Reseña: Hustlers (Estafadoras de Wall Street) – Repensar el lugar de los hechos

Hustlers es una película ingeniosa, habilidosa en su representación, crítica de lo que se atreve a criticar, e interesante al profundizar y recuperar una nueva versión de aquellas historias de amor y desamor entre personas que se quieren, pero que a veces, sin quererlo demasiado, terminan dejando de hacerlo.

Sin pensarlo demasiado, uno podría sospechar de entrada que Hustlers es una película que solo funciona como excusa para tributar a la súper estrella latina que las oficia de productora. Muy por contrario: lo bueno es que no es –tan– así. Porque, de hecho, y deliberadamente dentro de la narración, a su financista se le otorga un lugar más bien de acompañante. Jennifer López, la productora, coreógrafa, cantante, actriz, filántropa y compositora, en esta ocasión decide tomar palco. Por lo tanto, los asuntos que nos debiesen importar a efectos del avance de la trama de esta película no tienen que ver con López sino que, lógicamente, con la protagonista: Destiny (Constance Wu). Es a partir de su punto de vista, preponderante, que cobra sentido la mayor parte de la historia que se nos presenta: precisamente porque la película es de hecho el compendio testimonial al que Destiny se retrotrae a partir de la entrevista que se encuentra concediendo.

Ahora bien, partamos por el hecho de que el primer plano de Hustlers tiene a Destiny en su centro: inescrutable, la protagonista se mira a sí misma a través de un espejo cuyo reflejo nos devuelve, además, el detalle panorámico del camarín donde ella, junto otras mujeres, se preparan para salir hacia una escena oculta pero de la que nos llega cierta música atronadora, filtrada por las paredes y el ruido del lugar donde la cámara nos coloca. Destiny, convengamos, no es actriz y aparentemente está lejos de serlo. Aunque algo de ello tenga el trabajo para el que se prepara: su tarea consiste en hacerse notar cada noche en el stripclub relativamente exitoso en el que se encuentra. Un lugar en donde otros se divierten mientras que ella trabaja al ritmo de una jornada que termina al amanecer.

Este enclave constituye un espacio que la película configura de un modo interesante: el club nocturno es un punto de partida y no un lugar de llegada. De hecho, el camarín donde Destiny se prepara para exhibirse como deseable constituye el backstage de un lugar que habitualmente se representa como un espacio banal al que sus contertulios poderosos y trasnochados sólo llegan, literalmente, a desfallecer. Es interesante este viraje porque que llena de contexto y contingencia al cabaret, haciéndolo habitable para sus trabajadoras, y también porque coloca el eje de la representación en quien ofrece el servicio y no en quien lo contrata. Por lo tanto, se subvierte un cierto tipo de orden en la articulación de lo que se muestra: el baile del stipclub es ante todo un trabajo, y el oficio de bailar sobre un escenario es el resultado detallado de una dedicación meticulosa preparada con antelación y altas dosis de técnica.

En el fondo, Hustlers reivindica la posibilidad de que podamos posicionarnos en un lugar que, por decirlo de alguna manera, mayoritariamente –y salvo puntuales excepciones en Hollywood– ha sido representado más desde sus entusiastas asistentes que por sus perspicaces funcionarias. En ese sentido, no es extraño que Jennifer López, a partir de una película como esta, decida entrar en escena: porque el escenario es y ha sido su fuente de trabajo antes que otra cosa.

Por lo tanto, Hustlers, como propuesta de representación, descansa con ingenio y soltura a partir de esta propuesta: la de delimitar, o al menos contentarse con exhibir, otra versión del cabaret que siempre nos presentan como un decorado incidental al servicio del deseo y el desenfreno patriarcal. En ese sentido, no hay que olvidar que su inspiración directa –una noticia convencional en las páginas del New York Times–, la financista principal, su directora y el guión que la articula, tienen de hecho a mujeres como ideólogas directas: en el caso de quien sostiene la cámara y escribe la historia, Lorene Scafaria. Este dato es relevante porque da cuenta del interés que la película tiene en proponer un lugar de enunciación específico y alternativo al cine-con-strippers tradicional que, por cierto, tiene mucho del Bada Bing! de Los Soprano (1999-2007), ese contubernio siempre desértico, cuasi-clandestino, en donde Tony Soprano y sus secuaces deliberan sobre la vida y la muerte de sus desdichados enemigos, mientras un par de mujeres, seguramente eslavas, no dejan de bailar cansinamente al son de una música que nadie escucha sobre un escenario que nadie ve.

Por lo tanto, la propuesta narrativa de Scafaria se define desde las mujeres que lo comandan y lo que éstas tienen para decir respecto de su oficio: estimular, exhibir y, en este caso, también estafar. A propósito de un arte pródigo en sofisticación formal, extenuante y precarizado en términos de jornada laboral, y profundamente performático en términos de lo que sugiere todo el tiempo. Ya lo sostiene una de sus personajes en las bambalinas tras el escenario: en torno al sexo como rubro, el placer es desplazado y el descanso es anhelado. Y solo sobreviene cuando, por fin, la cama permite dormir y nada más.

En esa misma línea, la posibilidad de recuperar el lugar de la representación permite también pintar al yuppie neoyorkino como las verdaderas y legítimas vedettes del mercado: sujetos indiferenciados y perfectamente intercambiables; acaudalados, ingenuos, displicentes, demasiado confiados, habitualmente borrachos, y apoltronados en esos sillones desde donde sólo sacuden sus adormiladas extermidades en la medida que estas les permiten sujetar y sacudir los billetes que esparcen por todas partes.

Más allá de lo que puede tener de corrosivo, disidente o repetitivo el ejercicio fílmico, la manera como Scafaria compone el plano y el montaje resulta novedosa, puesto que se entretiene a partir del eje pasivo-activo que se articula en la relación de poder que coloca en la relación de la stripper con su cliente. Y ahí, en esa relación utilitaria, tal vez el elemento más interesante tenga que ver con la dimensión del trabajo visible en tanto posibilidad performática. Desacralizando pero al mismo tiempo llenando a la stripper de una subjetividad que le permite quejarse de la sucesión de pavoneos, disfrutar de ser artífice de su impostura pagada por el goce empresarial y masculino –asunto controvertido para ciertos feminismos que esta película se ahorra abordar–, y decidir, o al menos restituirse, el control soberano de la propia corporalidad y sus efectos. Todo lo anterior, por cierto, bajo la mirada atenta del omnipresente Wall Street y todo lo que la lógica neoliberal permite y estimula. Y que la película, desafortunadamente, tampoco tiene el interés de abordar ni menos contradecir. En ese sentido, Hustlers elige sus batallas: aborda las dimensiones de poder dentro de la economía del placer, subvierte los tópicos y densifica el territorio del stripclub, da vuelta un par de convenciones. Pero toca muy tímidamente el sistema que sustenta los cruces entre todas esas temáticas.

Fuera de eso, Hustlers también es la historia sobre un vínculo: sobre los vínculos que se establecen y los embates históricos, económicos o circunstanciales que estos deben soportar. En ese sentido, es una película fraterna pero no por eso familiarmente empalagosa, ya que parte de los vínculos que desarrolla, por estrechos que estos nos parezcan cuando, por ejemplo, festejan la Navidad, siempre albergan un asunto indiscernible, una incógnita en torno al por qué se mantienen sólidos, en qué momento dejan de serlo, y, fundamentalmente, qué explica que todo el tiempo estos amenacen con desintegrarse con tanta violencia. En ese sentido, hay una cosa inescrutable y misteriosa que oprime a Destiny y atormenta a Ramona, una Jennifer López que esta vez puede no sólo exponer, en estado de gracia, la técnica del arte en el que dicta cátedra, sino que también logra encarnar un rol ubicuo y resuelto que le permite lucirse, pero también dejarle un espacio al vacío misterioso que gobierna sus acciones. Concatenando en Hustlers una actuación sopesada, fresca, contradictoria y ciertamente efectiva.

Con todo, acompañada de un montaje narrativo de articulación causal pero desperdigado en saltos temporales, movilizada por una banda sonora vigente aunque majadera, y pródiga en eficaces fragmentos de fraternización, podríamos decir, casi gremial, Hustlers es una película ingeniosa, habilidosa en su representación, crítica de lo que se atreve a criticar, e interesante al profundizar y recuperar una nueva versión de aquellas historias de amor y desamor entre personas que se quieren, pero que a veces, sin quererlo demasiado, terminan dejando de hacerlo.

Reseña Hustlers (Estafadoras de Wall Street)

Hustlers (Estafadoras de Wall Street) (2019, 104 mins.) Lorene Scafaria, Estados Unidos
Constance Wu, Jennifer López, Lili Reinhart, Julia Stiles, Cardi B

ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.