Reseña: Mujercitas – Resurrección del cementerio de los libros olvidados

Mujercitas es una gran adaptación de un libro añejado por culpa de un canon anquilosado que debe ser todavía discutido en virtud de sus problemas y supuestos. Además de una posibilidad de replantearse las preguntas elementales sobre el destino individual de las personas.

En las bibliotecas de los colegios que dependen del financiamiento directo del Estado, suele haber, a menudo entre muchas otras obras parecidas, y plenamente disponibles para su solicitud, copias de alguna edición escolar de Mujercitas. La novela de Louisa May Alcott, publicada en 1868 –tras el desenlace de la Guerra de Secesión (1861-1865) que le sirve de telón de fondo– casi siempre ha tenido fama de literatura de formación. Comodín seguro en las editoriales estudiantiles, y herramienta útil en los programas de formación de lecto-escritura de algunos modelos educativos más propios del siglo pasado que del presente, y que se renuevan mucho menos rápido de lo que nos gustaría, la novela –que en Latinoamérica se ha conocido como Mujercitas y no, como podría sugerir una traducción menos impropia pero más literal: Pequeñas Mujeres– carga con una chapa de material educativo que tal vez fue una forma injusta del boicot. Porque, ¿Cuántos escolares se motivarían por acudir a un texto que nos hacen leer por obligación cuando no tenemos, precisamente, un hábito formado o interesado por lo que dichos clásicos nos pueden decir? Es un poco como ese trabajo de deslavamiento sobre Gabriela Mistral, que enfatiza exclusivamente su dimensión de pedagoga: de inspiración estrictamente beata, su imagen como protectora de la infancia termina por reducir toda su complejidad como autora y figura pública.

Por esta razón no es irrelevante que la película en cuestión comience con su protagonista, Josephine March (Saoirse Ronan) de espaldas, erguida ante la puerta de la oficina de un periódico donde la espera un editor. El interés de Jo por publicar un cuento breve en las páginas del periódico con el nombre de un tercero, no sólo es el juego dramático que permite ingresar y explorar la subjetividad del personaje a partir del diálogo que sostiene con un hombre que edita lo que ella piensa que no necesita ningún arreglo, sino que también es la manera que Greta Gerwig tiene de ajusticiar el contexto de producción y las maneras de circulación del propio material original que sostiene su película: una novela asfixiada por convenciones editoriales añejas, que resalta la necesidad de recuperar lo más importante de un texto, para ella, clásico pero por razones que salen del canon.

Es lo que quizás Pasolini hizo con El Decamerón (1971), o lo que se sigue haciendo con William Shakespeare, Gustave Flaubert o Jane Austen: todos autores que tal vez interesan a la directora pero que no comparten su nacionalidad, cuestión pertinente que podría haber sido clave en la selección o en su propio interés por Mujercitas. En el fondo, lo que se hace con los clásicos –además de entender que son puntos de llegada más que de partida–, es recuperarlos para hablar del presente. Con la diferencia que en este caso existe también una motivación doble: reinterpretar una novela clásica para que esta nos diga algunas cosas que no nos dijeron sus lecturas precedentes. Justamente lo que ocurre en ese prólogo decidor a partir de la agilidad que se le imprime a la disputa por los lugares y las jerarquías que ahí se dejan entrever. En ese sentido, Greta Gerwig es hija de su tiempo y de las preguntas que la rodean. Y bueno, no hay problema con eso.

Ahora bien, Mujercitas versión siglo XXI no se queda en la reivindicación como manera exclusiva de asimilar su contenido –en el fondo, no es un panfleto por mucho que alguna miopía encolerizada quiera pensárselo así–, precisamente porque también es una película que depura una puesta en escena reflexiva y deferente con un material que tiene casi diez versiones fílmicas anteriores. Por mucho que su comienzo tambalee por la yuxtaposición de líneas temporales junto con la presentación de los conflictos centrales de cada personaje, Gerwig alterna los acontecimientos con ritmo y un inusitado sentido del júbilo: sus personajes disfrutan y se complacen con la simpleza de la comunión y eso queda plasmado en pantalla. Y ahí, en esos planos que van y vienen en el tiempo, también sucede que Josephine comanda y articula todo lo que sucede en la historia de los March –también porque la centralidad de su personaje es la que Alcott quiso también darle–, en la misma medida que nos interesamos por los otros conflictos de sus hermanas y los lugares que estas también ocupan, sin por eso descentrar el sentido de lo que se cuenta. Mujercitas, en ese sentido, es una historia amplia, que se toma el tiempo de explorar todo lo que tiene para decir –que no es poco– pero que también se da el trabajo de poner en su lugar todo lo que desarrolla, al menos en lo que en torno a las hermanas protagónicas se refiere. Porque la historia es una gran historia precisamente porque su coralidad explora o al menos habilita la posibilidad de que lo que cuenta se desenvuelva y tome los derroteros convenidos por quien la filma y también la escribe en compañía de la soberbia Sarah Polley en su version guionista.

Mujercitas, al mismo tiempo, es una novela muy decimonónica, en tanto abarca periodos temporales específicos donde transcurren muchas situaciones, y su adaptación no pierde ese norte. La historia de Jo es la historia de la familia March, y del tránsito de cada una de las hermanas hacia algo así como la adultez, o más bien los itinerarios posibles –y sus respectivos anversos– de estas mismas en el contexto secesionista norteamericano. Margaret (Emma Watson) anhela ser actriz, Amy (Florence Pugh) perfecciona su técnica pictórica en Europa, Elizabeth (Eliza Scanlen) descubre su talento interpretativo, y de todas se nos cuentan sus anhelos futuros pero también el momento preciso en que lo proyectan como un provenir. Y ahí aparecen algunas encrucijadas que tienen que ver con el dilema –dentro de la historia– sobre lo que significa ser mujer. Para Gerwig, los temas son los mismos dos siglos después: la posibilidad de convenir un futuro compartido como traición o seguimiento natural al mandato tradicional, la imposibilidad de compaginar desarrollo profesional con las exigencias del rol femenino, la formación de los vínculos familiares y el destino que estos desarrollan en momentos de conflicto.

Pero sobre todo, la complicada cuestión en torno al matrimonio como empresa de protección del patrimonio: ¿Es este un embuste, la confirmación del amor romántico, o la única estrategia disponible para asegurarse una libertad desde el sometimiento? Esta disyuntiva, tal vez la más lograda y enriquecedoramente contradictoria del filme entero, ilustra la debacle que Gerwig plasma en las existencias aproblemadas de sus personajes, queribles y luminosos. En el fondo, es un tema de mandatos y de expectativas: de la manera desigual que estos se distribuyen entre las mujeres del siglo XIX, y de la manera desigual en que se siguen distribuyendo entre las del XXI. Y bueno, también están los hombres que acompañarán ese tránsito sin necesariamente ser caricaturizados o vilipendiados más allá que lo que su destino individual podría sugerir. En ese sentido, es también una apuesta convincente y meritoria de distribución de roles y representaciones.

Con todo, Mujercitas es una gran adaptación de un libro añejado por culpa de un canon anquilosado que debe ser todavía discutido en virtud de sus problemas y supuestos. Una posibilidad de repleantarse las preguntas elementales sobre el destino individual de las personas, y la oportunidad de deleitarse ante una historia que no esconde ningún asomo de cinismo o candidez entre los parajes jubilosos y la alegría armonizada de una familia que se muestra plena e imperfecta, precisamente porque asume, sin ambages ni remilgos, todo lo el destino les depara para sí. Una experiencia fílmica absolutamente grata.

Reseña de Little Women (Mujercitas)

Mujercitas (Little Women) (2019, 135 mins.) Estados Unidos, Greta Gerwig
Saoirse Ronan, Emma Watson, Laura Dern, Florence Pugh, Timothée Chalamet

ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.