Reseña: Free Solo – El abandono

De ahí se recoge el principal mérito que tiene Free Solo: utilizar la escalada de Alex Honnold como forma de reflexionar sobre la gesta y lo que éstas tienen de épico. O cómo los objetivos implicados en todo trabajo se entorpecen o estimulan cuando los acompañan personas que dependen de ello.

 

Es cierto, Free Solo parece demasiado un documental hecho por National Geographic. De hecho, lo es precisamente porque uno nota dicha denominación de origen casi en cada fotograma. Y no sólo en términos temáticos, sino que también en la manera singular que tiene de articular sus componentes: naturaleza, deporte extremo y esplendorosas vistas panorámicas que siempre empequeñecen a la humanidad. El sello NatGeo es tan poderoso que muchas veces hace que nos olvidemos, por un tiempo, del hecho que sus puestas en escena fueron armadas por cámaras y equipos numerosos y altamente sofisticados, o que sus viajes por la selva o el bosque son el resultado de presupuestos y logísticas meticulosas, estudiadas y ostentosas. En otras palabras, la franquicia hace posible, a veces de una manera muy ingeniosa, la síntesis ideal entre naturaleza y tecnología. O más precisamente, entre medioambiente y técnica.

Sin embargo, y pese a que Free Solo se arme bajo estas operaciones, va un poco más allá de su misma categoría. Lo vemos, por ejemplo, cuando el protagonista, Alex Honnold, discute con su equipo de producción/dirección las circunstancias que documentarán la filmación y registro de su peripecia: la escalada de El Capitan, formación rocosa de casi mil metros ubicada en el extremo norte del Parque Nacional Yosemite, en California. Honnold no es un tipo demasiado titubeante, aun cuando en esta circunstancia dude sobre la representación que de él hará el documental. Y no porque no le guste ser filmado, sino que teme que lo insegurice la situación logística de estar en cámara al momento de la escalada. El escalador duda porque sabe que la cámara no es transparente sino que influye en lo que representa. En este caso, en él. Frente a una instancia en donde la más mínima equivocación, la más sutil intervención o la más delicada intromisión –o sensación de distracción– puede acabar con la vida de un sujeto que tiene el atrevimiento de escalar sin apoyos ni ayudas ni cuerdas. Desnudo ante la espectacularidad escandalosa de su tarea.

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Quizá deberíamos haber partido por ahí, por la excusa insólita que el documental pone en evidencia, a partir de un personaje cuya proeza se nos aparece como realmente extraordinaria. Honnold es un ejemplar de montañista escaso, una especie que escala todo tipo de montañas sin ningún tipo de artefacto que le permita sostenerlo ante algún error. El solo climbing, de hecho, consiste en eso, en escalar desprovisto de cuerdas, arneses o equipamiento suplementario alguno. Y lo espeluznante en este caso puntual no es que Honnold no se valga de equipamiento, sino que lleve años sin hacerlo. El documental, de hecho, nos pasea por la trayectoria extrema del protagonista: por sus entrenamientos en los montes de Marruecos, o por los sucesivos números de la revista NetGeo que lo tienen de portada; donde el alpinista se acompaña de planos que revelan, en su insignificancia, la inconmesurabilidad del paisaje montañoso y sus pináculos escarpados frente a los cuales, hasta el momento, Honnold siempre sale airoso.

Los directores –el tándem de Jimmy Chin y Elizabeth Chai Vasarhelyi– componen un documental que recoge aspectos habituales de la epopeya de su protagonista, como la preparación previa, los antecedentes biográficos del personaje y las dudas intrínsecas del desafío. En ese sentido, además de una historia que podría sostenerse en la mera peripecia, se nos cuentan los pormenores de ella, pero también el modo como estos detalles nos parecen meros ornamentos que orbitan indefensos alrededor de la impronta del protagonista.

Más allá del equipo fílmico que lo sigue y la pareja que lo secunda en parte de su viaje, Alex Honnold se nos presenta como un personaje introvertido, disciplinado y  enigmático. Y mayormente desafectado, como si la soledad en la escalada fuese el único recodo de comodidad de un hombre que asume el riesgo como un lugar, paradójicamente, de cobijo. Honnold es un sujeto que transmite cierta distancia complementada por la articulación torpe de sus frases apresuradas. Que descree de ciertos afectos y que posee la aptitud infrecuente de poder sustraerse ante la carga subjetiva de la tarea que se encomienda.

Entonces, la escalada de El Capitan, pareciera decirnos, sólo puede ser posible en la medida que se plantee como cualquier otra. Lo que sin embargo no le quita que sea un trabajo minucioso en donde cualquier error es, por cierto, fatal. Y de ahí se recoge el principal mérito que tiene Free Solo: utilizar la escalada de Honnold como forma de reflexionar sobre la gesta y lo que tiene de épico. O cómo los objetivos implicados en todo trabajo se entorpecen o estimulan cuando los acompañan personas que dependen de ello. Al sujeto se le puede ir la vida en la escalada, pero pareciera ser que la única manera de que pueda hacerlo posible es no depender subjetivamente de nadie. Ni que nadie, a la vez, dependa de él. Porque a 900 metros sobre el nivel del mar uno sólo está –y debe estar– con uno mismo para salir indemne. En ese sentido, los ornamentos que sostienen la tarea, necesarios en toda escalada, devienen metáforas de aquello que nos sobra, de lo innecesario que para esta tarea resultan los accesorios. En este caso, los afectos de una pareja o un equipo de filmación, que incluso padecen su propio desafío. La pregunta que instala esto es brutal: ¿Es necesario contar con soportes cuando llevas años haciendo lo mismo sin necesitarlos?

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Lo anterior sugiere algo así como una educación espartana, cierto código ético que entiende los objetivos como fenómenos que demandan austeridad, contemplación, abandono y dedicación absoluta. En ese sentido, la escalada desnuda de El Capitan podría ser cualquier tarea que demanda un control exhaustivo y desapegado de lo que implica o los efectos que de él se derivan: una forma completamente ritualizada de conservar la sangre fría. Desde dicha perspectiva, la vida y la  muerte sólo pueden ser atravesadas a través de un ejercicio meditativo que las pondere como lo que son: accidentes o circunstancias aleatorias.

Más allá de eso –de las posibles lecturas de su peripecia–, Free Solo es también un ejercicio estimulante de desafío al espectador. Tal vez esa frase repetida sobre las secuencias no aptas para cardíacos aquí se aplica a un clímax que francamente desespera a cualquiera. El documental se sabe inaudito y aprovecha eso para transformarse en un desafío armado con suspenso, o en una manera astuta y efectiva de jugar con el espectador a propósito de la tensión de que el sujeto, en verdad, caiga al precipicio.

Y bueno, por otro lado, también podría reclamársele a Free Solo que, en su calidad de documental de deportes extremos, se vuelva una apología al nada es imposible o al querer es poder, consignas útiles aunque simplistas en torno al rendimiento deportivo o al trabajo subjetivo que se encuentra tras él. Pero, tal vez, su mejor versión sea esa que encuentra en Honnold a un sujeto cerrado en sí mismo, dentro de su casa-camioneta, comiendo vegetales salteados desde un sartén de teflón, pensando en su tarea como un trabajo más, independiente de lo que nosotros pensemos de él. Como una tarea para la cual no es necesario acompañarse de nada más que la propia voluntad de poder. A partir de la cual es perfectamente posible avanzar, escalar, funcionar y seguir adelante, literalmente, como si nada hubiese pasado. Eso no es menor.

Reseña de Free Solo

Free Solo (2018, 100 mins.) Jimmy Chin, Elizabeth Chai Vasarhelyi, Estados Unidos

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ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.