Exhibir la diferencia o el defecto tiende a ser un verdadero desafío. Porque debe hacerse cargo de lo que esa debilidad provoca en quien la ve. El cine de enfermedades terminales o malformaciones físicas ha tenido que resolver con mucho cuidado este problema: cómo lidiar con la lástima, la burla y el espanto frente al otro que vemos. El que nos conmueve, también nos asusta. O al revés.
¿Cómo podemos reconocer la dignidad del otro conociendo de entrada su miseria aparente? Hace cuatro décadas, David Lynch filma El Hombre Elefante (1980), una historia gris, sentida, desgraciada pero cautivadora sobre un personaje condenado a cargar con el peso trágico de no poder pasar inadvertido. Con más claros que oscuros, Wonder nos coloca en una coordenada parecida respecto de su protagonista: ¿Qué nos pasa con Auggie? Ver al otro como sujeto de caridad (¿de lástima?) supone cierta asimetría que rompe la consideración de ese otro como sujeto de derecho. Con derecho a ser visto más allá de cómo se ve.
Stephen Chbosky es un director joven, que tiene a su haber una película entrañable sobre un joven que también tiene algo en común con Auggie: ambos deben aprender a lidiar y a salir airosos de una temporada en un lugar infernal. Porque tanto Las ventajas de ser invisible (2012) como Wonder tienen como eje el espacio educativo entendido como un epicentro que recoge, entre muchas cosas, lo peor de todas ellas. La escuela, según el realizador, es una mezcla entre vertedero y campo de batalla: un lugar en apariencia inocuo pero salvajemente hostil; en el que siempre va a ser necesario tantear, planificar, replegar, buscar y adentrarse en sus intersticios para encontrar, por ahí, algo digno con lo cual quedarse. Frente a dicho escenario, Chbosky coloca una condición que, literalmente, aterra: nos enteramos, por una conversacion entre padres, que se decide que el protagonista principal, Auggie Pullman, deba entrar a la escuela. Llevando en el rostro una malformación facial indisimulable. Los patios de esa preparatoria tienen un poco de los patios de Mean Girls (2014) esa otra fábula escolar sobre cómo los humanos, en cualquier momento, se vuelven animales.
Ahora bien, la premisa mencionada podría ser el caldo de cultivo para desarrollar una historia edificante y lacrimógena sobre el crecimiento y la perseverancia idílica, en sintonía con los valores de la sapiencia institucional, el apoyo fraterno, la incondicionalidad familiar y la superación individual.
Hasta cierto punto, Wonder lo es. El tema, por fortuna, es que también se preocupa por decir un par de cosas más al respecto.
Entonces, decíamos que la historia sigue a Auggie, niño que ingresa por primera vez al sistema escolar. Por su malformación, es educado en casa hasta que sus padres se arriesgan a mezclarlo con los niños comunes y corrientes. El arco temporal de la cinta considera todo el año escolar de Auggie en la preparatoria (algo así como una pre-enseñanza media). El filme se adentra en las tareas que todo sistema educativo le depara a un estudiante: conseguir amigos, soportar el hostigamiento, entender cómo se fraguan las relaciones y, al fin y al cabo, circular por el lugar sin retroceder ante a las miradas inquisidoras y escrutadoras de todo el mundo. Además, en un contexto que le presenta estas dificultades exacerbadas en razón de su condición física.
En este sentido, es interesante el énfasis episódico –nominalmente coral– que adquiere la perspectiva del relato. No sólo porque resulta esclarecedor de las motivaciones de los personajes, sino que también instala una perspectiva sistémica y multicausal respecto de lo que le sucede a Auggie. Y respecto de lo que les sucede a quienes viven con Auggie. Cargar con una malformación repercute en distintos grados en los integrantes del sistema: hermanos, padres o amigos cercanos. En donde resulta particularmente interesante la perspectiva de Via (Izabela Vidovic), hermana mayor, quien orbita alrededor de una tragedia que siempre la entiende como periférica. A partir de estos personajes y sus circunstancias, el filme permite trazar una lectura caleidoscópica que enriquece el desarrollo a partir de un juego de voces pertinente y clarificador, que contribuye a mover con agilidad los hilos del relato y descentra el énfasis fetichista y majadero en el drama del niño.
En general, los circuitos dramáticos de la película operan en una línea que juega en el borde justo que separa al melodrama del relato manipuladoramente lacrimógeno. Del que la mayoría de las veces sale airoso. Con una primera parte que comienza profundizando las vivencias de los personajes a través de diálogos que siempre suenan elocuentes y aleccionadores, y con un humor ágil y dinámico, Wonder se disfruta y entretiene en el primer tramo, pero pareciera que pierde frescura mientras más avanza, porque quizá en algún momento tiene que recurrir a algunos facilismos –principalmente en sus secundarios– para sellar los avances de la trama.
Con todo, Wonder es un filme sostenido en el peso de su mensaje iluminador y biempensante. Por más que recurra a algunas biografías construidas a brochazos, a personajes complejos que repentinamente se vuelven predecibles, y a aventuras familiares inocuas –las que, claramente, le quitan densidad a su moraleja– es una cinta que confía sobradamente en el efecto de sus metáforas: aquí los imaginarios astronautas-espaciales o la referencia a Star Wars constituyen una amigable y efectiva puerta de entrada a una historia que entretiene más de lo que aburre y que reflexiona sobre algunas cosas importantes. Pero tampoco tantas. Ni tampoco todo el rato.
Wonder (Extraordinario) (2017, 113 mins.) Stephen Chbosky, Estados Unidos.
Julia Roberts, Owen Wilson, Jacob Tremblay, Izabela Vidovic.