Reseña: The day after – Crónica de una muerte enunciada

The day after es el último largometraje de Hong Sang-soo, y se sustenta casi ideológicamente en la constatación de dos fenómenos: lo que la gente sostiene respecto de aquello que piensa y los momentos cuando las personas dialogan, unos con otros, sobre aquello que sienten.

 

Partamos con un departamento filmado en una cuidada escala de grises. Es muy tarde: un reloj de pared marca cerca de las 4am. Una pareja conversa mientras uno de ellos cena: si es que se puede llamar cena al acto de comer de madrugada. Mientras come este hombre-marido, la mujer-esposa le pregunta si es que está viendo a otra. El hombre hace todos los gestos posibles por contradecirle, pero curiosamente nunca elabora una respuesta, con propiedad, a esa pregunta. Ese silencio le otorga, a ella y a nosotros, la posibilidad de dudar de él. El plano siguiente nos da la razón y contradice efectivamente ese primer intento de respuesta: el mismo sujeto, quizá borracho, se abraza con una mujer que no es la del plano anterior. Justamente habla de las cosas que no habla con la mujer anterior: abrazados uno al otro, hablan de amor y de quererse.

The day after es el último largometraje de Hong Sang-soo, –director surcoreano que termina de formarse como realizador en Estados Unidos–,  y se sustenta casi ideológicamente en la constatación de dos fenómenos: lo que la gente sostiene respecto de aquello que piensa y los momentos cuando las personas dialogan, unos con otros, sobre aquello que sienten. Es una película que coloca al diálogo como centro estratégico de su propuesta dramática y narrativa, y es ahí donde se despliega su mayor ingenio: cuando descansa en aquello que los personajes son capaces (o no) de materializar a propósito de lo que dicen.

La mayoría de los planos que componen The day after dan cuenta de conversaciones entre los personajes, intercambios aparentemente anodinos que mantienen sentados en un sofá o comiendo en un restorán. Los acompañan platos a medio comer, calendarios difusos y libros por doquier: ornamentos cotidianos que encontramos en casi todos los lugares. En este sentido, existe un esfuerzo denodado del realizador por enfatizar, en su materialidad, estos espacios triviales y habituales, situándolos como telón de fondo para la digresión de lo que sus personajes experimentan respecto de los mismos temas de siempre: amor, trabajo, religión, futuro y pareja. La vida cotidiana es una sucesión organizada de fragmentos deshilachados que los personajes exponen y exploran para anclarse en algunas certidumbres: las palabras les permiten erigir soportes simbólicos y relacionales a partir de los cuales poder definir ciertas convicciones subjetivas y externalizar las emociones que subyacen a esas impresiones.

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Pese a que tributa de una puesta en escena teatral, al menos en términos formales, pareciera que aquí aparece un interés que subvierte el énfasis que suele tener cierto lenguaje cinematográfico más contextual: pareciera que en The day after son los diálogos aquellos materiales que estructuran y performan el contexto en el que se dan. Los espacios son aleatorios, fugaces y circunstanciales; las conversaciones son densas, vehementes y seguras de sí. Aun cuando revelen, tras de sí, algún grado involuntario de cinismo o autocompasión.

Hay un plano en el cual el protagonista, Kim Bong-wan (Kwon Hae-hyo) director de una empresa editorial, aparece literalmente encerrado, en el plano, por montoneras de libros apilados a ambos lados. Las palabras, restos permanentes de aquello que se dijo, son barrotes carcelarios: lo atribulan confinándolo a una vivencia encerrada en sí mismo de la cual sólo le salen palabras que entorpecen lo que debe decir que piensa o siente. Es un personaje cansino, enrarecido y atribulado por contradicciones que lo apremian demasiado. Vive dentro de un matrimonio suspendido del que tenemos sólo miradas y palabras al vacío. Al mismo tiempo, desarrolla una relación paralela con la secretaria de la editorial. Principalmente, Bong-wan desea a su amante, y se encarga en cada diálogo de demostrarlo, desmontando su matrimonio con planes y coartadas. Es un sujeto apesadumbrado por la incapacidad de poder sostener de manera consistente las dos encrucijadas que se le presentan: cómo convivir con una mujer que no desea y cómo sostener ese deseo en una relación que asume como legítima pero que se resiste a centralizar en su vida. Mientras tanto, por efectos de la sospecha de su mujer, debe despedir a su amante y contratar a una nueva funcionaria (Kim Min-hee, actriz célebre por la sublime The Handmaiden). En quien recae de manera totalmente injustificada toda la exasperación de una mujer-esposa que se sabe engañada.

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Parte de la película se sirve de este conflicto para expresar aquello que los personas pugnan por resolver: un malentendido del cual no pueden dejan de sospechar como un complot dirigido hacia cada uno de ellos.

Tal vez, hasta cierto punto, Sang-soo constate lo ingrato que resulta el hecho de que sólo contemos con las palabras para poder resolver las diferencias. Al tener clara esta imposibilidad práctica, construye un relato profundamente reflexivo sobre el decir y el callarse. Una fábula melancólica, irónica y resignada sobre los modos a través de los cuales accedemos a los otros desde relatos demasiado complejos como para comprender lo que los motiva. Porque despiadadas son las palabras: implacables aparatos si se trata de afectar al otro, herramientas imperfectas para abordar la experiencia del desamor con todos los efectos que reparte alrededor. Una película pequeña pero certera en su cometido.

 

Geu-hu (The day after) (2017, 91 mins.) Hong Sang-soo, Korea del Sur.
Kwon Hae-hyo, Kim Min-hee, Kim Sae-byeok, Jo Yoon-hee.

ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.