Reseña: Knives Out (Entre navajas y secretos) – Curso de misterio: Aprobado

¿Qué aporta Knives Out más allá del homenaje? Lo cierto es que Johnson entiende que las recetas son sólo prescripciones para hacer otras cosas con ellas. Por lo tanto, se despacha una historia trepidante que despega en la medida que logra exponer, por difícil que termine sonando, todo un imaginario detectivezco muy propio de la novela de principios del siglo XX.

Por casi un siglo la novela de detectives ha venido ocupando, con justicia y sin rivales, tanto el tiempo como los espacios de toda esa gente que recurre a ella para hacerse, entre otras cosas, soportable la distancia. Hijos predilectos de la Modernidad, los transportes, primero en tren y luego en avión, fueron prodigios técnicos que permitieron reducir enormemente las distancias aunque no lo suficiente para hacerlas desaparecer. Porque mientras el tren se mueve y el avión viaja más rápido de lo que imaginamos, las personas que los usan sólo siguen ahí, aparentemente sin moverse de sus asientos: gastando un tiempo que ven que les sobra.

Es interesante, en este sentido, que una escritora como Agata Christie decida, en Asesinato en el Orient Express (1934), situar la trama de su novela sobre los límites de un tren: un lugar en el que, bajo su movimiento acompasado y permanente, muchos de sus pasajeros leerían sus libros si les tocase estar ahí. Dicho atributo nada tiene que ver, como podría pensarse, con hacer del género detectivesco un pasatiempo circunstancial para pasar el rato, sino que tiene que ver con el efecto placentero e incandescente del misterio por resolver en la mente de la gente. Dar con un culpable –desde Sherlock Holmes hasta Scooby Doo– es una aspiración que tranquiliza: un ejercicio perfecto en la medida que permite llenar el espacio que la misma trama se encargó de entretejer. En definitiva, es poder y lograr ser capaz de cerrar lo que, a propósito de la vida misma, tantas veces no se puede resolver. Tal vez por eso una película como Zodiac (2007) ha envejecido tan bien: porque planteó la posibilidad de que un crimen sin resolver sea justamente una forma de cerrarlo.

Knives Out, desde su trabajado prólogo, tributa en cada plano de la pretensión de asumir que lo que el cine exhibe es una entretención pasajera, pero también una forma habilidosa de abordar el paso del tiempo: encargados como se encuentran los contadores de historias de complacernos al cerrar lo que todo, claramente, termina por encajar. Más allá de este determinismo mágico, la película en cuestión supone el desafío de actualizar, o al menos no prostituir, las enseñanzas elementales de Christie: cuestión que el director de la película, que en este caso también la escribe, resuelve como un alumno aplicado que es capaz de no olvidarse de las lecciones, aunque también proponiendo algo distinto a partir de dicho material original. Como si, en el fondo, la mejor manera de volar lejos sea pensar primero en la tierra que sostiene esas mismas intenciones.

Es muy probable que Rian Johnson –un director sagaz que hace años filmó Looper (2012) pero que sus hijos recordarán más bien por Star Wars: The Last Jedi (2017)– se haya llenado de presupuesto, redes y estatus para dar forma a una película que muy seguramente si no tuviese el elenco que tiene, habría sido una digna película pero nada más ni nada menos. Cuestión que, de paso, también habla del efecto que tiene el orbitar alrededor de una franquicia exorbitantemente rentable para todos los que la hacen crecer. Pareciera que para Johnson (o para cualquiera), jugar en un equipo muy famoso es, por cierto, la mejor aduana: la forma posible para materializar después cualquier capricho medianamente viable.

En este caso, la historia puntual no implica, a priori, nada tan extraordinario. Una casona en Philadelphia, propiedad de un escritor de novelas de detectives que se venden por millones, es el escenario de una muerte. Johnson no se ahorra detalles, ya que nos lo dice en cada antigüedad que se digna a filmar: en ese sentido, su talento es más bien el pragmatismo con el que nos cuenta, más allá de las dependencias de un lugar perfectamente inspirado en Clue, lo que pasa en virtud de los accesorios de una casa pródiga en menudencias. En ese sentido, el afán detallista de Johnson se decanta por un juego astuto y nada forzado sobre la manera de componer los planos, la forma de exhibir sus componentes, y lo que finalmente termina ocurriendo ahí: la irrupción de una muerte que tal vez esconde algo.

De ahí en adelante, como el género nos lo dicta, es necesario presentar, de una manera didáctica y secuencial, pero necesaria para articular los mecanismos del género, a los personajes que circulan en torno a un deceso que también parece crimen. Así las cosas, emerge un elenco bastante generoso en las más variopintas excentricidades: dependencias tecnológicas, maquiavelismo recalcitrante, conservadurismos involuntarios y una que otra corrección política no tan bien disimulada. Un crisol tal vez sólo comparable al de Gosford Park (2001), quizá otro ejemplar del mismo tipo y con similar ambición.

Generalidades aparte, lo cierto es que bajo convenciones tan sólidamente articuladas, sólo es posible ofrecer un escenario preciso para el lucimiento de quienes sepan y se sepan a la altura del momento: un detective-asesor con abolengo o una hija viperina y veleidosa son personajes meritorios que giran alrededor de una fauna interpretativa bien ensamblada aunque, por cierto, no necesariamente calibrada. Cuestión que vemos por ejemplo en el desequilibrio que se genera entre el deslavamiento absoluto del personaje de Chris Evans versus la expresividad de una Ana de Armas que tal vez recién adquirió consciencia plena de sus atributos interpretativos.

Ahora bien, ¿Qué aporta Knives Out más allá del homenaje? Lo cierto es que Johnson entiende que las recetas son sólo prescripciones para hacer otras cosas con ellas. Por lo tanto, se despacha una historia trepidante que despega en la medida que logra exponer, por difícil que termine sonando, todo un imaginario detectivezco muy propio de la ficción detectivesca de principios del siglo XX, trasladado a un contexto contemporáneo que discute sobre ideologías e identidades, y que se abre hacia todas esas formas novedosas en que las sociedades actualmente se trabajan a sí mismas. Y que va mucho más allá del desafortunado intento por otorgarle profundidad y contexto al único personaje deliberadamente migrante: un sujeto que, a ojos del espectador norteamericano y de lo que la película le dice a este, tiene mérito, agallas y dignidad, pero que sólo habla español para finalizar las frases que dice. Como si hablar español aun fuese una especie de onomatopeya curiosa. O como si ese idioma, el segundo más hablado allá, sirviera más para rematar chistes que para contarlos. Es un asunto que la película recoge pero que, en este caso, aun queda al debe.

Por suerte Johnson, contrario a lo que podría pensarse, tiene oficio para contarnos una historia de detectives enrevesada, fresca y ágil. Meritoria en lo técnico, y que logra hacer bien dos cosas: respetar el material original (en sus convenciones, códigos y pretensiones) pero también utilizando ese material como punto de partida para profundizar aspectos de su propio tiempo y sociedad. No inventa nada, claro está, pero al menos difumina el tiempo en que que pasamos viendo cómo se urde una trama que despierta nuestro interés, por cierto, más allá de lo que nos dice al final. Y que permite que el espectador, a propósito de la sonrisa conforme con la que termina viendo los créditos, se pregunte cómo fue posible introducir esos aspectos de la problemática actual de un país dentro de un género que, para estrechos de mente, sólo serviría para llenar las repisas de ofertas en los aeropuertos internacionales. Una película que no necesita destellar demasiado para ostentar, modestamente, los confines de su propio brillo. Enhorabuena.

Reseña de Knives Out (Entre navajas y secretos)

Knives Out (Entre navajas y secretos) (2019, 130 mins.) Rian Johnson, Estados Unidos
Ana de Armas, Daniel Craig, Toni Collette, Christpher Plummer, Chris Evans, Katherine Langford.

ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.