A partir del episodio 195 en adelante, en Dragon Ball Z se echa mano de los Confines del Otro Mundo para ambientar los nuevos giros de su trama. Por lo que comenzarán a pasar cosas en paralelo a las aventuras de los herederos de Vegeta y Gokú. Este último, muerto por una falla cardíaca, aparece completamente vigorizado en la vida eterna. Vale decir, además del viaje en el tiempo llevado a cabo por Trunks en temporadas previas, o de viajes espaciales mucho antes, esta vez también nos enteraremos que ocurrirán cosas más allá de los vivos.
No es una elección novedosa pensar en la vida después de la muerte como extensión de la aventura, aunque en ese entonces quizá sí lo fuera imaginar un paraíso (a falta de otra palabra mejor) extendido que sostuviera la narración. Un lugar con su propia lógica, no-terrenal y extracelestial. En este caso, una galaxia distribuida administrativamente en cuatro zonas orientadas por los puntos cardinales. Todas ellas son convocadas a un “Torneo Intercelestial” a propósito de la Muerte de Kaiōsama del Norte, en donde serán convocados –incluido Gokú y coach Kaiōsama del Oeste– los luchadores más poderosos de este Universo Múltiple, supra-espiritual e inter-universal.
Convengamos que toda esta parafernalia alambicada no es exclusiva del popular manga japonés: por poner un ejemplo, ya la misma mitología nórdica trae consigo la idea Multiversal de lugares que coexisten unos con otros en distintos niveles, accesibles o posibles a propósito de la muerte de mortales o el capricho itinerante de los dioses. O incluso, la explicación Occidental más popular que se maneja sobre el destino del hombre justamente radica en la debacle existencial entre subir al Cielo o hundirse en las fauces del Infierno. Son dos mundos posibles, además de simultáneos.
Podríamos pensar que, respectivamente, esta configuración de los mitos tiene como justificación posible la necesidad de dar cabida a seres mitológicos cuyo poder siempre excede a los universos que los contienen. O de clasificar los futuros posibles del hombre frente a la muerte terrenal. Mal que mal, pareciera que el alma es lo único imperecedero. Ahora bien ¿Cómo opera el uso de este esquema a propósito del desarrollo de la franquicia Marvel? No han sido pocos, de hecho, quienes emparentan estos diez años y 18 películas del MCU (Universo Cinematográfico de Marvel) con una suerte de mitología secular, popular y prototípica de los intereses de la cultura de masas de principios de siglo. Una suerte de dinastía mantenida gracias a un tipo de consumidor incondicional, fiel y fraterno que siempre mantendrá a flote tanto al barco como a las arcas de la industria. La unión, como siempre, hace a la fuerza.
Entonces, no deja de llamar la atención el juego de Marvel de mover, en el plano más exorbitante posible, a sus protagonistas. Muchos de ellos, simples mortales. Porque, de hecho, el rimbombante e ilustrativo prólogo de Avengers: Infinity War, nos sitúa en una galaxia muy, muy lejos. En este caso, en las cercanías de Asgard. Justo donde dejamos la historia en la antecesora y muy estimable Capitan América: Civil War (2016).
Recurrir al Multiverso y a personajes que se comportan como si fuesen semidioses habla de una cultura de pastiche que no se arruga con mezclar todo lo que sea posible para los propósitos de una historia que siempre narra de la manera más exponencial posible: personajes que recurren a parafernalias tecnológicas cada vez más avanzadas y universos cada vez más extensos como para que sus personajes los recorran en cada viaje más allá de la velocidad de la luz. Todo para crear el cross-over más universal, inimaginable y extraordinario hecho a la fecha. Para cada uno de los Avengers pareciera que el mundo no es suficiente y su límite, claro está, nunca ha sido el cielo.
De acuerdo a todo esto, podríamos decir que la expectativa que se cierne sobre una película que debiese ser ante todo ágil y efectiva es, a decir verdad, bastante alta. Pero de eso ya no se encarga la publicidad, la mercadotecnia o el avisaje, sino que es cosa de dejar señuelos cada tanto en la red social del momento para que la expectación se transforme en una bola de nieve tan descomunal como rentable. Y ahí tenemos una película que, afortunadamente, no se cree todo lo que dice. Pero que tampoco resulta tan renovadora como se pretende.
Porque hay que reconocerlo, The Avengers es una saga de acción-entretención que se inspira en un material original que fue, para muchos, deslumbrante en su tiempo y sigue siendo, para menos que los anteriores, iluminador. Pero que recurre a materiales formales y narrativos propios de toda épica con tintes de grandeza. Que en este caso propone una excusa pretenciosa: Thanos (Josh Brolin) entiende que la Humanidad se dirige a un descalabro sin precedentes, por lo cual decide –en una lógica propia de las lecturas más catastrofistas de la teoría poblacional de Thomas Malthus– erradicar a la mitad de la población. Nada más ni nada menos que un genocidio. Para este fin debe hacerse con las Seis Gemas del Infinito: Espacio, Mente, Tiempo, Realidad, Poder y Alma. Cada una de las cuales se encuentra repartida dentro del Multiverso; algunas de ellas, precisamente, en manos de los protagonistas, guardianes de la dimensión que las nombra a cada una, pero también del peligro que implica reunirlas a todas. Sin embargo, también se nos presenta una cofradía separada, dispersa y desorganizada, sostenida en los conflictos que han dejado las guerras anteriores y los exilios –voluntarios u obligados– que han tenido cada uno de los héroes.
A este respecto, resulta interesante que en esta entrega circulen con tanta naturalidad mitología, cultura pop y la más literal epopeya homérica. Dioses con tragedias familiares que la arremeten con hombres mortales en mundos imposibles, armados con armas nanotecnológicas pero también ancestrales. Aquí, lo nuevo siempre tiene la huella de lo viejo. Con todo, la cinta resulta, aun cuando nos cueste en ocasiones poner ciertos parámetros frente a una grandilocuencia en ocasiones caótica ¿Quién tiene más poder? ¿Hasta dónde pueden llegar las facultades que pueden alcanzar estos personajes? Tan bizarro como un Gokú súper-ultra-poderoso que aumenta su poder más allá de lo que en la temporada anterior yaera lo más allá, en ocasiones el clan Avengers y sus enemigos corren los límites de lo posible y se vuelven víctimas de su propia ambición. Jugando con la verosimilitud de su propio mundo. Porque cuando ya no tenemos ningún límite y la narración nos dice que todo es posible ¿Cómo separamos o distinguimos lo posible de lo imposible? ¿Hasta dónde llega un poder que no tiene límites?
Por otro lado, si bien no hay tanta sorpresa en héroes que cargan pasados familiares traumáticos o no resueltos que expliquen fechorías, planes siniestros o gestas salvadoras, sí hay frescura, causalidad aceitada, comedia dosificada y entretención garantizada. Sostenido en la guerra contra un villano que rompe las molduras del antagonista prisionero de su maldad sin justificación ni matices. Que esta voz nos otorga, además, un final electrizante y sobrecogedor pero empañado por la moda funesta de la escena al final de los, en este caso, interminables créditos. Como si fuese necesario sofocar la angustia, explicar el chiste, o sacar al espectador de la estupefacción que deja un cierre que ya era más que interesante.
Está bien, hemos visto la tragedia de Thanos más de un par de veces, pero quizá verla acá nos habla de que Avengers, también, habla de lo de siempre porque quizá reconoce ahí la disponibilidad y el mérito de historias dignas de tributarse. Más allá de la ingenuidad tramposa –momificante de un pasado estático– de modas revival tipo Stranger Things (2016) Avengers reinterpreta y actualiza sus homenajes, que es tal vez la mejor manera de rendirles justicia.
Por lo tanto, si pudiéramos reconocerle algo relativamente distinto, es justamente el uso ingenioso de las batallas galácticas, los viajes interplanetarios y la mitología de gran parte de la civilización Occidental, en una especie de compendio perfecto de las obsesiones de una cultura de masas contemporánea que tiene en la suma de entre La Odisea de Homero con Star Trek, dos pedestales indiscutidos e inamovibles. En definitiva, una película que nos habla de los ingredientes que componen el mundo que la disfruta.
The Avengers: Infinity War (2018, 153 mins.) Anthony Russo & Joe Russo, Estados Unidos
Robert Downey Jr., Chris Pratt, Chris Evans, Josh Brolin, Scarlett Johansson, Tom Holland, Chadwick Boseman, Elizabeth Olsen, Benedict Cumberbatch