Hay un momento crucial, casi en la mitad del metraje de Mamá se fue de viaje, en donde tenemos al personaje principal, Víctor Garbo (Diego Peretti), listo para encender un cigarrillo que lo ayude a sobrellevar mejor lo que acaba de suceder. Lleva años sin hacerlo. En ese mismo momento, su hija, Lara (Agustina Cabo), lo increpa, amenazante: vuelve a fumar, le dice, y dejan de ser familia. Claramente, el padre, también amenazante, termina haciéndolo.
Esta pequeña crisis privada no es ni de cerca la más espectacular (que las hay) que la película ofrece, sino que podría ser una de las que más sintoniza con la encrucijada que coloca en evidencia: cuando la hija millenial se opone terminantemente al vicio de un papá que fue hijo en un momento cuando ése riesgo era menos evidente, también constatamos la eterna pugna generacional en la cual el padre debe renunciar a sus “malos” hábitos –esas formas voluntarias con las cuales el sujeto vanagloria sus triunfos y solaza sus miserias– en virtud de la integridad de su descendencia. Y entender, finalmente, a sus hijos. Dice Rafael Gumucio, en Muerte menos temida, que la censura a fumar –tan actual, por lo demás– viene de ese imperativo por mantener y sostener la vida a toda costa, lo cual termina por contravenir el sentimiento tan paradójico pero a la vez tan humano de decidir soberanamente desperdiciar un poquito de vida en virtud del alivio cotidiano. Tóxico, al fin y al cabo, pero propio de quien decida sostenerlo así.
No es dejar de fumar por sobrevivir, sino que fumar para sobrevivir mejor.
Quizá los hijos no estarían tan de acuerdo, ya que la pelea generacional no es entre ellos y sus padres necesariamente, sino entre las épocas que los definen, moral y socialmente. En ese sentido, poder dar cuenta de dicha tensión casi desapercibida en el metraje, le otorga puntos al producto industrial que la película sin culpa representa.
Hay otros momentos, casi la mayoría podría decirse, en donde la película se esmera en definir con sus gestos y sus actos tanto a hombres como a mujeres. Los hombres son bonachones, públicos, supuestamente trabajólicos y naturalmente directivos: no hacen otra cosa que ordenar. No en el sentido organizativo, sino que en el sentido prescriptivo, sólo participan de las cosas en la medida que las dictaminan. En síntesis: siguen siendo los hijos de sus madres. Las mujeres, en tanto, son versátiles, dúctiles, reflexivas e incombustibles: no hacen otra cosa que hacer. Llevan a cabo todo lo que el hombre-mandatario supone hecho por arte de magia. En síntesis: no han dejado de ser madres de esos padres. El conflicto, entonces, sucede cuando Víctor, suelto de cuerpo, después de un asado le espeta a su mujer, Vera (Carla Peterson): de qué te quejás, cualquiera puede hacer lo que vos haces. Que Víctor reciba elogios por asar tres choripanes en la parrilla y su mujer reciba condenas por no dejar la mesa a la altura de lo que su rol servidor le pide no sólo es el conflicto gatillante de la historia, sino que es una manera interesante, fresca e ilustrativa de poner en juego las funciones tradicionales de casi cualquier sistema familiar latinoamericano. Forjado en un tipo de división familiar del trabajo que puede colocar en un lugar tan doméstico como la mesa del almuerzo todas las relaciones y jeraquías de género, edad y poder que lo apuntalan.
El realizador, Ariel Winograd, con una trayectoria prolífica dentro del terreno de la comedia de orientación más industrial en Argentina, conoce de sobra los recursos del género, desplegándolos con agilidad en una puesta en escena dinámica, colorida y prolija acorde a los presupuestos de producción que apuestas de este tipo utilizan. Los chistes son rápidos y familiares, todo es impoluto y cuidado y hay suficientes gags para, al menos, reírse con un par. Todo con el fin de llegar a una audiencia masiva y transversal.
Es un dato útil y decidor que esta película haya convocado más de un millón de espectadores en su país: quizá nos habla de una campaña insidiosa mediáticamente y por ende efectiva en términos de convocatoria. Pero también existen elementos que pueden ser legibles, reconocibles e identificables por quienes la ven: el cine como un gran espejo y la comedia como un collage de momentos. En este caso, riéndose de nuestras costumbres pasa de contrabando un mensaje crítico –aunque tibio– de ciertas dinámicas patriarcales y de cierta forma muy naturalizada de estructura familiar que devela sus problemas cuando su soporte central decide irse de vacaciones.
En estos casos, la pregunta, como siempre, no está de más: ¿Es necesario pedirle más a Mamá se fue de viaje? En estos tiempos, tal vez lo que logra es más de lo que puede esperarse y menos de lo que, finalmente, es preciso exigir.
Mamá se fue de viaje (2017, 99 mins,), Ariel Winograd, Argentina.
Diego Peretti, Carla Peterson, Martín Piroyansky, Agustina Cabo.