Reseña: Lady Macbeth – Maldita lisiada

“Aunque esta historia de Lady Macbeth en particular sintonice con la opresión victoriana, afortunadamente lo hace repensando algunas temáticas.”

El primer plano de Lady Macbeth es, justamente, un primer plano. Que tiene a su protagonista, Katherine (Florence Pugh), ojos cerrados, velo blanco y gesto piadoso, pronunciado lo que viene a ser un salmo o alguna otra consigna eucarística. En donde se ensalza, invoca y bendice la figura del Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra. Es un plano breve, casi de prólogo, que nos la sitúa en un lugar donde la protagonista reza: aparentemente en el contexto de una misa o alguna otra ceremonia sacra.

Florence Pugh

Florence Pugh como Lady Macbeth.

Al principio del quinto acto de Macbeth (1632) de William Shakespeare, el personaje de Lady Macbeth, al recibir una misiva de su marido ausente por batalla, se encuentra dentro de lo que podríamos llamar un monasterio, adorando, de rodillas, por supuesto, al Dios Omnipotente. A través de unos versos cargados de ponzoña, la mujer invoca:

Venid a mí, espíritus/ que os regocijáis en la muerte/ libradme de mi sexo y colmadme de los pies/ a la cabeza de la más ciega crueldad. Espesadme la sangre/ tapad toda entrada y acceso a la piedad/ para que ni pesar ni incitación al sentimiento quebranten mi fiero designio/ ni intercedan entre él y su efecto.

Es una petición dura, tan rotunda en sus palabras como implacable en su propósito. Significa la materialización de la vehemencia de un personaje impetuoso, tan devoto como maligno; que implora y espera frente a la cruz el cumplimiento de un pacto letal. Ahora bien, convengamos que la película en cuestión no proviene directamente de dicha obra, sino que se inspira en una novela que sí la tiene de inspiración directa: Lady Macbeth de Mtsensk (1865) libro del ruso Nicolái Leskov. Sin embargo, cada palabra de esos versos sintoniza y representa las intenciones que observamos en ambos personajes: porque Lady Macbeth podría llamarse Katherine, Catalina de los Ríos y Lisperguer o como se nos ocurra, pero su arquetipo siempre hace carne todo ese imaginario de perfidia enceguecida. Ese cierto maquiavelismo entendido como trayectoria fatal pero nunca casual.

El filme en cuestión –opera prima de William Oldroyd– se ampara en una historia muy oscura que, sí, se ha contado muchas veces y tiene tantas variantes como formatos en los que se ha presentado. Aunque esta historia de Lady Macbeth en particular sintonice con la opresión victoriana, afortunadamente lo hace repensando algunas temáticas. Al fin y al cabo, revisitar una obra es una forma plausible de hablar del aquí y el ahora, pero que también puede significar una pausa necesaria para refrescar un panorama apestado de novedades gastadas y relamidas. Lo viejo nos renueva y lo nuevo nos envejece.

Esta versión de Lady Macbeth se sitúa en la Inglaterra rural decimonónica. Katherine contrajo un matrimonio que la tuvo como producto del contrato que seguramente su padre arregló con su actual marido. La película nos instala en su vida cotidiana (esto es importante: no así en su subjetividad) donde la vemos convivir con una existencia agreste, monótona y opresiva. Como los cordones del corsé que le asfixian las entrañas. Ahora bien, esta experiencia de sometimiento es habitual, pero el interés de Oldbroyd es ilustrar esa repetición insistente. Cuando la opresión es un loop perpetuo no sólo hay tedio, sino que también indolencia. Y quizá ahí es cuando aparecen dos elementos que son fundamentales para sostener narrativamente a la película.

El primero es la relación que Katherine establece con los otros que la rodean: los hombres que la oprimen y los esclavos que la sirven. Es interesante que el director entienda la maldad del personaje no sólo como un resultado de la tiranía a la que se le somete, sino que también como la alternativa que tiene Katherine de subvertir, a partir de esta bifurcación, al dominio patriarcal. De ahí en adelante, efectivamente, los hombres se vuelven ornamentos, instrumentos del deseo o enemigos inferiores a la envergadura que adquiere su estampa. Y ahí el guiño shakesperiano funciona y también se actualiza: la mujer malvada no es sólo la serpiente (la voz animalizada) que devela la trama o atiza el fuego del complot, sino que también la entiende como un sujeto más, reconocido completamente como tal.

Por otro lado, la relación con la servidumbre es oprobiosa y ambigua, puesto que Katherine en ningún momento visualiza a la esclavitud como una lucha que tomar o reivindicar. Aquello no sólo sería repetido, sino que anacrónico con el contexto que la película propone. Hay algo enrarecido en la relación de Katherine con su sirvienta, y en ella con su ama. Una relación conflictuada, pasivo-agresiva, en donde todo lo que se dicen enmascara lo que realmente desean decir. El enemigo no es el patriarca trasnochado, estéril en su decadencia, sino que la imperturbabilidad de una servidumbre que, tal como nos recuerdan otras ficciones del tipo Downtown Abbey (2010), siempre sabe más de lo que aparenta. El talón de Aquiles de Katherine se revela justamente en quien le sirve la comida.

Con todo esto, Lady Macbeth se las arregla con ser una película áspera y pantanosa, aunque lograda en su propósito. Con un personaje que aturde un poco y una escenificación del mito shakesperiano a la altura de los tiempos que corren. Aun cuando tal vez se vuelva demasiado parca en sus vueltas de tuerca. Un poco de mística no le hace mal a nadie, ni a la más mala de todas las malas.

Análisis de Lady Macbeth por Claudio Herrera.

Ficha

Lady Macbeth (2016, 90 mins.) William Oldbroyd, Reino Unido
Florence Pugh, Cosmo Jarvis, Naomi Ackie, Paul Hillton, Christopher Fairbank

 

Trailer.

 

Afiche

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ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.