Abremirada: La mirada que hay detrás

Texto de Marisol Aguila Bettancourt.

El reciente Festival de Cine de Lima vino a reafirmar con el premio a la Mejor Dirección para el realizador chileno-español Theo Court por su ficción Blanco en Blanco, el reconocimiento que ya le había otorgado como Mejor Director el Festival de Venecia en su sección Orizzonte hace justo un año atrás, sumando además una Mención Especial a Mejor Fotografía para José Alayón y la Mención Especial a la Mejor Película de Ficción del Jurado de la Crítica Internacional del encuentro limeño, para esta invención sobre la mirada que podría haber retratado la matanza selknam en Tierra del Fuego o el matrimonio forzado de una niña con un terrateniente ausente -pero omnipresente- que financió e impuso la colonización, en un paisaje extremo como Tierra del Fuego a finales del siglo XIX.

Pedro es un fotógrafo (interpretado por el actor que más y exigentes protagónicos tiene en el cine chileno reciente, Alfredo Castro) que llega de lejos al territorio dominado por Mr. Porter para fotografiar su casamiento con la pequeña Sara, con la cual se obsesiona por retratar su belleza infantil tocada por la luz particular del fin del mundo. Ella se convierte en el blanco de sus obsesiones en medio del paisaje salvaje, nevado y patagónico de ese mismo color.

Sin poder irse en el próximo barco hasta que se concrete la ceremonia que no tiene fecha definida de realización, en una espera incómoda que va extendiéndose en el tiempo más de lo que él quisiera (que por momentos recuerda a la que sufrió Don Diego en Zama de Lucrecia Martel), Pedro se va viendo obligado a adaptarse a las imposiciones del terrateniente al que nunca logra ver y que, a través del capataz, le pide fotografiar la colonización. El fotógrafo se va convirtiendo en el ojo detrás de la cámara que en pos de la mejor toma y composición de una fotografía es capaz de sobrepasar cualquier dilema ético, ubicando los cuerpos de los indígenas patagónicos en una puesta en escena macabra, en esta ficción que Court imagina al ver las fotografías de Julius Popper de la masacre del pueblo selknam.

Blanco en Blanco tuvo su estreno latinoamericano unas semanas antes en la 16° edición, on line y gratuita (a diferencia del certamen peruano que fue pagado) del Santiago Festival Internacional de Cine (Sanfic), donde a Theo Court le entregaron una Mención Especial en Dirección por la audacia de su propuesta visual y por lograr una atmósfera inquietante y desoladora, en esta ficción grabada entre la Patagonia chilena y Tenerife en España, que sin ser una historia sobre el genocidio selknam se vale de ese imaginario para denunciar el colonialismo y la asimilación cultural que sufrieron los primeros habitantes del fin del mundo.

La figura de los selknam como pueblos originarios diezmados por el colonizador blanco también estuvo presente en Sanfic en el último documental del mítico director alemán Werner Herzog, que en Nómada: tras los pasos de Bruce Chatwin sigue la huella por el mundo del célebre aventurero, su amigo personal que encontró tempranamente la muerte por sida y el escritor que convertía fábulas míticas en viajes mentales y que no contaba verdades a medias, sino verdades y medias. En su búsqueda nómade de rarezas y mitologías, Chatwin llegó hasta los aborígenes australianos que creían que la Tierra estaba cubierta por trazos de canciones que mantenían la unión terrestre de un modo misterioso. Y alcanzó hasta la Patagonia buscando vestigios de nómades, hasta donde llegó Herzog siguiendo sus pasos, que en su documental denuncia que decenas de selknam, yaganes y kawescar fueron víctimas de las epidemias o asesinados por los hombres blancos a fines del siglo XIX y que otros tantos fueron exhibidos como animales en el zoológico de Paris.

Otro viaje, pero de características oníricas y surrealistas, es el que emprende Clint (Willem Dafoe) en un trineo arrastrado por perros huskies siberianos que recorren gélidas tundras árticas en la ficción Siberia (estrenada en la Berlinale 2020), que se aproxima a una revisión de las relaciones familiares y dolores del propio director Abel Ferrara valiéndose de pasajes de la vida del solitario personaje, que saltan desde una cantina en medio de la nieve, minas subterráneas, una caminata por el desierto, estrellas del espacio exterior o un lugar cerrado donde una mujer le dice que destruyó su vida. De todos los vínculos que revisita Ferrara en los hombros de Clint, el  más conflictivo parece ser el del padre (que personifica el mismo actor), al cual le reclama falta de atención y cariño, cuestionando la incapacidad que tuvo para generar espacios rituales de construcción de masculinidad en su niñez, situando en esa supuesta falta primigenia el origen del resto de todos sus errores posteriores.

Falsa libertad

La masculinidad y el rol de proveedor también están abordados indirectamente en la última película del inglés Ken Loach, que a sus 84 años y habiendo dedicado buena parte de su vida a develar las inequidades en la estructura del trabajo del modelo neoliberal, enfrenta en Sorry We missed you (traducido en España como Lazos de familia) el mito del trabajo independiente y la falsa panacea de la libertad, tan propia de los tiempos en que cada vez más asalariados aspiran a convertirse en su propio jefe. Padre de familia y perteneciente a la clase trabajadora inglesa, Ricky está harto de trabajos precarios y temporales que lo obligan a seguir arrendando su vivienda e intenta convencer a su esposa, Abby, de que venda el auto con el que ella trabaja cuidando enfermos para  invertir en una camioneta que le permitirá tener autonomía y ganar más dinero, en una señal de menosprecio por el empleo de ella que, a la postre, tensionará su vínculo con la mujer. En su primera reunión con una empresa de transportes de delivery con la que se registrará para ser “propietario conductor”, eufemismos como “aquí no contratamos, sino que subes a bordo”; “no conduces para nosotros, realizas servicios”; “no hay contratos de trabajo, cumples estándares de entrega”; “no marcas tarjeta, estás disponible”, adelantan cómo a costa de su anhelo de independencia dejará casi de pertenecerse a sí mismo y a su familia.

Tal como las películas de Herzog, Ferrara y Loach, en la sección de Maestros del cine de Sanfic 16, también estuvo la comedia dramática francesa Habitación 212 del director, guionista, escritor y dramaturgo Christophe Honoré, por la cual Chiara Mastroianni (hija de Catherine Deneuve y con un impresionante parecido a su padre, Marcelo) ganó el premio a la Mejor Actriz en Un Certain Regard en el Festival De Cannes por interpretar a María, una mujer adulta y liberada, profesora de historia de la justicia que sale con estudiantes y se resiste a ser juzgada y a recibir sermones de fidelidad. María entra en una crisis conyugal  y pasa la noche en la habitación que da nombre a la película en el hotel de enfrente donde revisa su desamor y el paso del tiempo, al darse cuenta que tras un cuarto de siglo de matrimonio ya no ama al Richard de 50 años (Benjamín Biolay, con quien Matroianni estuvo casada en la vida real), sino al que tenía 25. Con un tono humorístico y un par de menciones a Chile (se nombra a Allende y a Valparaíso), la película tiene una escena de antología cuando acompañada de un personaje que bromea cantando canciones de Charles Aznavour que representa La Voluntad, María se enfrenta a su marido cuando tenía 25 años y, en la misma habitación, a los numerosos amantes jóvenes que ha tenido durante su matrimonio.

Muertos en vida

Hablada en el dialecto mixe, con actores naturales pertenecientes a la comunidad de Tlahuitoltepec en Oaxaca en México (que no excluye a narcotraficantes y sicarios) y filmada entre plantaciones reales de marihuana y amapolas, la ficción con recursos del género documental Sanctorum (santuario, en latín) del director mexicano Joshua Gil que resultó ganadora de la Competencia Internacional de Sanfic 16, es una original y poética mixtura entre el plano material de la criminalización de los campesinos que no tienen otra alternativa que cosechar lo que la tierra les da y la dimensión inmaterial, como una respuesta final ante tanto dolor, persecución, muerte y barbarie.

El director Joshua Gil, que anteriormente trabajó con el reconocido realizador mexicano Carlos Reygadas, caminaba en los bosques de la sierra oaxaqueña buscando locaciones cuando observó que la fauna del lugar se acercaba a su equipo sin temor, lo que fue considerado por los lugareños como un buen augurio. Distinto al sonido abrumador como de una campana que viene del cielo con el que comienza Sanctorum, que los personajes temen que sea el anuncio de una desgracia para un pueblo azotado por el miedo, cuyos habitantes sienten que ya están muertos en vida.

Por su parte, a la joven Sara las circunstancias la han hecho vivir más rápido, adelantando y multiplicando aquellos roles impuestos a las mujeres adultas (que si su madre hubiera estado, le habrían tocado a ella), en un ritmo frenético de sobrevivencia que no le da respiro. A sus cortos años tiene un hijo, dos trabajos temporales, vive en un hogar para madres adolescentes y, aún así, intenta quedarse con la custodia de su pequeño y religioso hermano que tiene una discapacidad física y vive en un centro de menores, del que intenta continuamente escapar. Tal vez no sean las circunstancias, sino el padre de Sara el que ha precipitado y acelerado su vida, porque ella es La Hija de un Ladrón, de la directora española Belen Funes, que lleva el peso de esa herencia.

Desde que su padre salió de la cárcel, Sara internamente sabe que su cercanía no es más que una ilusión e insiste con la custodia de su hermano, a pesar de que el niño prefiere vivir con él y no con ella, en busca de una figura paterna que no ha tenido. Con la lucidez que le dan los años que no tiene y que se le han adelantado, Sara es capaz de entender que estar cerca de su padre es como si muriera, pero ella no se puede morir porque tiene un hijo que cuidar. 

Sin tiempo para la vida, Sara corre entre un trabajo y otro tirando el coche de su bebé, que le cuida sororamente una vecina mientras sale a ganarse el pan limpiando departamentos o cocinando. El padre de su hijo, que “has sido el mejor (hombre) de todos”, la acompaña, pero no de la forma en que ella quisiera. En una escena en que anhela su amor y él se resiste, ella reacciona con las mismas prácticas violentas que recibió de su padre, condicionando su vinculación con los hombres y negándole el amor que podría haber sido un bálsamo en la vida que le tocó por ser hija de quien es.

Marisol Aguila