Reseña: After the storm – Pesa lo que pasa

¿Qué relación podemos establecer entre algo que ya sucedió y la idea que teníamos sobre aquello antes que sucediera? After the storm se hace cargo de eso al plantearse la crónica cotidiana de los efectos de lo que ya fue en relación a lo que viene después

Los aluviones, los tifones, los terremotos y los aludes se parecen a las tormentas en el sentido trágico, impredecible y imperecedero de sus secuelas. Porque siempre lo que sucede después de ellos –el saldo de víctimas, las pérdidas materiales, o todo eso que podríamos llamar su resultado– suele ser muy distinto de lo que la gente espera que suceda antes de que éstos, finalmente, sucedan. En este sentido, la causalidad o el mero anuncio de las consecuencias los desastres naturales es siempre interesante porque siempre tendremos una idea del desastre previa a él.  Entonces, ¿de qué manera puede acomodarse esa idea a lo que finalmente termina pasando? ¿Qué relación podemos establecer entre algo que ya sucedió y la idea que teníamos sobre aquello antes que sucediera? After the storm se hace cargo de eso al plantearse la crónica cotidiana de los efectos de lo que ya fue en relación a lo que viene después.

Ryôta (Hiroshi Abe) es un hombre separado que alguna vez fue novelista. Actualmente las hace de detective en una agencia privada que se dedica a develar principalmente infidelidades. Al mismo tiempo que malgasta un dinero que no es suyo en apuestas de caballos. Hace años se ganó un premio importante por una novela de juventud, pero a la fecha se mantiene en un ininterrumpido bloqueo creativo. Podría ser un escritor retirado, claramente. Un no-escritor. Pero, ¿sólo cuando se escribe o se edita una novela uno es escritor? Hay una propuesta sugerente en plantear a Ryôta como un personaje cuya circunstancia lo presenta acabado, rutinario y creativamente agotado. Lejano de la idea que tenemos de lo que un escritor debiera estar haciendo: escribiendo prolíficamente y, si es exitoso, agasajado por los millones que acumulan sus copias vendidas. O también podríamos pensarlo como un tipo maldito, fumador empedernido y misantrópico que escribe en un subterráneo gris, cerrado y sin ventilación. El tema es que, en definitiva, Ryôta simplemente es lo que es. Lo que ha llegado a ser más allá de la expectativa de escritor que rodea –y asfixia– su figura.

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Por otra parte, el personaje carga con una herencia tan incómoda como el éxito pasado: el padre, que sabemos que fallece al inicio del metraje y del que sólo vemos los escombros materiales que escondió por ahí, también vivió de préstamos que nunca pagó. La presencia ominosa del fracaso y la corrupción paterna persigue a un personaje que nunca se siente conforme con su situación actual en el mundo. Pero que tampoco se permite el hecho de admitir la repetición de un patrón que se cierne sobre él. Koreeda –cineasta esmerado, empeñado últimamente en construir dramas familiares intimistas– es hábil y meticuloso en filmar la circunstancia de volver cargas los legados. O más aun, en interesarse por el problema sobre cómo los sujetos se aferran a experiencias pretéritas más o menos gloriosas que, de hecho, no pasan del todo. Porque sus personajes y gran parte del mundo, tan aferrados a lo que no persiste, no las dejan avanzar. Su interés va hacia ese pasado que almacena en su interior un ideal cuyo ensueño sabemos perdido y nunca alcanzado. Un lugar esplendoroso que nos pesa engalanando los estertores de lo que dejó esparcido por ahí.

El tema es que, un mundo ordenado causal y temporalmente, también es un poco inevitable –y obvio– que nos pase aquello que pasa. Puesto que todo pasado es, en algún momento, un presente que se termina. Esto se constata ya asumido por  los personajes femeninos de Koreeda, antítesis del protagonista corporizada en la matriarca campechana pero nunca senil que aglutina todo lo necesario que se tiene que saber sobre el parte de sobre-vivir al paso del tiempo. Asumiendo que la posibilidad de que avance el tiempo también implica, a la larga, madurar: enajenarse del peso y de los ideales esplendorosos que el pasado tramposamente se inclina a presentarnos y a invitarnos a repetir. Que no es otra cosa que ver libremente pasar al tiempo. O de ver, y en ese ejercicio, permitirse dejarlo pasar. After the storm entonces, también es una cinta sobre el paso del tiempo y cómo se madura mientras tanto. Una película que, desde Ryôta y su debacle minúscula, nos cuenta el esmero que tenemos de esperar en que el tiempo se detenga vistiéndonos con cosas que ya fueron. En ese contexto, la epifanía liberadora de sus personajes viene en ese momento crucial en donde se dan cuenta que aquello que los emancipa es precisamente ser capaces de soltarle las riendas al tiempo.

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De manera, indiscutida, hay en Koreeda levedad y encanto. Traducidos fílmicamente a partir de una convicción indesmentible sobre la necesidad de aferrarse únicamente al presente. Acomodarse en su inmediatez, tributando el momento efímero. Porque mal que mal, es el presente el único lugar en donde se nos vuelve posible conmemorar al pasado. Evitando padecer unos efectos que siempre decidiremos considerar (o no) como perpetuos.

After the storm (2016, 116 mins.) Koreeda Hirokazu, Japón
Hiroshi Abe, Yomo Maki, Kirin Kiki, Satomi Kobayashi

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ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.