La nave del olvido – Paleta de texturas

La nave del olvido instala una pregunta que es pertinente: cómo a partir de las vidas afectivas de ciertas mujeres en el Sur de Chile, se terminan anudando edad, cuidado, deseo y disidencia.

Dentro de las muchas definiciones que a menudo se esgrimen para definir el rol –social, artístico, simbólico– que tienen en general en cine y en particular las películas, hay una que suena particularmente elocuente: el cine o las películas tendrían los atributos suficientes para construir sentidos comunes. En otras palabras, mucho de lo que transmite se jugaría, de algún modo, en el ámbito de la instalación de imaginarios, ya que tanto los exhibe –el cine como espejo de la realidad–, como aporta en elaborarlos o rehacerlos –el cine como fábrica de sueños–. Ahora bien, poniendo atención a esta singular propuesta muy tentativa, uno podría pensar en La nave del olvido como una película que es atinada en hacer circular con sensatez ambas consideraciones. 

El primer largo de Nicol Ruiz Benavides comienza, sin muchos preámbulos, exhibiendo lo que le ocurre a su protagonista, Claudina (Rosa Ramírez), con posterioridad a una pérdida que conocemos por sus ritos fúnebres: el desconsuelo que deja tras de sí un vínculo perdido, la impotencia abrupta del abandono y, fundamentalmente, la desorientación que acompaña a un evento cuyo desgarro se vive en silencio. Estas afecciones, además, se inscriben todo el tiempo en el semblante compungido de su mujer protagonista. Esta última, madre y (ahora) viuda se cobija, sin mucho interés y a propósito de una perspectiva previsional por lo menos precaria, en lo que puede ofrecerle su hija única (Gabriela Arancibia). Madre también, Alejandra la hospedará, junto con su hijo único, a propósito de la inestabilidad emocional y presupuestaria de su progenitora: situación que, dicho sea de paso, también va a teñir sutilmente el duelo y su progresión. 

Será en este contexto –una viudez allegada al interior de una comunidad de la provincia de Cautín (IX región) asombrada ante la inminente llegada de seres extraterrestres– en donde Claudina no sólo descubrirá, sin esperarlo, otras formas posibles de vínculo, sino que también dicha experiencia le permitirá apropiarse de su propio disfrute y, por supuesto, reelaborar su lugar en el mundo. Interpretada por Rosa Ramírez –con una trayectoria incombustible en teatro–, el personaje de Claudina incorpora, en su andar cansino, un registro que la hace compatible con una mujer que se redescubre al interior de una película que, de todas maneras y pese a los guiños sobrenaturales que intercala como contexto, no abandona las texturas del melodrama: en parte porque pareciera no querer salirse de ahí, en parte porque su interés aparece anclado a la reconstrucción de una trayectoria femenina sintonizada con unos tiempos interesados en la recuperación de vivencias menoscabadas, claro está, pero de hecho, históricamente menospreciadas en la representación de estas en algunos productos culturales y sobre todo audiovisuales. De este punto de vista, la película instala una pregunta que es pertinente: cómo a partir de las vidas afectivas de ciertas mujeres en el Sur de Chile, se terminan anudando edad, cuidado, deseo y disidencia.  

En este sentido, tal vez sea una fortaleza –al mismo tiempo que una debilidad– que La nave del olvido decida recorrer, de manera aplicada, este itinerario. Porque explora desde el melodrama las trayectorias del duelo –todo eso que dejamos atrás pero que de algún modo nos acompaña– a partir de una historia de reposicionamiento o redención cargada de una emotividad que se percibe comedida y dosificada. Sin embargo, del mismo modo en que aquellas convenciones son trabajadas en la historia, la propuesta no siempre opta por profundizar algunos matices hallables al interior de vivencias de mujeres que portan, como todas, contradicciones o vericuetos. En todo caso, el afecto con el cual la directora –que además es guionista– trata a sus personajes, no debiese hacernos pasar por alto una puesta en escena que imprime tonalidades a una coyuntura femenina que, ante todo, también es de clase, y que gana cuando se añade a la pluralidad que encierra dicha experiencia. En este caso, desde el punto de vista narrativo, o desde cómo la película configura a Lautaro como un territorio hermético y ratos alienante, la película piensa con dignidad en sus personajes y derroteros.  

A veces la realidad se presenta descarnada, y el cine, para bien o para mal, puede cumplir con el trabajo de ensayar una versión propia que la incluya, mitigue o soslaye. Lo meritorio (o no) de ese esfuerzo, tal vez debería estar en que dicha versión pueda considerarse, con justicia, como tal, es decir, que cumpla con ser una versión por derecho propio y no un remedo quebradizo. La nave del olvido logra, bajo esa lógica, configurar un punto de vista sobre los personajes que decide presentarnos. 

 

La nave del olvido

Director: Nicol Ruiz Benavides

Guion: Nicol Ruiz Benavides

Fotografía: Víctor Rojas

Elenco: Rosa Ramírez, Gabriela Arancibia, Romana Satt, Claudia Devia

ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.