
Es la mezcla de estoicismo y pesadumbre, que engalana las caminatas y que endurece el semblante de una Martha obligada a detenerse y escuchar lo que le dicen todo el tiempo, lo que dota a Pieces of a Woman de una inusual y sorprendente templanza expresiva.
El único momento en donde no presenciamos directamente el conflicto central que se exhibe al inicio de Pieces of a woman, es cuando la cámara, abandonando lo que sucede con los personajes protagónicos, escapa hacia el exterior y se posa adyacente a una ambulancia que se filma por el costado. En ese preciso momento, un fundido a negro se intercala con el ruido abrupto y persistente de una sirena que nos llega de lejos.
Todo lo que nos antecedió, dicho sea de paso, tuvo que ver con una historia que no da demasiadas concesiones y que, ciertamente, por todos esos minutos no ofreció ningún respiro. En consecuencia, que la cámara literalmente se escabulla del escenario principal, además de cerrar lo que desarrolló por casi media hora, le coloca un cierto límite a la contemplación. Es decir, la suspende cuando lo estima conveniente. Que algunas lecturas críticas de esta escena hayan pensado la concesión (el respiro) al espectador como una instancia inexistente –en un supuesto afán sádico o martirizador del director–, olvidan que la debacle que pudimos haber presenciado, justamente, se inventa una excusa para que salgamos del espacio en donde toman lugar hechos que ya vimos lo suficiente.
Se ha hablado bastante sobre este prólogo –filmado en un meticuloso plano secuencia–, que sitúa a tres personajes en un momento crucial de sus vidas: que extenúa al espectador de una manera descorazonadora, que ofrece gratuitamente un acercamiento demasiado gélido a la tragedia, o que simplemente está de más en un director habituado a la exposición cruda, arbitraria y maledicente. Dichas opiniones son pertinentes en un sentido que evalúa críticamente las opciones a las que recurre un director para dar con un conflicto –¿Dónde fijamos el límite en la representación de una circunstancia sobrecogedora?, pareciera que plantean estas objeciones–, al mismo tiempo que, en términos generales, soslayan el lugar de la secuencia como el quid del asunto expuesto. En otras palabras, la forma es controversial (qué duda cabe), tanto como se justifica su uso para explorar la construcción de una tragedia apelando, precisamente, a la seguidilla de acciones que la antecedieron independientemente de lo extenuantes que hubiesen sido.
Con ecos que uno podría hallar en la vertiginosa itinerancia que Gena Rowlands le imprime a Una mujer bajo la influencia (1974) de John Cassavetes, o en el barroquismo caótico de Jennifer Lawrence en Mother! (2017) de Darren Aronofsky, la sucesión en tiempo real de una coyuntura problemática (que deviene en tragedia), más allá de caer en la fijación ante una representación polémica, tiene valor si es que se la mira, como dicen por ahí, atendiendo a la trama más que a su desenlace. A propósito de que Pieces of a woman es, en definitiva, una película que descansa mayoritariamente en la exploración de estos efectos. En otras palabras, el mencionado prólogo corrobora la espesura de un asunto que entendemos porque disponemos de sus circunstancias en nuestra calidad de testigos directos, y porque constituye un contrapunto que, en parte debido a la densidad y sobrecogimiento emocional que demanda en el espectador –cuestión que sí es viable como discusión en torno a lo que la escena plantea–, completa de una manera absolutamente consistente lo que veremos después.
Armada en relación a fragmentos que montan un estado de las cosas, y dan con un tono emocional, a lo largo de Pieces of a woman veremos pasar el tiempo alrededor de lo que se desarrolla, inicialmente, en torno la pareja protagónica de Martha (Vanessa Kirby) y Sean (Shia LaBeouf). Vínculo que se va a entender a partir de las maneras que tienen ambos de transitar por una pérdida, en la diferenciación que toma el incidente en sus biografías, y en el impacto en particular de esto en la relación que sostenían y que proyectaba, como un futuro ideal que se vislumbraba tan cómodo como la 4×4 que utilizan al comienzo, una determinada proyección de lo que ambos, siempre juntos, anhelaban y anticipaban como posible. Sin embargo, el énfasis y la delicadeza que la película destila en la forma en que aborda ambos caminos, tiene más que ver con la humanidad maltrecha de su actriz protagónica, quien carga de manera más directa, arbitraria y ensañada con los efectos sociales de lo ocurrido. En definitiva, el papel de Kirby es el que expone de manera más elaborada qué es lo que se hace con lo que pasa después del conflicto; situación que la distancia de una contraparte -su pareja– visceral, sobregirada y furibunda, desmarcada del conflicto aunque presente como bulla incómoda condenada a desaparecer.
Concretamente, es la mezcla de estoicismo y pesadumbre, que engalana las caminatas, y que endurece el semblante de una Martha obligada a detenerse y escuchar lo que le dicen todo el tiempo, lo que dota a la cinta de una inusual y sorprendente templanza expresiva, que adquiere peso porque su actriz protagónica parece apaciguada y todo el tiempo disimulada en esos esos planos que la tienen, con su dolor, recorriendo la ciudad invernal ataviada con abrigos que completan un itinerario sobrio pero errático porque, claro, a dónde uno se va cuando una pérdida es todas las demás al mismo tiempo.
Del mismo modo, en sus caminatas –al disponer de un cuerpo que circula sin camino aparente– se vislumbran entrecruzados dos asuntos problemáticos que le caen al personaje en toda su rotunda envergadura: cómo lidiar con la dimensión pública de la pérdida, y qué hacer con su materialidad. Es este tratamiento, comedido y diligente, el permite que la película transite vigorosamente y logre decantar su fuerza dramática dosificando el pesar en Martha, es cierto, pero subsumiendo bajo su importa todo lo que vimos suceder desde el inicio.
Por otro lado, la película tiene el acierto de volver transgeneracional la dinámica de la pérdida, con una arisca matriarca (Hellen Burstyn) que acapara el espacio de acción y demanda, anclada en su propia historia traumática y su maternidad rampante, la manera en que deben vivirse los duelos y en que deben, cómo no, resolverse las pérdidas. Al fin y al cabo, Pieces of a woman no sólo reconstruye las esquirlas de una situación tan abrasadora e insondable como la vida misma, sino que tiene el tino de hacerlo con una delicadeza que vemos cristalizada en la desventura de su actriz meditabunda, al apelar a un sobrecogimiento que nos atolondra pero a veces, no hay que olvidarlo, es pertinente por cuanto nos recuerda que la tragedia, o el melodrama, independiente de los augurios luminosos que nos pueda anticipar, es un género que está hecho de espinas.