Dejando de lado el grosero product placement que entorpece la mirada (y del que cabría interponer una queja formal) Mi amigo Alexis es una película que, digámoslo, lo tenía todo para ser infumable. Pero que tal vez es más digna que otras muchas de su estirpe. En parte porque se asume, pero también porque funciona.
Hay que reconocerlo, Mi amigo Alexis es una película que parte floja. Porque independiente del portentoso plano tocopillano de la secuencia-prólogo que corre en simultáneo a los créditos, su introducción inspira la sensación de que estuviéramos frente una película temerosa de su propia apuesta. Como si tener a Alexis Sánchez actuando en pantalla grande fuese una propiedad –y no un atributo– del que bien cabe sentir vergüenza. A través de una narración que al comienzo presenta a los protagonistas entretenidos en un plano que simula un partido de consola, un narrador en off que contextualiza el flashback inicial, y los emojis que exageran la trayectoria de un balón de fútbol, la película de Alejandro Fernández Almendras busca un público tan específicamente perfilado que extraña su comienzo timorato, con pie forzado, en donde la infantilización exagerada de su propuesta narrativa peca de subestimar lo que su público puede, efectivamente, consumir y comprender.
Ahora bien, avanzando un poco, Mi amigo Alexis afortunadamente se sacude de su propia ingenuidad, del mismo modo en que su protagonista –que no se llama Alexis sino que Tito– se despereza de las sábanas. El personaje vive en Recoleta, dentro una familia tradicional donde la madre (Alejandra Yáñez) decide lo importante y el padre (Daniel Muñoz), sorpresivamente, es mucho más sombrío que lo que la película podría de hecho sugerirnos. Bajo dicho núcleo, Tito (Luciano González), talentoso con el balón y aplicado con los cuadernos, padece el impasse de tener que soportar la expectativa de un padre orgulloso, ilusionado e insistente. Un hombre cuyo malestar no confesado es tan incómodo como abrumador se vuelve para quien, con once años, sólo desea pasar el rato bajo el esplendor cotidiano del amateurismo de una cancha de barrio. Y el problema, cabe señalar, no es sólo suyo, sino que la impronta paterna también invisibiliza el talento de la primogénita, Gloria (Nathalia Acevedo), cuya presencia sólo es patente cuando hace sombra –o ataja los penales– al hijo pródigo en el cual se proyecta el fantasma del éxito frustrado. Aunque también en este caso hay exclusión y roles patriarcales: cuestión que la película sugiere pero que tampoco necesita insistirlo tanto porque, en definitiva, es cosa de constatarlas como datos de la causa. En el fondo, la historia de Gloria da para una trilogía completa.

Mi amigo Alexis entonces, es una historia sencilla que se da el lujo de narrar –desde los elementos más habituales del cine que aspira a la masividad– asuntos no siempre convencionales. Ya que habla sobre niños que no quieren volverse Messi y estrellas del fútbol que padecen, sin saberlo demasiado, el encierro que sus mansiones suponen desde los faldeos vigorosos y escarpados de la cordillera. Y es curioso, en ese sentido, que tanto la casa de Tito como la de Alexis queden arriba de algo: ahí tal vez desde los cerros podamos mirar mejor lo que se esconde bajo la apariencia de las cosas. O lo que aún no cicatriza en ese anhelo de padre devorador.
Por otra parte, a Fernández Almendras le sobra oficio en explorar las marcas de clase, y en Mi amigo Alexis tampoco defrauda, porque revela el desacomodo del futbolista que en su castillo se dedica a alimentar perros y que vuelve a Chile por tramos y ni siquiera al lugar de origen. En el fondo, nos interpela a todos quienes vivimos con los pies en la tierra pero soñamos salir de allí esperando volvernos futbolistas. Hay una nostalgia y cierta sutileza trágica en el retrato que compone la película cuando reconstruye un pasado en Tocopilla combinado con la urbe solitaria y con vista a sus patios medidos en hectáreas, y en el modo como el padre de Tito, y Tito mismo, se posicionan respecto de su pasado. Porque Mi amigo Alexis, es una película que escarba con sigilo y tal vez con insistencia en los modos en que el anhelo nos carcome la consciencia mientras nos vemos rodeados de algo –¿plata, renombre, habilidades, comodidad?– que algunos les sobra pero que a todos al parecer les falta aun teniéndolo.

Al mismo tiempo, la lucidez de Tito, el talento de Gloria, o los gambetas de Alexis componen una línea temporal en donde la fama pesa y el talento es una bestia que hay que aprender a contener pero también a sacrificar. A diferencia del padre que antepone su fractura frente a todo. En un recurso astuto, irónico y tal vez original, Fernández Almendras no coloca antagonistas en la película, porque los enemigos, verdaderamente, son algo así como posiciones relativas: a veces son los amigos que me obligan a hacer lo que no quiero o los padres que hacen daño porque no superan el de ellos, o incluso uno mismo porque a ratos, cabe señalar, tampoco se comprende. Como Tito cuando con cara de circunstancia anticipa la debacle entre jugar o estudiar.
Más allá de eso, y dejando de lado el grosero product placement que entorpece la mirada (y del que cabría interponer una queja formal) Mi amigo Alexis es una película que, digámoslo, lo tenía todo para ser infumable. Pero que tal vez es más digna que otras muchas de su estirpe. En parte porque se asume, pero también porque funciona. Y si me apuro, incluso más que eso.
Reseña de Mi amigo Alexis
Mi amigo Alexis (2019, 100 mins.) Alejandro Fernández Almendras, Chile
Alexis Sánchez, Nathalia Acevedo, Daniel Muñoz, Luciano González
