Reseña: La vieja guardia (The Old Guard) – El mundo sin fin

La vieja guardia, tándem que titula una película que muy seguramente tenga secuela, claramente, cumple al presentar la historia de unos tipos que llevan mucho tiempo cargando una cruz y que, al fin y al cabo, cumple su cometido en la medida que dicha debacle puede ser entendida por un espectador que empatiza con esa forma de existencia.

Ya desde los inicios más tempranos del siglo XXI, empezaron a proliferar centenares de películas cuyas tramas recurrían a la misma combinación de temas que en ese entonces podían resultar novedosos: que la CIA, que las fuerzas especiales, que los misterios de Oriente, que los desiertos en filtros sepia y que los terroristas talibanes sedientos de venganza. Bajo dichos motivos, cabe señalar, casi siempre el emisario justiciero de Occidente se volvía el encargado de acaparar con su presencia el centro mismo de la narración. Esta tendencia, en sí misma, podría ser problemática, pero es más bien un signo de los tiempos. Sin embargo, definitivamente se vuelve errática cuando los motivos que se entremezclan se repiten a cada tanto como parte de la misma secuencia que los utiliza para narrar. La cuestión, como decíamos, a veces se entiende en la medida que dichos asuntos garantizan la identificación de la mayoría de quienes compran las entradas o pagan de suscripciones con el material que se consume, pero también asegura una cuestión que en términos prácticos nunca debe considerarse como resuelta. En este caso, cómo poder salir de las fórmulas conocidas con un grado tolerable de dignidad.

A propósito de esta cuestión, ¿Por qué La Vieja Guardia comienza de una manera tan insistentemente desabrida? Más allá de la inspiración de la película en un cómic que seguramente inscribe la historia entre estos temas, el tedio del primer acto del filme en cuestión tiene que ver exclusivamente con la majadería deslavada que se señalaba en un principio, y que vista dos décadas después la verdad es que hostiga un poco. En este caso, el filme comienza luego de que Andy (Charlize Theron) y Sebastian (Matthias Schoenhaerts), una parte de sus protagonistas, se revelan como una suerte de cofradía de espías que, ya retirados de las grandes operaciones, finalmente se reúnen para hacerse cargo de una nueva misión. Concretamente, la cámara nos los presenta discutiendo con un emisario norteamericano acerca de la posibilidad de volver al trabajo, mientras disfrutan un refresco sentados a la sombra en las afueras de un mercado abarrotado en una ciudad marroquí. Afortunadamente, la película y sus personajes salen a tiempo de ese entuerto de thriller trasnochado cuando la película, ya contenta con introducir su conflicto y entregar cierta dosis de información relevante a la audiencia, recurre a un giro que refresca lo que vimos al inicio. Tal vez ése sea el momento en donde debiésemos convenir que La Vieja Guardia comienza

Ciertamente, la última película de Gina Prince-Bythewood, es una apuesta que mejora cuando abandona uno de los tres ejes en los que basa sus conflictos dramáticos. Mientras comienza siendo una película más de espías que son sacados de su jubilación aparentemente voluntaria, su desarrollo adquiere mayor fuselaje cuando se introduce sin tanto pudor en el género icónico y redituable de estos tiempos: el género de los problemas que les conllevan a los súper-héroes sus súper-poderes. Con los cuales, dicho sea de paso, se relacionan de manera ambivalente. En una lógica que ya han explotado las sucesivas entregas de los Hombres X (2000, 2003, 2006/2011 y 2014, 2016, 2019) o recientemente apuestas como The New Mutants (2020), en este caso, se vuelve a recurrir a la explotación de claroscuros que vuelven, a sus protagonistas, salvadores de un mundo que miran de reojo. Sujetos psicológicamente atormentados por la condición marginal a las cuales los someten las responsabilidades involuntarias de cargar con un poder que los sobrepasa. 

Desde este punto de vista, los personajes de La Vieja Guardia recuperan ese espíritu con sobriedad, fraternidad y verborrea comedida para embarcarse en una aventura que resulta correcta en aspectos como el uso del humor (que es menos pomposo y premeditado que el de sus parientes lejanos de Marvel), y que, por otro lado, los sumerge en los pantanos de la propia condición, la cual padecen, y al misterio que de hecho la rodea, al que se referirán de manera dosificada en el transcurso de la historia y que tal vez funciona como mecanismo que genera, para algunos, cierto suspenso que es bienvenido. La vieja guardia, tándem que titula una película que muy seguramente tenga secuela, claramente, cumple al presentar la historia de unos tipos que llevan mucho tiempo cargando una cruz y que, al fin y al cabo, logra su cometido en la medida que dicha debacle puede ser entendida por un espectador que empatiza con esa forma de existencia.

Por lo tanto, la película entretiene por efecto del interesante dinamismo de la aventura que les coloca a sus protagonistas –un escuadrón que literalmente carga con la Historia en sus espaldas–, precisamente cuando tienen que resolver el problema que esta entrega les coloca como encrucijada: lidiar con un villano a veces empaquetado que, en una sutil ironía con los tiempos que corren, se entusiasma con hacer a la humanidad invencible. Una cuestión que, una vez más, rememora a veces demasiado a los Hombres X y en general al género de los mutantes, pero que no alcanza a desconcertar, porque tal vez es capaz de hacer otras cosas con ese mismo asunto, y porque a la larga ensalza sus diálogos con un oficio que logra que nos olvidemos de otros que tal vez con más recorrido terminaron hablando de lo mismo. En ese sentido, se preocupa de develar otros asuntos alrededor de esta forma de tragedia. 

Y bueno, ¿Cuáles serían estos? Pues indagar en la inexorable inmortalidad de quien está, digámoslo así, más allá del tiempo. Los personajes de La Vieja Guardia tienen el atributo ingrato de haberlo visto todo, y de precisamente conformar una comunidad que se entiende al alero de esta capacidad que no les explicaron y que cargan, las más de las veces, a regañadientes. Bajo este contexto, tal vez lo más interesante tenga que ver con este tercer eje narrativo: la cuestión del súper-poder de no poder perecer. En el fondo, la trágica encrucijada de que el mundo en donde se vive de manera imperecedera, se vuelve, por efecto de no poder abandonarlo, una gran e insondable cárcel: una cuarentena que no parece interminable sino que lo es. Considerando esto, la finitud, a fin y al cabo, no es para quienes salvan el mundo, porque no les garantiza algún tipo de salvación accesible, ya que a ése lugar anhelado no pueden acceder por no regirse sus vidas al compás del tiempo cronológico. En este sentido, la vida se les vuelve, por desgracia, la más pura y desnuda sobrevivencia. 

Es una puesta en escena interesante que también introduce el problema del duelo, y la condena que significaría padecerlo siempre, por no poder volver al lugar en donde supuestamente nos esperan quienes partieron. Y bueno, para una película que ciertamente se ve un fin de semana, y que no tiene la pompa ni la ambición de pretender ser Blade Runner, un refrito que reemplace a los Avengers o al Jocker de turno, al menos cumple con la intención de dejar la cuestión de la (in)finitud flotando en el aire.    

La Vieja Guardia (The Old Guard)

Director: Gina Prince-Bythewood 

Guion: Greg Rucka

Fotografía: Barry Ackroyd

Elenco: Charlize Theron, Matthias Schoenhaerts, Chiwetel Ejiofor, Kiki Lane, Luca Marinelli

ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.