Reseña: Último Año – Uno para todos

 

En Último Año hay un plano que se graba en la retina por lo recurrente de su uso: cuando los ventanales ubicados en el costado lateral de una escuela proyectan, a partir del reflejo que ahí se produce, el edificio de al lado. El cual podemos ver justamente a propósito de esa ventana dispuesta ahí. En Chile, las escuelas –o al menos, cierto tipo de escuelas–, son lugares espaciosos cuyas dependencias se extienden a lo largo del territorio que las concentra. Y que en general siempre funcionan alrededor de una comunidad. El tema es que aquello que ganan en espacio y centralidad, podríamos decir que lo pierden en vistosidad. Las escuelas chilenas –al menos, esas donde se educó gran parte del país– tienden a ocupar lugares cuasi derruidos, con fachadas descuidadas y vestigios de ornamentaciones, recientes y pasadas. Tal vez sean espacios que se interesan menos por cómo lucir o armonizar con sus vecinos, que por lo que deben hacer adentro de ellas: garantizar la educación del estudiante que convive ahí. Son lugares que claramente contrastan con la fachada impoluta, impersonal y aséptica que constituye el prototipo residencial de la industria inmobiliaria que vemos que se aparece en el reflejo del principio. Entonces, un primer edificio imperfecto y anquilosado, a través de su ventana, nos refleja otro edificio, sí, modernizado, pero que siempre se termina pareciendo demasiado a todos los demás.

Es curioso, pero casi todas las escuelas tienen formas diversas, mientras que todos los departamentos tienen formas uniformes.

El detalle que sugiere esta digresión puede ser un punto de partida para pensar lo que sucede en Último Año, de Viviana Corvalán y Francisco Espinoza. Documental que se interesa por la vivencia de un grupo que al principio se nos aparece, a la mayoría de los espectadores, como diferentes. El interés de los realizadores pretende, primero que todo, caracterizar al grupo en cuestión: en este caso, los alumnos de una comunidad escolar que tiene la particularidad de ser sorda. Esta característica sólo es relevante por cuanto constituye el modo en que los estudiantes protagonistas se piensan como sujetos y, en consecuencia, se relacionan unos con otros. Vale decir, a través del Lenguaje de Señas chileno. Una forma de hablar que supone, a diferencia de la lengua no-sorda, hacerlo con las manos. Además de la necesidad de mirarse de frente para poder dar lugar a la interacción comunicativa. Fuera de esa característica –inusual y novedosa para los no-sordos– su paso por la escuela es bastante habitual: los estudiantes juegan a las escondidas, de vez en cuanto sueltan puteadas y cuando les toca se distraen durante la atención fonoaudiológica.

Todo sigue más o menos su curso, hasta que se enteran de que la escuela que los acoge ya no puede seguir haciéndolo: la Enseñanza Media, al final del curso, les espera. Por lo tanto, este hecho implica la obligatoriedad de buscarse otro lugar que les permita continuar la trayectoria escolar. Otra escuela que pueda atender su necesidad –mejores condiciones de igualdad y acceso al aprendizaje, podríamos decir– pero que además tome en cuenta el derecho, de ellos, a que dicho lugar considere dicha necesidad.

La educación en Chile –dice su Constitución– es un derecho inalienable que cualquiera está en condiciones de reclamar. Por tanto, el Estado de Chile debiese dar especial protección a su ejercicio.

En este sentido, el documental nos muestra la vivencia cotidiana de ese tránsito, común a todos, que es el egreso de la Enseñanza Básica. Pero que también es la vivencia, para ellos, de prepararse para un horizonte todavía muy incierto. Porque no sólo es cosa de conocer las materias o tener buenas notas, sino que, también, estos estudiantes deben aprender, antes que todo, a ser asimilados al nuevo contexto. A incorporarse a otro tipo de escuela; una que no los recibe en igualdad de oportunidades como a todos los demás. Una mamá comenta que es un poco inevitable y que deben adquirir las habilidades sociales para convivir en una nueva escuela, pero tal vez es más que eso: es perfeccionar la destreza de poder mimetizarse con la uniformidad del espacio escolar tradicional y la sociedad en general.

Bajo esta perspectiva, y expuesto el conflicto de sus personajes, el documental cumple dignamente –a través de una narración tal vez demasiado acompasada, aunque hábil en formalismos y revitalizada por unos protagónicos entrañables– con llevar a cabo tres tareas no menores: en principio, reflexionar con sobriedad y sin manierismos acerca de ese debate intenso e interminable sobre dónde está la igualdad y cómo entra, ahí, la diferencia. En segundo lugar, denuncia la fragilidad que conlleva la aspiración por la inclusión educativa, a propósito de una búsqueda de escuela que si no se revela imposible es precisamente por la búsqueda infatigable a la que esas madres (¿y sus padres?) se arrojan. En tercer lugar, al evitar la representación de la comunidad sorda como un grupo defectuoso o padeciente, sino que desde un lugar que los concibe como un grupo que percibe y busca actuar en un espacio que, hasta el día de hoy, los piensa primeramente desde la inacción o el déficit. Un conglomerado que ha tenido el coraje y el ingenio de politizar su demanda en el debate educativo.

Porque no sólo es tener la impresión, para nosotros, de un lugar que los discrimina, sino que es también la vivencia, para ellos, de un mundo que se vivencia como excluyente. Un mundo  –un contexto, un trabajo, un colegio– en donde les resulta perfectamente posible procurarse herramientas para acomodárselo. Pero que justamente se queda demasiado corto en la pretensión, anunciada a los cuatro vientos, de reducirles los obstáculos.

Último Año (2017, 67 mins.) Viviana Corvalán Armijo, Francisco Espinoza

 

ultimoano2018

ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.