni es esclarecedor sin insistir en la continuidad de la biografía y fluido sin esmerarse por filmar (demasiado) la parafernalia, a partir de una puesta en escena que dosifica la información, la melodía, los ritmos y el testimonio. Ilustrativo en el primer tramo y plenamente autoconsciente en el segundo, en el documental se oyen las canciones en boca de quien las canta en la intimidad de un escenario, con las contradicciones que lo hacen ser quien es, y desde un interés que no debería perder a quien se acerca a un género o una escena que podría conocer muy poco, o muy de buenas a primeras. Ese mérito –el de la inteligibilidad– no debiera soslayarse. 

Y al final de todo, un enigma que es una encrucijada, pero también una declaración de principios: en la lucidez de lo que refiere Pascuala Ilabaca, la artista porteña que elogia el talante formativo del abuelo punk, no sólo hay una gratitud que siempre aparece más modesto que lo que recibe a quien va dirigida, sino que se atisba la conspiración a la que juega Álvaro Peña cuando coquetea con su propia (in)trascendencia: la del artista que se enajena del reconocimiento que se le endosa. Y que quizá no sea otra cosa que la jugada maestra del intérprete inclasificable, a quien todo el rato le seguimos una pista que se evapora.

Álvaro, rockstars don’t wet the bed

Director: Jorge Catoni

Producción: Milton Izurieta

Música: Álvaro Peña

 

ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.