For Sama es un alegato por la absolución que es también la necesidad de testimoniar la ignominia. O la posibilidad de hilvanar dos asuntos que se perciben antagónicos pero que quizá no están siempre tan alejados: la disyuntiva entre permanecer o abandonar.
Convengamos que sentarse a ver For Sama va a ser, antes que todo, una experiencia que se definirá por el estupor. Así sin más. Y no sólo porque el documental se filma durante la efervescencia más cruenta de una guerra civil en ciernes, sino por la decisión deliberada de filmar, mayormente, en y durante dicha contingencia. Más allá de las operaciones de montaje y producción a las que su realizadora va a someter el material –que por cierto de encargan todo el tiempo de transmitir la urgencia–, nunca debe pasarse por alto el hecho de que la mayor parte de su rodaje se sostiene por todo lo que se filma como resultado de una circunstancia extrema.
Es abrumador, en ese sentido, pensar que For Sama no tiene que recurrir a los ejercicios reconstructivos de cierta memoria histórica, propios de otros registros que han abordado genocidios, catástrofes o beligerancias fulminantes –de los cuales The act of Killing (2012) sobre Cambodia, El silencio de los otros (2018) sobre España, o las epopeyas fracturadas de Patricio Guzmán, son registros ejemplares–. En efecto, a diferencia del trabajo con la memoria histórica, For Sama decide permitirse filmar con la prisa del propio presente: ese que todos los días sin parar nos recuerda lo que ocurre a propósito de los bombardeos interminables que se suceden, incesantes y aleatorios, a cada rato y en cualquier circunstancia del recorrido que su directora hace, cámara en mano, por las calles derruidas de Alepo en pleno siglo XXI. Lo anterior –filmar in situ– va a suponer una serie de problemas logísticos, personales y éticos en relación a las condiciones de producción del material en cuestión. Asunto que For Sama, por cierto, va a optar por no eludir. Dicha pretensión, que sostiene, por decirlo de una manera, la materia prima del documental, es quizá el mérito menos evidente pero más radical –y tal vez el más valioso– de lo que vemos exponerse ahí.

Volviendo al registro, partamos por una descripción somera. Waad al-Kateab es una mujer siria que comienza a vivir la veintena justo en el momento en que emigra para convertirse en estudiante de Periodismo en la Universidad de Alepo, capital de Siria. En medio de su trayectoria universitaria, estalla un conflicto que parte en dos su propia biografía: ante el estallido contra un régimen anquilosado –sostenido por la dinastía que encabeza Bashar al-Ássad desde el año 2000–, el descontento de algunos sectores sociales y la oposición desencadena una asonada de tensión y hostilidad entre bandos, cuyo punto más álgido se sitúa en el desequilibrio incesante en medio de la capital del país. La sucesión de enfrentamientos, manifestaciones y arremetidas del régimen, junto con la perpetuación del conflicto mismo, genera que, pocos años después, la ciudad sea sitiada a propósito de la pugna, en Siria, de actores que se disputan la hegemonía: el régimen, la oposición fragmentada, grupos escindidos y radicalizados, y también algunas potenciales nucleares foráneas: a favor o en contra de al-Ássad y de sus aliados. Todo esto cobra sentido a propósito de la calidad de enclave estratégico de Siria a propósito de su ubicación geográfica: Alepo, su capital, colinda con el sur de Turquía y Siria, asimismo, se localiza específicamente en unos límites nacionales circundados por El Líbano, Irak, Jordania y algunos enclaves históricamente disputados en Oriente Medio.
Cámara en mano, testigo del conflicto, al-Katead decide permanecer en la ciudad junto con un grupo de personas que tratarán, en la medida que el conflicto lo permita, de establecerse con algunos enclaves básicos de sobrevivencia a propósito de los efectos de un conflicto civil-militar violento. En este caso puntual, se nos filman los intentos de sus compañeros por levantar un hospital que permita, a los civiles entre los que ella se encuentra, hacerse cargo de ciudadanos heridos por un conflicto que los asume como víctimas sin importancia, a veces colaterales pero siempre invisibles para los bandos en disputa. En medio de esta vorágine, la realizadora se empareja y embaraza. Esperando una hija, al-Katead decide filmarse registrando los intentos de su pareja –médico y activista– para sostener un hospital en medio del caos. Junto con compartir, entre ambos, la decisión de mantenerse en Alepo con la hija que acaban de tener. For Sama, en ese sentido, es una declaración: una carta compungida y contradictoria donde la directora le explica, a quien titula el documental, las razones que implicaron su permanencia estoica en el seno de un lugar en ruinas.

En reiteradas ocasiones, la directora se filma en espejos de baños y cuartos, mientras expresa, con el cuerpo y la expresión, los embates del periplo que la tiene ahí: encerrada entre los bombazos de un conflicto que no eligió para ella, pero que para su hija todo el tiempo ella siente que sí. En ese sentido, la película se introduce –con coraje– en una decisión estrepitosa: mantenerse en la zona de conflicto, al cuidado de una primogénita que le dispensa cuidados permanentes e incondicionales. Justamente lo contrario que podrían anunciar, pontificar e instituir los mandatos convencionales respecto de las expectativas de una maternidad deseable o, más concretamente, cómo esto repercute en la propia responsabilización que al-Katead padece en cada plano en donde la vemos grabarse en silencio. Para la directora hay una cosa que no admite ambigüedades: hay una vida que está en los brazos de su hija, pero también hay otras que se escabullen y es necesario dar cuenta de eso. Es una decisión compleja, pero que también puede ser bastante sencilla. El costo de eso –de todo eso– es lo que vemos expresado en el registro.
La directora, además, reside en una ciudad que se resiste a abandonar por unas razones que en principio podrían sonar ideales, pero que después se transforman en otra cosa: en el deber de acompañar a quienes optan por resistir, en la invitación testimonial que la convoca a develar lo que sucede, pero fundamentalmente, en la interpelación por esclarecer el sentido de las razones que la tienen encerrada en un lugar al que llama hogar y en el que voluntariamente aceptó quedarse al cuidado de una persona que sólo escucha, como ella, ruido y furia. Hay un momento –maravilloso por la complejidad de lo que ahí se expresa – en donde al-Katead se cuestiona y cuestiona a un niño, hijo de otra familia que también decidió no irse, sobre las razones para quedarse ahí: el chico no lo tiene muy claro, aunque padece un poco la soledad que genera la lejanía de sus más cercanos ahora en el exilio. El asunto es que, a la directora, son sus padres quienes más la consternan: no solo por las razones posibles que pudiesen tener para quedarse, sino por la manera en que estos personajes son el reflejo de las propias motivaciones que ella sólo se limita a ejecutar antes que a reflexionar del todo. La guerra es puro ruido, y aferrarse a la permanencia pareciera la única estrategia posible para hacer frente al desamparo de un desarraigo a todas luces paradójico: voy a quedarme a resistir (¿y qué es de hecho resistir?) en un lugar que ya no es ni será el que fue o el que pudo, quizá, haber sido.

En este sentido, For Sama es un alegato por la absolución que es también la necesidad de testimoniar la ignominia. O la posibilidad de hilvanar dos asuntos que se perciben antagónicos pero que quizá no están siempre tan alejados: la disyuntiva entre permanecer o abandonar, en el fondo, se resuelve desde el cuidado que a los otros entregamos y al que nos entregamos. Una posición osada, ética y formalmente, porque sacude al espectador en torno a su posición, cómoda y parsimoniosa, sobre el mundo. Este es un aspecto relevante, por cuanto la exhibición directa del horror sirio de la que el filme hace gala presenta unas tensiones que al-Katead se encarga de exigirle al espectador: la discusión en torno a quiénes son los que deben representar el horror, cuáles son las razones por las cuales esto debe hacerse –y aun filmarse–, y qué tipo de convicciones sostienen la necesidad de seguir y permanecer donde uno está. Todas estas convenciones ciertamente incomodan a un espectador que las comienza a racionalizar justo cuando, en el hospital de emergencia que se filma, ensangrentado y colapsado por la entrada y salida de los heridos, una mujer con túnica negra pero iluminada por un rostro desolador, nos escupe con ímpetu: ¿Estas filmando? Pues sigue haciéndolo porque esto tiene que ser visto. Ante la posibilidad de poder obturar del lente el horror mismo, o de dejarlo fuera de campo como posibilidad evocativa, al-Katead decide plantear un ejercicio que testimonia lo que ahí sucede, a partir de una muerte que mira a los ojos en vivo y en directo.
En ese sentido, el horror de la guerra, con su atrocidad macabra precisamente por arbitraria, precisa que, bajo una racionalidad bélica y destructiva, se formule la representación de un dolor tal como, posiblemente, lo sienten quienes lo viven: desde el mismo lugar que ella. Cuestión que recuerda al combate performativo de Harum Farocki, quemándose con un cigarrillo en Fuego Inextinguible (1969) o, incluso, de Raúl Zurita o Pedro Lemebel, quienes laceran sus cuerpos para testimoniar lo indecible, o para denunciar lo problemático de banalizar, soslayar o marketizar la violencia. Justamente lo que la mujer en el hospital enuncia e interpela. Aquí nadie habla por otros, sino que son los sujetos concretos –participantes padecientes e indirectos– quienes están ahí para decir. Al-Khatead solo se limita a filmar, o a documentar el modo en que ella y su familia padecen y soportan. Sosteniendo en cada paso que optan recorrer, con la cámara al hombro, todo el peso de la decisión que los convoca.

Bajo esta pretensión, pareciera que nos dicen, no hay proporcionalidad en el dolor, pese a que quien decide filmarlo es un portavoz que tiene el deber de interpelar a propósito de lo que exhibe. For Sama, por todo esto, es un documental brutal: que interroga y que tensiona. Acaso la única posibilidad que la imagen tiene para poder hacer lo que no puede de hecho: representar materialmente el dolor que testimonia. Un triunfo en la más gris de las derrotas.
Reseña de For Sama
For Sama (2019, 100 mins.) Waad al-Katead y Edward Watts, Reino Unido
