Hay un detalle que en esta película no debiera pasar inadvertido para el espectador local. Un auto, en un plano panorámico musicalizado, recorre y divisa, en dirección Oriente y a lo largo de una autopista concesionada, cerros y casas arriba de ellos. Esta zona de Santiago tiene una relación casi instintiva con el sector sociodemográfico del que Los perros toma su universo. Porque a la directora, ante todo, le interesa retratar los hechos a partir de la vivencia de cierta élite. De naturaleza más aristocrática que empresarial (aun cuando, a efectos prácticos, ambas cosas terminen siendo lo mismo). Por lo tanto, tanto territorial como simbólicamente, este relato se consolida en aquel sector de la sociedad que administra, negocia y controla el destino del país. Además de las formas como, a propósito de eso, se orientan determinados cambios culturales.
Una de las primeras impresiones que es posible que despierte Los perros a alguna audiencia es su presunta desconexión e intrincada ambigüedad: estilística, narrativa y temática. De ahí se le haya catalogado, en algunos lugares, como un film vago e inconsistente.
Nada más lejos.
Mariana Blanco (Antonia Zegers) es la hija de un terrateniente (Alejandro Sieveking: un lujo) que, sostenido en lo que su figura representa, no le permite a su hija tomar parte en decisiones que le competen. Al mismo tiempo, también es la esposa de un marido (Rafael Spregelburd) displicente, fantoche y mansplaineador. Y en última instancia –y a propósito de los pasatiempos con los que se las ingenia para combatir un ocio muy burgués– es la alumna aplicada de Juan (Alfredo Castro), profesor de equitación de pasado castrense lo suficientemente opaco como para no invocar ningún escrúpulo. Dicha triada patriarcal se vuelve sugestiva en la medida que logra activar cierto patrón relacional en el estilo de Mariana respecto de los hombres, y es ahí donde Said se vuelve tan mordaz como rotunda: Al prefigurar los vínculos desde una puerilidad transgresora propia de cierta adolescencia infantil. Atenta al riesgo, al tiempo que seducida por el vórtice al que se complace en desafiar. Su carácter tramposamente indomable es la contracara perfecta de la subyugación irrestricta a los mandatos de este triunvirato. Blanco es un personaje denso aunque superfluo, decidido aunque arbitrario: logra hacer carne la complejidad de ser, simultáneamente, los dos polos de un continuo que termina, en ella, uniéndose.
En este sentido, parte del metraje y desarrollo dramático lo ocupa la relación que se establece entre Blanco y el Coronel profesor de equitación. Ahí se genera una interacción seductora y patronizada que nunca abandona el tono incestuoso que Mariana repite y repite. Aunque con el tiempo, va decantando hacia el interés de Mariana por la exhumación de un pasado que al inicio le provoca consternación. Para mutar, con el tiempo, en cierta aceptación aquiescente.
Es interesante que parte de las metáforas con las que Said recubre su relato se jueguen en este binomio para interpretar un problema central en la memoria histórica del presente: la impunidad ante la tortura inmisericorde y la participación activa en la maquinaria del genocidio. Porque la memoria en sus distintas formas –en lo que tal vez es una lección irónica de la historia– no se resigna a abandonar la agenda pública. Los perros, en este sentido, es una película certera en torno al timing en la que emerge.
También, Los perros es una película decidida en el modo como elabora una propuesta formal que acompaña con destreza al material narrativo que construye. El juego de luces y sombras, la oscuridad tenue que recubre parte de las locaciones y sus respectivas atmósferas, o las exploraciones en la profundidad que se alcanzan a percibir en la composición de los planos, son elementos que se aprecian depurados y que subrayan consistentemente el material fílmico más que en lo que se puede ver en otras apuestas estilísticas nacionales. Hay oficio en Said al jugar con una atmósfera lóbrega, densa, que ofusca sistemáticamente todo intento de luz que alcance –o se atreva– a filtrarse.
Con todo, Los perros se configura como una reflexión sugestiva y audaz en su ambivalencia sobre un grupo de personajes con evidentes torceduras morales, atravesados por una condición de clase enmohecida que los condena sin piedad a una tragedia insoportable: ese limbo tortuoso que no les termina por asegurar, muy a su pesar, ningún tipo de sentencia. Ni algún tipo de acceso a las puertas del cielo o las cloacas del infierno.
Los perros (2017, 94 mins.) Marcela Said, Chile
Antonia Zegers, Alfredo Castro, Alejandro Sieveking, Rafael Spregelburd