Reseña: Venom – Ni fu ni fa

Venom es mediocre y tal vez insuficiente. Pero si pensamos que es imperdonable, tal vez depende de las herencias pesadas e insidiosas de las que lamentablemente no nos liberamos todavía

Para comenzar, cuando una película no es buena ¿Eso la convierte automáticamente en un fracaso estrepitoso? la respuesta, en el último tiempo, ha tendido a ser afirmativa, pero es probable que, para este caso, sirva pensárnoslo de nuevo. Venom –como todas las últimas películas que protagonizan súper hombres salidos de novelas gráficas– viene precedida por el éxito económico sin parangones de los filmes Marvel. Y, en algunos casos puntuales, por el relativo consenso crítico de sus exponentes más importantes (casi todas las películas del MCU volcado a la comedia). El tema es que, también, a todas estas películas siempre las acompaña un hype estratosférico: una bulla incontrolable que anuncia, registra y comenta todo lo que sucede alrededor del acontecimiento que significa la película. Situación que termina produciendo alrededor de ellas –y alrededor de quienes lo consumen– más ansiedad que cualquier otra cosa.

En ese sentido, quizá es tiempo de volver a pensar seriamente en las estrategias de circulación de películas como esta. Por ejemplo, cuán bien les hace que se hable de ellas cuando, de hecho, recién se está pensando en hacerlas. Es una opinión estrictamente personal, pero tal vez uno de los pecados de películas como esta –más irregulares que otra cosa– tengan que ver, entre otras cosas, con los contextos hiperestimulados que las acompañan. Porque les juegan en contra cuando no están a la altura de esa ficción pública que generan los pre-reviews, likes y retweets.

En ese sentido, ¿Una película puede tener derecho a no ser buena? Por irrisorio que suene, yo creo que sí. Venom es, a todas luces, una película muy mediocre. El tema es si esa mediocridad la vuelve necesariamente un producto que se merece las peores penas del infierno. Lo que instala el asunto del impacto previo de la película (la pre-película) y las expectativas de las que, forzadamente, tiene que hacerse cargo.

El asunto empieza así: cuando conocemos a Eddie Brock (Tom Hardy) nos lo presentan como periodista, emparejado y asalariado. Una estrella del reportaje de denuncia, una suerte de barómetro biempensante, eficaz en destapar prácticas empresariales sospechosas y abusivas. El tema es que, por un desliz, o pecando de indiscreto, comete un error que le arrebata novia, trabajo, sueldo y reputación. En ese contexto, un heroísmo latente y maltrecho lo lleva a insistir en investigar a un magnate engolosinado y enceguecido con ajusticiar la raza humana y su intolerable negligencia medioambiental (cosa que, reconozcámoslo, de tan repetida ya suena inofensiva). Dicha circunstancia resulta en que Brock se vuelva Venom, algo así como una mezcla accidental y antagónica entre un simbionte, entidad microbiana que viajó contrabandeada desde el espacio (¿Sí?¿Alien, eres tú?), y un sujeto frustrado y timorato con el aplomo suficiente para desenmascarar las fechorías del chalado de turno.

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Hasta ahí, todo resulta casi correcto. Un producto digno de matinée o de película familiar de domingo por la tarde en televisión abierta. El tema es cuando el director comienza a tropezar cuando se atreve a jugar con la represión enfermiza del personaje o cuando busca densificar algo que, desde su inicio, ni se asoma a sugerir la entereza que genera. El protagonista y su circunstancia se desinflan o, peor aun, pierden consistencia dramática. Dramáticamente. Es probable que la crítica hasta cierto punto justificada que se la ha hecho a Venom –la más punzante de todas, aquella que la entiende como un producto obsoleto y retrasado en 15 años– tenga que ver menos con sus méritos que con la eterna expectativa que cargan los productos con Marvel como denominación de origen. Venom es ágil, aunque estéril y majaderamente pueril. Que falla: si es que se pretende homologar su imagen a la de Spawn, ese primo lejano en el que podíamos cómodamente proyectar toda nuestra oscuridad autocomplaciente. Pero, de ser un pecado imperdonable, bastante lejos está. Si a algunos les resulta decepcionante, eso sólo dependerá de la maquinaria de circulación de información de la cual una película, al menos –y después de pensárselo un rato largo– no tendría por qué hacerse responsable.

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En ese sentido, la observación debería apuntar, más bien, hacia una película menor que cuenta, con recursos limitados, la historia que quiere contar: la de un personaje que no alcanza a sostener una historia independientemente del arácnido antagonista que justifica su maldad o su propia contradicción. Spiderman, en este caso, es el alma de una fiesta que, claro, no deja en buen pie a este secundario. El cual, sin embargo, mantiene a flote una historia liviana basada en una historia que orbita en el rango de la entretención poco trascendente.

Y tal vez ahí hay una lección que aprender, y que viene del legado interesantísimo, pero a veces demasiado sacralizado que nos heredó The Dark Knight (2008) –o The Crow (1994) 15 años antes– con sus ángeles y demonios. Errantes nihilistas deambulando por la Tierra. Porque por mucho que queramos que los personajes oscuros les hagan perfecto tributo a su aura maltrecha y a las pesadillas en donde los queremos ver, perfectamente pueden ocupar el tiempo en historias ordinarias que tarde o temprano se nos olvidarán mucho mejor de lo que estemos dispuestos a reconocer.  Con todo, Venom es mediocre y tal vez insuficiente. Pero si pensamos que es imperdonable, tal vez depende de las herencias pesadas e insidiosas de las que lamentablemente no nos liberamos todavía.

Venom (2018, 140 mins.) Ruben Fleischer, Estados Unidos
Tom Hardy, Michelle Williams, Riz Ahmed, Scott Haze

 

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ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.