Reseña: Una tierra imaginada (A land imagined) – Isla Progreso

La última película de Yeo Siew Hua familiariza la debacle neoliberal a partir de un territorio ciertamente inhóspito. Pero no por esa razón menos intervenido por las metrópolis occidentales en las que, al igual que los asiáticos insulares, hacemos todo el tiempo de tripas corazón.


Singapur –como gran parte de los países del Sistema Mundo del siglo XXI– es una nación con fronteras abiertas al mercado. Colonia devenida nación próspera, con una legislación conocida por severa y situado al sur de Malasia (del que fue parte hasta 1965), el país recibe y se beneficia, en la actualidad, de los inversionistas que modernizan su infraestructura urbana, rentabilizando sin demasiados escrúpulos tanto su suelo como su costa. Por lo tanto, la isla se ha visto en la obligación de importar, para tales efectos, a gran parte de su fuerza de trabajo desde los países vecinos del sudeste asiático. En Singapur, chinos e hindúes sobrecargan un territorio al que aportan con hacer girar –o sostener bajo la espalda– la rueda del progreso.

Hay un momento en An Imagined Land donde los personajes dan cuenta de los efectos irremediables de ese fenómeno: paseando por la playa, Mindy (Luna Kwwok) –la mujer que atiende el ciber-café que se divisa desde la ventana del protagonista–, refiere que toda la arena que en ese momento los recorre y los recubre, forma parte de las importaciones que Singapur consigue. Técnicamente, tienen bajo los pies una tierra que les resulta ajena pero que, en cierto sentido, también les pertenece. El país importa la arena que a su territorio le falta, del mismo modo que contrata trabajadores para terminar de edificar ese ensayo de progreso asiático que sus autoridades económicas, sueltas de cuerpo e invisibles desde las cimas de sus pináculos, han deparado para sus conciudadanos. 

La última película de Yeo Siew Hua –ganadora del Leopardo de Oro en el Festival de Locarno y sorpresivamente disponible a través de Netflix– familiariza la debacle neoliberal a partir de un territorio ciertamente inhóspito. Pero no por esa razón menos intervenido por las metrópolis occidentales en las que nosotros, al igual que los asiáticos insulares, hacemos todo el tiempo de tripas corazón. En el Singapur que habita Wang (Liu Xiaoyi) se constatan las contradicciones de un modelo que los perfila, día tras día, desde el alba hasta el amanecer.

Solitario, migrante e insomne, el personaje pasa el tiempo entreteniéndose en un ciber-café. En una metáfora tal vez macabra, se ocupa en un juego que representa una guerra que a él no le pertenece pero que disfruta con apatía. Se distrae para ocupar un tiempo que no es capaz de sustraerle un sueño que lo esquiva, en parte porque el régimen laboral al que se somete –una obra mastodóntica e incesante que mezcla tierra con cemento– le niega justamente la posibilidad de tener el derecho de apagarse de manera voluntaria. Vorágine asfixiante que el personaje solo rompe, accidentalmente, con el contratiempo en una cadena productiva que en un momento lo pilla desatento. Como si sólo fuese posible bajarse del ritmo de trabajo mediante la torpeza de no hacer bien lo que él, insomne pero incombustible, no para de hacer.

Aunque esta película comienza antes, porque Wang desaparece al principio del metraje y un inspector devenido policía es asignado para dar con su paradero. En un semblante parecido, dicho policía, Lok (Peter Yu), padece a su modo el sistema: también insomne, merodea por la obra, consulta por las condiciones laborales y recorre los pasillos que iluminan los neones azulados de los cubículos on-line. De ahí en adelante, el tiempo se bifurca y la cronología se desvanece para dar paso a una visión paranoica cuyo lirismo recorre las miserias de un sistema que recluta trabajadores para despertarlos sin adormecerlos.

Mientras el esplendor de una ciudad en construcción anuncia precisamente un horizonte paradisíaco en donde podemos, todos juntos, depositar tanto los anhelos como las deudas por contraer. A la espera de un futuro esplendoroso que tanto nos ha costado –y nos cuesta– construir. La tierra imaginada es entonces una promesa escurridiza cuyo costo cargan justamente aquellos que no tienen permitido poder soñarse, ni por asomo, dentro de él. Porque quienes están fuera, también están ocupados, apresurados e incombustibles, forjando un mundo en el que no pueden ni soñarse.

Reseña de Una tierra imaginada

Una tierra imaginada (A land lmagined) (2018, 96 mins.) Yeo Siew Hua, Singapur
Peter Yu, Luna Kwok, Liu Xiaoyi, Jack Tan

ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.