Reseña: Hater – Suspenso torpe

Hater vuelve sencillo o hace traducible, y narrativamente disponible, el escurridizo lenguaje de la web -al menos para el género que utiliza-, pero no está a la altura de la contingencia que investiga.

Uno de los sorpresivos lanzamientos que Netflix ha venido promocionando en el último tiempo en su parrilla programática es Hater. Un thriller polaco que sorprende, en primera instancia, por el tratamiento de cuestiones actuales en el marco de un sub-género que podría perfectamente denominarse “post-Black Mirror”, pero que también llama la atención a ser un producto de exportación de la filmografía de un país que no necesariamente se encuentra en la primera línea de las películas que el servicio de streaming compra y lanza al mercado. En este sentido, hay dos aspectos que hacen de esta película una novedad interesante e inusual: el guiño explícito a la década actual, y tener a Polonia como nicho de producción más allá de la Europa mediterránea.

Sin pasar por alto la reciente polémica en torno a otro filme polaco lanzado hace unos meses –la deslavada 365 (2020) que se coló por semanas en el ranking de Netflix– o la reciente nominación de Corpus Christi (2019) –del mismo director de Hater, Jan Komasa– al Oscar extranjero, lo cierto es que Netflix al parecer ha decidido invertir o abrir su modelo de negocio, en este caso, a lo que pueden ofrecerle naciones con filmografías emergentes.

Ahora bien, más allá de esto ¿qué sucede con la película en cuestión? En primer lugar, el thriller de Komasa asume la tarea de mirar alrededor –el presente hiperconectado– para filmar un asunto que lleva un tiempo considerable en el tapete, siendo un punto generalmente álgido de las discusiones políticas, y que ocasiona acalorados editoriales periodísticos e interminables controversias en redes virtuales, a saber, los peligros de la relación potencialmente corrompida entre política e internet. A propósito de que la película rastrea el ascenso de tribalismos que ven, en la supuesta libertad de la web, una posibilidad real para asestarle el golpe de gracia a unas democracias blandengues que se abren a multiculturalismos que son vistos como la más intolerable señal de decadencia de una Europa blanca, heterosexual y cristiana. Asumir el presente como excusa narrativa para armar una ficción, en este caso, siempre entraña los riesgos de envejecer mal, volverse parodia o restringir la mirada a lo que se encuentra más a la mano.

Desde este punto de partida, la película tiene a Tomaz (Maciej Musiałowski), su protagonista, consolidando el interés de inmiscuirse en reuniones en donde, para su desgracia, no lo han invitado. Insistentemente dejado de lado de los lugares en donde se deciden las cosas importantes –cuestión fundamental para el orgullo masculino mancillado– el personaje se las ingenia para poder salirse con la suya echando mano de los recursos disponibles que ofrece la tecnología y que él parece conocer muy bien. En paralelo a una existencia seca, aséptica y minimalista, Tomaz habitualmente recurre a subterfugios en los cuales pone en juego su desplante o la pretendida seguridad que demuestra ante un público seducido por su impronta.

Sin embargo, esta característica –que podría constituir el rasgo principal en la caracterización de un personaje impreciso y a ratos deslavado– no es del todo suficiente para que nuestro protagonista, como decíamos, cumpla con su objetivo. De hecho, la mayor parte de las veces en que, durante la película, ocurren intercambios o interacciones entre Tomaz y los otros, estos últimos, los personajes a los cuales él engaña –porteros demasiado confiados, anfitriones de eventos artísticos en exceso principiantes, voluntarios distraídos en los comandos de campañas políticas–, tampoco hacen demasiado por no ser engañados: quizá no tengan muchas ganas de sostener una disputa que nuestro protagonista, por lo demás, parece tan dispuesto a defender. Esta dinámica, que podría hablarnos de un mundo desafectado en donde la gente que le cree a los charlatanes lo hace porque pierde tiempo e interés mirando sus teléfonos, en esta película es más bien el lamentable facilismo de un guion que pierde credibilidad porque, a la larga, le hace todo fácil a su personaje en vez de hacernos creer que es su personaje el que simplifica las cosas a su antojo. Esta cuestión se reitera más veces de las que podría ser necesario, convirtiendo, a Hater, al menos en lo que a narración corresponde, en un ejercicio a ratos irregular, que no resulta consistente en los mecanismos internos que articulan su suspenso.

Dejando esto de lado –intentando dejarlo de lado– la película sí articula con mayor astucia otros de sus recursos: salvo algunos momentos puntuales y más bien introductorios de cámaras demasiado obedientes del curso dramático (tomados seguramente del telefilme), la película concatena el universo virtual/on-line de una manera ágil y que confía en el aporte que puede tener, por ejemplo, incluir un boicot corporativo montado por Instagram, la conversación mediada por un juego en línea, o los artificios fraudulentos que en minutos se inventan por Facebook. Dichos asuntos aparecen dosificados en su justa medida, y ofrecer una continuidad narrativa que habla, podría uno pensar, de que se puso especial atención a estos mecanismos, detectando la utilidad que pueden no sólo darle a la trama, sino que a la historia en tanto exponente de una forma de sostener la comunicación virtual y de respaldar desde ahí algún tipo de fraude. De todas maneras, cuando un thriller desplaza el interés desde el suspenso a la suspicacia por los mecanismos con los cuales lo construye, algo debe estar pasando.

En ese sentido, Hater vuelve sencillo o hace traducible y narrativamente disponible el escurridizo lenguaje de la web –al menos para el género que utiliza–, pero no está a la altura de la contingencia que investiga, puesto que tropieza con una cuestión que debería ser muy importante: cómo hacer que no terminemos anticipando los conflictos a la mitad de la película. Al fin y al cabo, que dé con una manera de componer no una película más realista, sino una que más bien juegue realmente con las preguntas que tanto celo su personaje coloca en resolver.


Hater (Hejter)

Director: Jan Komaza

Guion: Mateusz Pacewicz

Fotografía: Radosław Ładczuk

Elenco: Maciej Musiałowski, Vanessa Aleksander, Danuta Stenka, Agata Kulesza

ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.

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