Me parece que en Nomadland existe una idea de perpetuar la soledad, casi como una crítica a las ideas de nuestra sociedad actual, exagerada y falazmente conectada.
Desde El Día de la Marmota (1993) hasta Muñeca Rusa (2019), se ha planteado como una tortura el vivir en un bucle existencial que sólo se rompe cuando se modifica la conciencia del individuo y su posterior actuar. Elegir cambiar el patrón para ser libre.
Esa idea no es el caso de Nomadland: aquí la libertad está, precisamente, en el movimiento repetitivo.
Fern (Frances McDormand) es una mujer que deja su pueblo, su casa y muchas de sus cosas para comenzar un viaje recorriendo diferentes lugares de Oeste Estadounidense, arriba de su camioneta acondicionada como su nuevo hogar. Esta aventura, más que por una especie de llamado salvaje, es una decisión (al parecer) obligada luego de perder a su marido y la casa que tenían en una pequeña localidad industrial que declinó luego del cierre de la fábrica que daba trabajo a todos.
Entre empleos estacionales como la recolección de remolachas o los turnos en una planta de Amazon, Fern se traslada de un punto a otro para sobrevivir, con su única boca para alimentar, pero su pasado como compañero de ruta. Hace de la carretera su casa, y de los recuerdos el hogar.
Los grandes planos dispuestos por la directora Chloé Zhao y el director de fotografía Joshua James Richards, ponen a la protagonista en el mapa. Un mapa de extensas llanuras, lejanos cerros, amplios desiertos y mucho camino por recorrer. Fern está dispuesta en el plano como un elemento más del paisaje, como una piedra del camino, como un arbusto en la pampa. Es la cámara quien habla por ella sobre una decisión no verbalizada: pertenecer a la atmosfera, al espacio físico, a ser un ruido más en la carretera.
Nomadland y Fern plantean la comodidad de ser un recuerdo en movimiento. Esa poética se siente y se respira en los distintos tramos que la trama presenta, reafirmados por las melodías de Ludovico Einaudi, que a través del piano, sonoriza los pensamientos que se forjan en la soledad, la melancolía, o las despedidas de amigos que, encomendados al camino y los años, nunca son un “adiós” definitivo.
Me parece que en Nomadland existe una idea de perpetuar la soledad, casi como una crítica a las ideas de nuestra sociedad actual, exagerada y falazmente conectada. Aquí, el estar solo es elegir desplazarse, pero no dejando todo atrás, sino por el contrario, no dejar de moverse y llevar todo lo vivido en el camino.
