Reseña: Dogman – Hombres de perro

Dogman es algo así como un western camorrero que reordena mejor, con un sentido más sobrio y dedicación perfeccionista a la composición del encuadre, los ingredientes de su filme anterior.

Un primer tema que llama la atención en Dogman es la forma en que es colocado su protagonista –hombre, padre, italiano, enjuto, divorciado y veterinario– en relación a la amplitud del plano. Su lugar, en este sentido, está fuertemente vinculado al contenido narrativo que irá desarrollando la película. Suerte de ejercicio metafórico, homenaje a los maestros italianos de antaño o astuta meticulosidad formal, el asunto es que muchas de las secuencias que componen la última película de Matteo Garrone se encuentran ordenadas con la precisión de quien entiende que la cámara es, más que otra cosa, una forma radical de exhibir sin demasiado preámbulo la manera en que se piensa el mundo. Ahora bien, ¿Por qué debiese importarnos tanto dicha composición? Precisamente porque es el resultado de un proceso de construcción del director en relación a su propia filmografía.

dogman filme italiano ganador de cannes

Hace una década, Garrone estrenó Gomorra (2008), una película sucia y tosca que ganó en Cannes, se hizo serie y gustó mucho en Estados Unidos. Cultura, por lo demás, obsesionada por mucho tiempo con los mitos delictivos. Dicha película se adentró con una astucia muy neorrealista en la camorra, organización criminal virulenta y omnipresente que, dos años antes, fue prácticamente desnudada en la crónica del mismo nombre que escribió Roberto Saviano en 2006. Un periodista, por lo demás, amenazado de muerte por atreverse a abrir dicha caja de Pandora.

Gomorra fue una película que tuvo a una derruida y abochornada Nápoles como macabro telón de fondo de la truculencia más brutal. Y que más allá de tener que ver con la temática que inspiraba al material original, sirvió como un territorio que le permitió, al director, empezar a filmar como lo termina haciendo en Dogman: sin soslayar en ningún momento los territorios por donde deambulan sus personajes. Porque la provincia italiana –urbanizada pero periférica si pensamos, paradójicamente, en que todos los caminos llegan a Roma–, además de la historia clandestina que la engalana, es el escenario perfecto para componer el plano que a Garrone le interesa para transmitir su mensaje: sujetos en medio de la imponencia de construcciones mastodónticas que ya no sirven como antes. En términos concretos, las periferias regionales europeas lo que ostentan son los siglos de historia cargando sobre sus hombros. Cuestión que a la larga constituye y prefigura ese derrumbe de esplendor pretérito que identifica a una urbanidad moderna contaminada, agreste y a veces desértica que prospera exclusivamente como el sistema abierto y trasnacional se los permite.

Dogman y la ciudad

Es una atmósfera que podría ser parecida al interés fílmico que los realizadores norteamericanos encontraron en el pantano sureño estadounidense. Nápoles –quizá como Louisiana– es un enclave degradado que reclama, en dicha desolación, una fuerza latente, desaliñada y desconocida. En el caso de Gomorra, es la la bestia se llama camorra pero también es la propia ciudad la que, a cada tanto, se traga a sus propios residentes y también los escupe en sus esquinas. En Dogman pasa algo parecido, aun cuando a veces importe más el plano que lo que nos cuentan dentro de él.

Marcello Fonte, protagonista de Dogman premiado en Cannes

Marcello (Marcello Fonte), decíamos, cuida, sana y también embellece perros de todos los tamaños posibles. Tiene un negocio en un sector muy específico de la costa italiana en la región de Campania, al lado de locales de tragamonedas y empeños de oro. Es un personaje bonachón y afable, que cuida de su hija con esmero y que suscita la misma identificación que le vemos en los cuidados que dedica a las mascotas que circulan por su consulta. Parece un tipo simpático, es cierto, que también trafica cocaína en cantidades regulares pero aparentemente ínfimas, quizá para complementar ingresos o ser parte de la cultura y las redes urbanas del lugar donde le tocó vivir.

Todo el tiempo se nos presenta, en relación a Marcello, una ambivalencia que quizá no es tal: la de un buen sujeto que en una dimensión puntual de sus actos, se riñe con cierto orden moral. El personaje lo hace todo para que no nos importe demasiado su pequeño desliz, el que compensa desde sus ínfulas de buen samaritano. Marcello, entonces, es el eslabón final de una cadena productiva que empequeñece su fechoría. Tanto como cuando el plano, de hecho, casi lo hace desaparecer en relación a la arquitectura que lo contiene en la ciudad donde circula.

Ahora bien, parte de su problema tiene que ver justamente con aquello que lo hace afable. Marcello es conocido de Simone (Edoardo Pesce), un sujeto demasiado impetuoso como para evaluar las consecuencias de las cuestiones en las que se involucra. En ese sentido, el aura piadosa y bonachona del protagonista encuentra su perfecta antípoda en un personaje virulento, incorrecto y arrebatado. Dogman, desde esta aparente pero forzosa camaradería, se constituye en la cronología de la relación entre un sujeto que se ocupa de salvaguardar la integridad de sus animales, con su contraparte, irreflexiva, riesgosa y dominada por el instinto. A la larga, dos polos de un mismo continuo.

Protagonista de Dogman

En ese sentido, también es la historia funesta sobre las formas que tiene Marcello de lidiar todo el tiempo con el equilibrio frágil entre los límites que él mismo traza a su propia naturaleza, pero también a la que le imponen las circunstancias y los perfiles con los que tiene que rodearse todo el tiempo. La metáfora, entonces, que constituye su ocupación (veterinario), se pone en entredicho todo el tiempo dentro de una relación corrompida y anclada a una urbanidad a veces fraterna pero también en condición de desamparo permanente. Dogman, entonces, es algo así como un western camorrero que reordena mejor, con un sentido más sobrio y dedicación perfeccionista a la composición del encuadre, los ingredientes de su filme anterior. Sólo que, en este contexto, extiende los conflictos morales que encierra el protagonista y que antes eran mero motivo de catarsis.

Resulta curioso e irónico, en consecuencia, que Marcello todo el tiempo se perciba caminando por la cuerda floja en medio de densas urbanizaciones. Y no sólo por las veces en las que Simone lo coloca, efectivamente, entre la espada y la pared, sino también por los momentos en las cuales el mismo personaje, voluntariamente, decide ingresar sin remilgos a la noche más oscura.

Por lo tanto, el mérito del filme, más que encarnar con astucia la dicotomía y las discontinuidades del eje civilización/barbarie en razón de la corrupción de las disputas delincuenciales y clandestinas de los enclaves regionales italianos, es presentar un estudio elegante y furibundo sobre la moral desdibujada, confinada a sobrevivir en cuerdas y soportes cada vez más desgastados. Una posición, cabe señalar, tan desamparada como solitarios parecen los anhelos, objetivos y esperanzas de los otros seres que pueblan una película que no está en la que vemos, pero que tal vez se sigue exhibiendo en las costas regionales marginalizadas de gran parte de los lugares parecidos repartidos por el mundo.

¿En qué momento, en definitiva, todo se termina torciendo? ¿Cuándo recuperamos el control y cuando, de improviso, este nos abandona sin nosotros saberlo? La respuesta tal vez la tiene ese cemento erosionado que engaña a quienes lo recorren bajo la ilusión de la sed del esplendor. Atrapados en ciudades residuales que lo son porque alguien se encargó, seguramente, de dejarlas así.

El pueblo en Dogman

Más allá de todo lo anterior, es tal vez revelador que los planos más importantes del filme nos recuerden –y nos restreguen– la posición de Marcello en el mundo. Porque la cámara, que siempre lo ubica empequeñecido en relación a un lugar derruido pero también grandilocuente, también lo presenta en primeros planos febriles, carcomidos y desaliñados. Presentando un rostro lacerado por los vestigios alquitranados en ciudades descascaradas al borde del colapso, pero también aún refulgentes por la ambición trasnochada que les exhiben a los sujetos cuando éstos aún no son superados en su modo de hacer frente a los dilemas morales que les presentan las perspectivas crueles de sus propias y malogradas decisiones.

Reseña de Dogman

Dogman (2018, 120 mins.) Matteo Garrone, Italia
Marcello Fonte, Edoardo Pesce, Adamo Dionisi, Nunzia Schiano

Afiche oficial de Dogman de Matteo Garrone

ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.