
Finalmente, Call me be your name, no es más que una historia de amor, de exploración y deseo. Que sea entre hombres es lo atractivo, es el sabor de la fruta. “Una relación gay no es necesariamente más difícil que la heterosexual”, acuñó el director en alguna entrevista.
“Fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; y cosieron hojas de higuera y se hicieron delantales”. Cuando Adán y Eva comieron del fruto prohibido en el paraíso, según indica la Biblia, la pareja conoció el pudor, la vergüenza por el cuerpo.
Según conocemos de este relato bíblico, la primera pareja del mundo vivía feliz en las hectáreas que el Dios padre les había entregado, sin hacer esfuerzo alguno para comer y moverse; simplemente, disfrutar. Pero la naturaleza del humano también se alimenta de algo que no brota del suelo: la curiosidad. Sin ella, quizás estaríamos todavía a poto pelado corriendo por extintos bosques verdes. Y Elio nunca hubiese conocido el primer amor.
Call me be your name (Llámame por tu nombre), es el último y más aplaudido filme del director italiano Luca Guadagnino, en el que conocemos un pasaje (paisaje) de la vida de Elio (Timothée Chalamet), adolescente que pasa sus vacaciones de verano entre libros, música clásica y mucho sol en algún lugar del norte de Italia de 1983. Durante ese veranillo, su padre, el profesor Perlman (Michael Stuhlbarg), recibe como cada año a uno de sus estudiantes para que sea su ayudante en asuntos académicos e investigación arqueológica. Ese alumno será Oliver (Armie Hammer), un apolíneo judio americano.
Que Elio y Oliver se conocen a través del amor y la pasión, no es spoiler, porque finalmente es el argumento para ver este filme, pero son los elementos que rodean y conforman este idilio los que estructuran la belleza de la historia.
Es cierto que tanto Elio, un adolescente de mirada desinteresada por los individuos que lo rodean, con aires jamesdeneanos (?), y Oliver, atlético rucio de metro noventa, construyen una pareja fantástica de romance veraniego, pero sus cuerpos (y rostros) son el terreno de exploración, el camino para la expedición y estudio de los deseos. Quizás, que sean tan encachados no es sólo marketing o capricho del director; tiene que existir un atracción por descubrir. La curiosidad es clave, como lo vivieron los ya mencionados arrendatarios desterrados del paraíso bíblico.
Ahora bien, este momento en la vida de ambos, este verano de ríos y llanuras, de coquetos y dulces duraznos, no parece ser más que eso, un momento. La exploración de la pasión y el romance que nos muestra el filme es un instante añorado, un espejismo en la vida de Elio y Oliver. Un momento bello en sus vidas. Así son los amores de verano, duran lo que tienen que durar.
Hay temas sobre la mirada a la homosexualidad, más que por la época ambientada, parecen eternos lugares comunes. A Elio se le exige colocarse una camisa que había sido un regalo de una pareja gay que ahora volvía a visitarlos. “De chiquitito se le notaba” parece indicar ese regalo prematuro del closet donde, supuestamente, se encontraba el joven. También, que el protagonista dedique sus ratos a transcribir y tocar música clásica acentúa más esos rasgos de “sensibilidad” que posee. Quizás sean con otro motivo, pero para mí, suena a disco rayado.
Finalmente, Call me be your name, no es más que una historia de amor, de exploración y deseo. Que sea entre hombres es lo atractivo, es el sabor de la fruta. “Una relación gay no es necesariamente más difícil que la heterosexual”, acuñó el director en alguna entrevista. Y así lo quiso demostrar. Porque todos pudimos tener ese verano de bermudas, suaves camisas y pedaleos bajo el sol, aunque sea por un momento, un instante, en un lugar al que no volveremos, porque así fue el paraíso, y porque así somos. Tal cual lo vemos y lo sentimos.