Reseña: First Man – ¿Cuál héroe?

First Man se instala como un biopic contundente, cuyos códigos dramáticos se cargan usualmente de poderosa y portentosa poesía visual. Aunque también –y sobretodo– es una alegoría vívida sobre cómo el sujeto debe rodearse, codearse y padecer a maltraer los encuentros con la finitud de los afectos.


Cuando David Bowie –un artista que resucitó justo en el momento en que falleció– lanzó en 1969 Space Oddity, lo hizo seducido por haber visto, un año antes, 2001: A Space Odyssey. Aunque también por el potencial alegórico despertado por alunizaje del Apollo 11. Profético, vanguardista, pero también sencillo, Bowie imaginó una premisa que de tan elemental perturba: estar en la piel de un hombre suspendido fuera de la órbita terrestre debe sentirse apasionante pero también desolador. Por fuera de toda la épica propagandista que podría condimentarlo, el que viaja a la Luna es un hombre que se sabe que está, literalmente, por sobre todos. Pero simultáneamente, y quizá por esa misma razón, está más solo que nadie. Metáfora cruel y despiadada sobre el autoritarismo, la autodeterminación, la competencia o la voluntad de poder, Bowie inventó antes que nadie la dimensión trágica y enrarecida que se esconde tras el logro de llegar primero.

Neil Armstrong (Ryan Gosling) es un sujeto no demasiado consciente de esto, porque al principio del metraje de First Man sobrevuela el espacio sideral sin imaginar que en menos de una década pisará la Luna. Lo interesante y novedoso es que para esta primera secuencia, que introduce al personaje, los planos que componen su gesta nos lo muestran asediado por la estructura que lo separa del Espacio: con sus perillas, interruptores y velocímetros analógicos, los confines de su nave nos resultan francamente atosigantes. En parte, porque los límites de dicha crisálida cósmica son el único punto de vista al que el astronauta tiene acceso. Porque es el Espacio quien lo mira, a él, en su lugar encorvado y empequeñecido. En cierto sentido, y al igual que todos los que viven en la Tierra, Armstrong comparte con la humanidad la circunstancia de ver y aproximarse al exterior desde una ventana. Protegido al tiempo que separado. Con la salvedad que el astronauta puede ver el lugar desde el que todos los otros, justamente, no pueden verlo a él.

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Podríamos decir que el punto más meritorio (y radical) de la última película de Damien Chazelle tiene que ver con acertar al reconstruir el punto cúlmine de la carrera espacial, específicamente a través de un sujeto encerrado en una maquinaria que lo lanza, lo mantiene y lo separa del Espacio. En ese sentido, articula una composición verosímil y afortunadamente despercudida de los trucos de esas películas con planos interestelares, transgalácticos y milagrosos que sólo podrían haber sido filmados por Dios. O por los marcianos. El director, en este sentido, filma el espacio con los pies en la Tierra.

Además, Chazelle no se olvida de que las películas no sólo tienen que ver con demostraciones de lucidez fílmica o presuntuosidad formal. Ya que –cosa no menor– First Man también es una gran historia que corre en paralelo al punto de vista que el director decide utilizar para situarla dramáticamente. Porque tenemos la excusa del primer hombre en la Luna para construir un artefacto visual depurado pero de una narrativa profundamente poética. Muchas veces, sobrecogedora.

Del mismo modo como la puesta en escena remite a una materialidad ingenieril y atenta a los mecanismos, procedimientos y artefactos que se precisan para poner una nave en el espacio, Chazelle también se las ingenia para volarnos la cabeza a propósito de su atrevimiento de poner, al servicio de la historia en cuestión, toda la gesta heroica que la propaganda sesentera se encargó de hacer circular sobre la monserga del viaje a la Luna o la discusión sobre dónde ponemos la bandera y cuán grande debe verse filmada. El director, en este sentido, subvierte el orden de las cosas: porque la tragedia de un hombre desafectado y suspendido por el duelo se vale de la carrera espacial para extender sus alcances y no al revés. Ser astronauta es el trabajo de un sujeto herido, y la película también se interesa por eso: por tornar, no cotidiano, pero sí pormenorizado, el curso del trabajo productivo implicado en la empresa espacial.

Ya que las elipsis que el director decide utilizar no pasan por alto una tarea que puede resultar tediosa, intrincada, complicada, y a veces tan monótona como sentarse a ver pasar el tiempo en una fábrica automatizada. Armstrong es un funcionario de la NASA que tiene la tarea de cumplir, junto con muchas otras personas más, con lo que le piden. Hay entonces una dimensión del trabajo humano, de la mano de obra y de quienes la ejecutan, que finalmente aparece involucrada en la empresa espacial.  El tema es que para Armstrong, para él, la vida está en otro lado. Estuvo en otro lado.

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Desde esa perspectiva, First Man se instala como un biopic contundente, cuyos códigos dramáticos se cargan usualmente de poderosa y portentosa poesía visual. Aunque también –y sobretodo– es una alegoría vívida sobre cómo el sujeto debe rodearse, codearse y padecer a maltraer los encuentros con la finitud de los afectos. En el fondo, Armstrong entona, estoico y altisonante, un profundo réquiem. Que no es otra cosa que la recuperación del mito de Antígona en clave moderna: la historia de un hombre que se escondió bajo de la gesta que otros se encargaron de inventarle. El retrato de un sujeto circunspecto, contemplativo e hiper-trabajólico cuyo único espacio posible por descubrir es aquella inmensidad que carga por dentro. De la cual nosotros, por lo demás, nunca conoceremos sus confines. Chazelle tiene el mérito y la astucia de invertir completamente la historia espacial de la gesta del Apollo: porque el espacio sideral está adentro de nosotros –o a veces entre nosotros–, y la Luna, al fin y al cabo, es el único lugar posible donde podemos, maltrechos por las vidas que nos arrebataron, descansar del ruido mundanal.

Conmovedora.

Reseña de First Man

First Man (2018, 142 mins.) Damien Chazelle, Estados Unidos
Ryan Gosling, Claire Foy, Kyle Chandler, Pablo Schreiber, Corey Stoll

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ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.