Reseña: María Magdalena – Observadora Participante

A partir del fenómeno que supuso El Código da Vinci (2003) a principios de siglo, no han sido pocas las lecturas que han buscado, con distinto éxito, reposicionar la figura de María Magdalena como símbolo de alguna causa reivindicativa de su figura. Básicamente, despercudiéndola de la noción reduccionista y monolítica que supone la caricatura de la adúltera reconvertida. Dicho de otro modo, este esfuerzo desenmascarador también intenta develar los usos y las funciones que esta idea, caricaturizada y sospechosa, pudo haber tenido en el desarrollo de las interpretaciones bíblicas más relevantes sobre ella. Porque, para bien o para mal, María Magdalena viene a ser un arquetipo que carga con el peso (¿o la ventaja?) de significar demasiado para muchos intereses en disputa religiosos y no tanto.

En este sentido, Garth Davis, un director australiano más o menos novel en la industria, que seguramente pavimentó su carrera a propósito de la lacrimógena Lion (2016) –película efectiva pero quizá artera en jugar con el desamparo esperanzador de una infancia empobrecida– aporta una lectura que resulta novedosa en cierto nivel pero que, en el promedio, es menos relevante de lo que quizá cabría esperar como espectador. De hecho, bastante lejos de los sendos fenómenos mediáticos que supusieron, por ejemplo, películas más ambiguas estética o temáticamente como La pasión de Cristo (2004) o La Última Tentación (1988). Ambas –y esto no es irrelevante– relatos orientados desde y en virtud de la figura de Jesús como centro de todo.

En esta propuesta puntual, en tanto, el relato es secuencial, muy habitual y, por supuesto, se nos ha representado infinidad de veces. Sólo que aquí se desplaza el punto de vista. Ya en la primera secuencia se observa que es la mujer de Magdala (Rooney Mara) la que abre el film y quien, a la larga, las oficia de lo que vendría siendo una suerte de participante testigo. Este punto es sugerente si pensamos que María Magdalena deviene, en esta película, no en ex-prostituta (esa historia no le importa a Davis) sino que en una correligionaria del profeta (Joachim Phoenix); en sintonía con el esfuerzo que el film explicita al final de su narración: conferir justicia al personaje en cuestión o restituir la dignidad de una figura malograda por la curia. Una figura que, ante todo, fue un apóstol más.

Ahora bien, María Magdalena es seguidora, simpatizante y predicadora, pero es siempre una observadora: directa o indirecta. En relación a ese lugar es que irá equilibrándose su figura: entre un eje que a veces, en la película, se descentra. Porque ¿Quién juega el papel protagónico? ¿La mujer que observa a quien excede su propia figura, o ese profeta que carga con la responsabilidad problemática de protagonizarlo todo? ¿Puede un observador ser protagonista de un relato que ya tiene un protagonista, digamos, asignado por defecto? Esta tensión es permanente, y a veces confunde la orientación en el relato.

En este sentido, esta mujer, su peregrinaje y la compañía que apuntala, en ocasiones se vuelve un misterio porque pese a que pensamos que su contemplación es reflexiva y profunda, sólo la atisbamos en la solemnidad de una mirada que nos interesa pero no nos importa demasiado, puesto que no la sigue ni acompaña otro tipo de experiencia. De hecho, la de ella. Uno se pregunta constantemente por la vivencia subjetiva de la observadora; porque pareciera que para el director María Magdalena no alcanza a decantar, subjetivamente, su propia impavidez. Hay una imposibilidad que su mirada sólo nos permite, lamentablemente, sospecharla de lejos.

Si bien al inicio Davis apuesta por levantar cierta tensión dramática en donde aparecen algunas reivindicaciones en torno a la posición de la mujer frente a la ortodoxia o el patriarcado, esta lectura se torna necesaria, claro está, pero se vuelve repetitiva y –lamentable decirlo– predecible. El director justamente retira el lente cuando podría haberlo puesto, justamente, en cómo, por ejemplo, la conexión con el profeta orienta a la protagonista hacia un rol apostólico de orden mistificador ¿Qué significa para María Magdalena adquirir esta función? A pesar de las reiteradas perspectivas subjetivas con que el director –seguramente influenciado por los recursos de algún Terrence Malick– nos representa el apostolado de la mujer, estas resultan insuficientes porque carecen de orgánica o de una vivencia que se articule lo que le pueda ir pasando al personaje. Que nos sepamos la historia de memoria no es razón para olvidar llenarla dramáticamente con alguna consistencia.

Finalmente, la película divaga demasiado, y salvo excepciones muy dignas del personaje (como las secuencias en las cuales es posible entrever aquello que le sucede cuando observa, dialoga y confronta) es muy difícil sentirse afectado por el carisma que ciertamente derrochan sus protagonistas. Como si el halo de mística que los rodea en la película fuera, en si, un obstáculo, una distancia que los torna inaccesibles al espectador.

María Magdalena (Mary Magdalene) (2018, 130 mins.) Garth Davis, Reino Unido
Rooney Mara, Joaquin Phoenix, Tahar Rahim, Chiwetel Ejiofor, Dneis Menochet

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ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.