Reseña: La viuda (Greta) – Hasta en la sopa

Más allá de los códigos habituales de un thriller que efectivamente cumple, los antecedentes del director irlandés hacen extrañar, y más aún, desconciertan en una película así. Porque perfila a un espectador que, más dubitativo que efectivamente sobrecogido, se pregunta en qué momento, y en qué lugar, se perdió el rumbo y el destino de la acción.

Apenas comienza el segundo acto de La viuda, cuando asistimos a la inexplicable metamorfosis que sufre una impenetrable Isabelle Huppert, la película se fractura y comienza a contar una historia demasiado distinta de la del principio. O tal vez cuenta lo mismo, pero el tono nos dice otra cosa.

Esta aprensión –que en principio podría pecar de quisquillosa– no tiene que ver con que sea necesariamente imperdonable que las películas vayan cambiando a medida que avanzan las historias que cuentan. El cambio, por lo demás, siempre es lo único constante. El tema es cuando, de manera sigilosa aunque grosera, se terminan planteando asuntos que no lo que esperábamos, pero tampoco nos sorprenden en el buen sentido del término: aquí más bien desconciertan. Por poner un ejemplo un tanto rebuscado, La viuda deja la sensación que uno podría sentir al tomar un ascensor esperando aparecer en un tercer piso. Que por una razón extraña, al abrirse las compuertas, nos hace aparecer en la entrada del subterráneo.

La premisa inicial de la última película de Neil Jordan resulta, en su justa medida, atrayente al espectador: Frances (Chloë Grace Moretz) es una mujer que trabaja de mesera en un restaurante ubicado en un barrio medianamente acomodado de la ciudad de Nueva York. Con un semblante un poco cansino, y una historia trágica que la antecede, Frances es oriunda de Boston. Es decir, de la periferia capitalina. Así que la película se encargará de recalcarnos el carácter ingenuo de su protagonista, que contrasta con el ánimo frívolo y arrojado de su roomate (Maika Monroe), otra mujer en este caso lo suficientemente satisfecha de sí misma como para lucir orgullosa un piso propio en algún lugar esplendoroso de la Gran Manzana.

Por un motivo plausible aunque inverosímil –El lost and found, aquél lugar donde la cultura estadounidense deposita los objetos perdidos en espacios públicos se encuentra cerrado– Frances, tal vez animada por su idiosincrasia campechana y menos displicente con los otros que los neoyorkinos urbanizados, trae consigo una cartera que encuentra extraviada en el metro de la ciudad. Insistida por su compañera en conocer su procedencia, ambas descubren a la propietaria: una mujer a la que nuestra protagonista visita al día siguiente para devolverle el objeto perdido. Por otra razón demasiado deliberada como para parecer espontánea, ambas se conocen y empatizan de inmediato por tener, cada una a su modo, biografías marcadas por la pérdida. En los dos casos, de hecho, la persona perdida coincide con la presencia que representa la contraparte. En poco más de tres secuencias, por lo tanto, ya tenemos construida una relación ideal madre-hija cuya química podría tardar de hecho meses en producirse. Lo cual no importa tanto si accedemos a creer a rajatabla en los mecanismos de la película ostenta para acercarnos a su premisa.

El asunto se sale de las manos cuando Frances descubre, mientras comen y por accidente, que la relación que sostienen se ampara en un subterfugio a lo sumo delirante: la cartera encontrada es una réplica exacta de las decenas de carteras que Greta aparentemente extravía a propósito por toda la ciudad. Razón suficiente, cabe señalar, para decretar unilateralmente el abandono. El problema de ahí en adelante es que la protagonista padecerá el asedio insidioso de alguien con quien no quiere volver a verse.

En ese sentido, lo interesante de la insistencia de Greta por recuperar el vínculo roto es la preponderancia sigilosa que Huppert ocupa en cada plano donde aparece: de una manera repetitivamente adhesiva, la figura difuminada de la actriz francesa va a ocupar sucesivamente los lugares remotos desde los cuales custodiará con su mirada inquisitiva y perturbadora. A propósito de la metáfora –tan contemporánea, por lo demás– que podría sugerir la insistencia exasperante de la mirada del otro, hasta ese momento La viuda funciona como un thriller que juega con los efectos de las relaciones en las cuales no es posible colocar límites. Del mismo modo en que dichos límites, por cierto, también se soslayan al ser interpuestos de manera, por decirlo así, traumática y unívoca. Pensando en la muerte de un ser querido que la película invoca, el afecto suspendido aquí divaga en busca de un lugar que lo reemplace. En ese sentido, el papel que Isabelle Huppert hace suyo sintetiza con oficio la manera errante y enfermiza de la búsqueda de vínculos y compañía bajo un mandato molesto y neoliberal de individualidad autosuficiente. Y bueno, hasta ahí todo bien.

Sin embargo, el problema –el gran problema– radica en el momento en que la película se olvida de su premisa y se encapricha con extender sus alcances a partir de la exploración de géneros en los cuales ni profundiza ni tampoco asume como propios. Porque la reflexión del inicio se ve entorpecida y empobrecida una y otra vez con la arremetida –apresurada– de las motivaciones retorcidas de una antagonista de la cual no necesitábamos conocer los motivos de sus vínculos como para entenderla como personaje. Aquí Jordan, con un punto de vista estilísticamente depurado y que derrocha atisbos de gracia con el punto de vista, apuesta por convertir su película en un thriller exclusivamente movilizado por el delirio de su villana. Al punto de convertir todo su artefacto en un intento fallido que no explica, del modo en que lo formuló, lo que enuncia a posteriori. Vale decir, se ampara en códigos de un género que literalmente injerta a mitad del metraje. Ahí toda la sutileza, o peor aún, toda la radicalidad deliberada de sus coqueteos con el gore o del terror psicológico tornan a la película un intento que se estrella, precisamente porque en un momento  no sabe qué decir ni tampoco a dónde tenía que llegar.

Por más talento y películas sobre el cuerpo que tenga Huppert, su figura satisface aunque no es del todo suficiente para soportar el cambio de tono que la película le imprime a sus circuitos narrativos. Y mucho menos Moretz, quien si bien cumplía con el papel otorgado, tampoco es una actriz con el oficio para poder hacer frente a un guión errático en manos de un director que sugiere pero no acompaña consistentemente la resolución de los conflictos subyacentes que su película parece investigar. Más allá de los códigos habituales de un thriller que efectivamente cumple, los antecedentes del director irlandés hacen extrañar, y más aún, desconciertan en una película así. Porque perfila a un espectador que, más dubitativo que efectivamente sobrecogido, se pregunta en qué momento, y en qué lugar, se perdió el rumbo y el destino de la acción.

Reseña de Greta (La viuda)

Greta (La viuda) (2018, 96 mins.) Neil Jordan, Irlanda
Chloë Grace Moretz, Isabelle Huppert, Maika Monroe, Stephen Rea

ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.