Una de las gracias del montaje es ayudarnos a pensar las cosas pueden relacionarse por el sólo hecho de que nos las presenten juntas. Es un artefacto, un truco artero que permite hacernos la ilusión de que las cosas, pensadas como sucesión, tienen un sentido: que dentro de ellas hay una historia oculta que estamos develando.
Algo así nos pasa cuando, al inicio de 22 de Julio, el montaje nos presenta, en secuencia paralela, primero a Anders Behring Breivik (Anders Danielsen Lie) agrupando objetos –siempre son objetos los que lo rodean– que con cuidado sube a una camioneta. En simultáneo con la secuencia de un campamento adolescente en la Isla de Utøya, al norte de Oslo, en Noruega. De manera independiente, y sin conocer el modo como podrían relacionarse después, ambas escenas no se explican necesariamente salvo cuando nos las colocan unidas. Porque la primera sugiere el aislamiento de un tipo rodeado de cosas, al tiempo que la segunda, a propósito de la primera, sugiere, por el contrario, comunidad y colaboración, a propósito de ver a la gente rodeada por gente.
(El truco del montaje tal vez es más antiguo y cercano de lo que creemos: porque las cosas las letras o incluso las palabras sólo cobran sentido cuando se acompañan de otras).
Entonces, el primer truco del montaje en 22 de Julio es este: el contraste entre quien no se tiene salvo a sí mismo, o a los insumos que lo acompañan, versus aquellos quienes se tienen los unos a los otros.
Paul Greengrass es británico y durante mucho tiempo facturó millones a propósito de Bourne (2002-2016), la saga del agente amnésico que co-dirigió y que revitalizó la acción contemporánea. Pero también, tiempo después, y aunque también en paralelo, se ocupó de rodar dramas de la vida real que implicaban, por la envergadura de lo que contaban, tensiones fuertes y suspenso permanente. United 93 (2006) y Captain Phillips (2013) son dramas inspirados en episodios reales, acontecimientos singulares e inesperados que utilizaban la tensión acumulada para reflexionar sobre ciertos tema que en su filmografía sólo se sugieren: los desajustes de las relaciones inter-étnicas derivadas del mundo multicultural y la capacidad de pensar al sujeto enfrentado a la crisi. Greengass es ingenioso en pensar –y escribir, puesto que algunos guiones salen de su pluma– y ponerle palabras, gestos y acciones a esos sujetos atados a circunstancias que los ponen contra la pared, tanto que los fuerzan a tomar decisiones, literalmente, que los debaten entre la vida o la muerte. Por lo tanto, el director británico también es un artesano eficiente del montaje, un tipo que debiese tener claro que la manera como arma la historia influye en el impacto que esta logra y en lo que, además, esta sugiere de manera latente.
En ese sentido, todos los ingredientes de su factura aparecen en 22 de Julio, que reconstruye la denominada Masacre de Utøya, atentado terrorista de orden neofascista que acaparó portadas en 2011 por la sangre fría de su ejecución, la precisión de su puesta en escena y lo macabro de su resultado: 77 muertos y 319 heridos en un país civilizado y aparentemente inmune al extremismo. En ese sentido, su puesta en escena es digna de un habitual thriller del país nórdico: pese al esperable artilugio de hacer a los noruegos hablar inglés, Greengrass se las arregla para generar tensión a propósito de una circunstancia con un desenlace sabido por todos en su generalidad pero no en sus detalles. Ahí, al dividir la historia en dos tramos independientes uno del otro, aparece la versatilidad del director en, por una parte, alimentar la tensión asfixiante de la arremetida del monstruo a la capital y posteriormente a la isla, mientras que, en la segunda, se ocupa de los mismos personajes y las circunstancias que entreteje el atentado desde sus efectos sociales, personales, familiares, subjetivos y jurídicos.
Es interesante que en la película los usos culturales noruegos parezcan a ratos tan fríos y tal vez asépticos, pero funcionen de manera tan aceitada, respaldando, por ejemplo, el respeto al debido proceso y las garantías constitucionales que todo juicio mandata. Porque uno de los puntos centrales de segunda parte de la trama dice relación con cómo Breivik es juzgado, cuáles son los argumentos que justifican la sentencia y de qué manera las víctimas se posicionan en relación al dictamen de la magistratura. El director es minucioso en presentar la historia a partir de una historia de narrativa convencional, respaldada, al igual que en el inicio, por lo que nos puede sugerir un montaje paralelo que no abandonará nunca.
Ahora bien, aun cuando podemos sentirnos realmente absorbidos por la primera parte –generosa en adrenalina, frenética en sensaciones, insidiosa en musicalización trepidante y digna exponente de los años que Greengrass se pasó siguiendo al agente CIA interpretado por Matt Damon– el segundo tramo más bien aterriza y reflexiona (de manera un poco irregular) en algunos puntos necesarios que reivindica el suceso en cuestión: la distinción entre la psicopatía del loco y racionalidad premeditada, la responsabilización política por los hechos consumados, la posibilidad de las víctimas de arremeter legalmente y la pregunta que, una vez más, va a rondar por la cabeza de todo un mundo hiperconectado y que se presume siempre en riesgo: ¿qué barbarie acompaña y hace necesaria una acción como está? Ahí Greengrass opta por preguntas menos incómodas y organiza todo de manera que lo que podamos pensar de la masacre tenga, en la superficie, mayoritariamente más que ver con la reconstrucción real del desenlace que por la evocación o la problematización más profunda de los hechos perpetrados.
Independiente de estos ripios, 22 de Julio es una puerta de entrada digna, a veces efectista, y en definitiva interesante a la crónica del terrorismo. Una película que Greengrass, ante todo, sabe que debiese entretener, aunque eso no lo libere de sugerir preguntas más que de abrir debates acalorados.
Reseña de 22 de Julio
22 de Julio (2018, 143 mins.) Paul Greengrass, Estados Unidos
Jonas Strand Gravli, Anders Danielsen Lie, Caroline Glomnes Johansen, Lars Arentz-Hansen