Reseña: The Assistant – El diablo está en los detalles

Con una puesta en escena sobria, maquinal y burocrática, The Assistant es la crónica de un quehacer convencional que encierra dentro de sí el mecanismo a través del cual el poder se lo traga todo.

Toda película descansa, en mayor o menor medida, en el lenguaje con el que recubre la excusa que nos cuenta. Esto no refiere –o no del todo– a lo que los personajes van diciéndose para entender el meollo de aquello que se presenta, sino que alude, en términos más generales, a todos los recursos que subyacen a que ese relato, de hecho, sea posible. Aun cuando hay cierto consenso en que todas las películas completan este requisito para denominarse como tales, es bastante probable que las que merezcan y ostenten algún grado de reconocimiento –o que alcancen cierto impacto o mérito– sean aquellas que precisamente dan con la amalgama precisa entre una cosa y otra. En el fondo, la definición –que ciertamente podría pecar de preliminar y poco exhaustiva– de un film logrado, no solo toma en cuenta lo que nos cuentan con palabras o con imágenes, sino que considera la suma de esas partes articuladas con audacia, originalidad, talento, sentido del ritmo, pertinencia histórica, valor conceptual, o cualquier otro atributo equivalente y semejante. En este sentido, uno de los méritos que dan consistencia a The Assistant tiene que ver precisamente con cómo deja entrever esto, o bien, con la consistencia que esta lógica adquiere en lo que propone.

Partamos tomando en cuenta una escena del primer tramo: Jane (Julia Garner), o más bien sus manos, son exhibidas mientras con un cutter abre una caja de cartón desde donde extrae media docena de aguas no gasificadas de marca Fiji Water, famosas supuestamente por almacenar en sus botellas cierto tipo de agua refinada, sacada de un lugar recóndito y exclusivo como viene a ser la isla que las nombra. La mujer, con una diligencia que adquiere peso por ser metódica y silenciosa, las reparte a lo largo de una habitación que seguramente ocuparán algunas personas que ciertamente debatirán asuntos importantes para el rubro que la contrató, pero que además pueden darse el lujo de tener, sin siquiera solicitarlo, disponible un agua que otros sujetos tan diligentes como Jane recuperaron directamente de la isla de Fiji, al sur del Océano Pacífico. El detalle es trivial y contundente sin parecerlo, pues no sólo indica el grado de esmero servicial que la protagonista le imprime a lo que resuelve –una artesanía del cuidado, la administración y la coordinación– sino que caracteriza, por omisión, a los beneficiarios directos de ese nivel de detalle. Vale decir, sujetos con el derecho de disponer de una consideración monárquica, y que permanecen ausentes, mucho tiempo entre las sombras, agazapados cómodamente en sillones reclinables a espaldas de la protagonista, pero que están sobrevolándola todo el tiempo y que, por lo mismo, no se les escapa nada: no se firma un solo papel que ellos no sepan. 

Si uno pudiera dar con una definición del tratamiento que la guionista y directora de la película, Kitty Green, inscribe en su película, cómodamente entraría dentro de una forma de abordaje indirecto, lateral u oblicuo del tema que se interesa en documentar. Porque todo el tiempo el lente de su cámara se acomoda tras las bambalinas de un personaje omnipresente que nunca aparece, pero al que Jane percibe desde que llega hasta que abandona la oficina donde la vemos hacer carrera. En este caso, es realmente un mérito que The Assistant reconstruya, por decirlo de alguna forma, una cierta arquitectura de la dominación, echando mano del lugar aparentemente insignificante de una funcionaria que se implica en toda la escenificación de ese poder. En ese contexto, todo lo que la historia refiere –la jornada de una administrativa sobre-calificada que tiene como trabajo forzoso articular un contexto, o configurar una forma de vivir– se vincula de manera soterrada, o literalmente en segundo plano, con el ejercicio indiscriminado e inmisericorde de un control que se intuye abusivo no sólo desde los pequeños detalles que la directora esparce en la cotidianidad de Jane –colegas displicentes, funciones domésticas, institucionalidad cómplice sino que precisamente adquiere materialidad o se vuelve macabra precisamente porque reposa en una rutina montada para tal efecto. Green es consciente del lugar que su posicionamiento –o su denuncia– toma a lo largo de The Assistant, pero pocas veces se ha visto un poder tan sobrecogedor para filmar el riesgo desde un detalle que sugiere la desmesura que no vemos. O que, mejor dicho, vemos desde quien precisamente encarna la paradoja de montarla al tiempo que detectarla. 

Con una puesta en escena sobria, maquinal y burocrática, la película es la crónica de un quehacer convencional que encierra el mecanismo a través del cual el poder se lo traga todo. Sin decir, recalcar o subrayar absolutamente nada, el interés de su relato adquiere la contundencia de una realidad que no requiere de nada más que la sucesión de hechos banales articulados que componen una tiranía –sexual, económica, patriarcal o mediática– que, como dicen por ahí, se inmiscuye en los detalles. Y en ese sentido, todo está referido en la diligencia con la cual se coordinan encuentros, programan reuniones, o limpian pequeños desastres onerosos que sugieren festines que exudan una voracidad tan perversa como implacable. El ingenio, en ese sentido, no está en contar la historia, sino que en hallar un lugar desde donde hacerlo.

Por esta razón The Assistant es un logro contundente, audaz y descarnado: porque enseña a contar una historia con lo que se tiene a la mano, y porque desde ahí construye un escenario perfecto para hablar de esos sujetos que, apoltronados arriba de un mundo que les rinde pleitesía, habilitan impunes la posibilidad de permitirse la transgresión como regla fundamental.

 

The Assistant está disponible en Amazon Prime Video

The Assistant

Director: Kitty Green 

Guion: Kitty Green

Fotografía: Michael Latham

Elenco: Julia Garner, Dagmara Dominczyk, Matthew Macfadyen, Kristine Frozeth

ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.