Reseña: Monos – La prisión de la adolescencia

Monos comienza con un grupo de adolescentes, jugando fútbol a ciegas, en las alturas de una montaña, vestidos como guerrilleros. El peloteo, más que para pasar el rato, parece un ejercicio que busca afinar sus sentidos.

Los protagonistas de la película de Alejandro Landes son jóvenes, sin tener del todo claro sus edades, pero claramente pre y adolescentes que habitan en una perdida selva, encargados, entre varias responsabilidades, de vigilar a una doctora estadounidense que sobrevive junto a ellos, no por voluntad claramente.

El grupo, autodenominado, La Organización, vive una aparente normalidad para sus jóvenes integrantes: juegos, risas, discusiones, relaciones de amor, exploraciones sexuales. Pero todo esto comienza a tensarse con la llegada de una nueva responsabilidad: Shakira, una vaca lechera que es entregada por un supervisor del grupo, externo a La Organización.

De aquí en adelante, distintas cosas se comienzan a romper, tanto en el grupo como en cada uno.

Y es que toda la libertad que aparentaban vivir, comienza a marear las intenciones individuales, los objetivos grupales y las ideas de cambio empiezan a fluir como los ríos que los acompañan o la lluvia que los moja.

A medida que se acrecientan los conflictos, también se desarma la ilusión de libertad que todos tenían, para transformarse en una prisión. Sale a flote una sensación de secuestro en cada joven, poniendo en cuestión las órdenes recibidas, acusándose entre ellos para, quizás, sentirse liberados de las mentiras y secretos.

Cuando somos adultos, tendemos a recordar con nostalgia, cariño y muy románticamente nuestra etapa de niñez y adolescencia. Pensamos en ellas como símbolos de libertad, de exploración, hasta de revolución (“ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”). Pero vivirla también es padecerla: esclavos de responsabilidades impuestas, presos del entorno social, más dominados por los impulsos que nuestra conciencia.

El grupo de jóvenes jugaba fútbol a ciegas en la primera escena. Un arco con cascabeles les advertía que alguien había anotado. Una tiro sin mirar y la angustia de la espera para saber qué hacer. Qué sentir .

AleAravena

Publicista porque quería hacer comerciales ya que era lo más cerca a hacer cine, sin estudiarlo y morir de hambre.