Stowaway (Pasajero inesperado) – Puertas adentro

A propósito de lo que deben (o no) hacer en virtud de una misión que no admite tripulantes adicionales –para los cuales literalmente no hay cabida–, lo interesante de Stowaway se genera en torno a la manera en que los seres humanos, aparentemente entrenados para resolver cualquier disputa, gestionan o deben vérselas con la arremetida del extranjero.

Las ficciones que enmarcan su desarrollo “en el espacio”, junto con ser inmediatamente relacionadas con alguna rama de la ciencia ficción interestelar, en general articulan su mensaje a propósito del supuesto potencial que dicho escenario tendría para urdir ahí moralejas o reflexiones. Ya sea que el cosmos represente lo desconocido, concentre el sentido de la humanidad o encarne el lugar privilegiado de algún naufragio o guerra simbólica, este ámbito de lo posible siempre ha sido una oportunidad a la que se le saca, la mayoría de las veces, un provecho que lo justifica más allá de cualquier ornamentación. Dicho de otro modo, todo el potencial de la contextualización espacial remite, inevitablemente, a lo que este ofrece como recurso para quien lo utiliza. Por lo tanto, para pensar o proponerse decir algo de una película como Pasajero Inesperado (Stowaway), no habría que perder de vista este detalle: porque la película sigue este parámetro, claro está, pero también porque lo que podría lograr –o fallar– orbita alrededor de esta decisión narrativa. 

Su director, Joe Penna, es un cineasta que probablemente tuvo la oportunidad  inusual de articular para esta película una producción a la altura de su ambición. En este sentido, Pasajero Inesperado (Stowaway) se siente como un film cuya naturaleza reposa con autoridad en su presupuesto, o la logística de una pretensión técnica que, de hecho, nunca se interesará por desdecir. Del mismo modo, todo lo que pudo haber obtenido Penna de experiencia fílmica o apoyo presupuestario, es puesto al servicio de una obsesión temática que lo sigue desde Arctic (2018): el escudriñamiento de la supervivencia en toda su materialidad y circunstancia. Aun cuando ambas películas no difieran del todo en los contextos y las condiciones de sus protagonistas –por un lado, el Polo Norte y por el otro, una porción del espacio– es probable que ambas reflejen el mencionado interés por situar a sus personajes en condiciones extremas donde deban vérselas, además, con dos tipos de encrucijadas: una prosaica y terrenal que es apañárselas con la inclemencia del destino que los amenaza, y la otra –más bien argumental– asociada a la dimensión subjetiva de esta condición. Si es que hay una diferencia en Pasajero Inesperado (Stowaway)entendida como continuidad temática del director, es precisamente la forma en que abre y sondea esta debacle, pues pone palabras y acompañantes a la estrategia de salvataje que antes era sólo una instintiva y adrenalínica manera de subsistir. 

En ese sentido, la película parte de un supuesto discutible pero relativamente verosímil al interior de su universo: tenemos a la flota de una misión espacial que se encuentra suspendida en el espacio. Esta se propone cumplir con el objetivo de situarse en Marte. Para llevarlo a cabo, la tripulación, a cargo de Marina Barnett (Toni Collette), además ha convocado a dos postulantes para que desarrollen, antes del aterrizaje, algunos progresos en investigación médica y biológica. Podría decirse que la misión tiene un afán exploratorio, es cierto. Pero el periplo también es una forma colonizadora que ya ha sido bastante sondeada en la ficción espacial, a propósito de un esfuerzo alegórico que revela interés en conocer aquello que sólo se intuye, pero que contiene, en tanto precedente, la posibilidad de un asentamiento que quizá se encuadra en una tarea a largo plazo remota, pero plenamente viable. 

El asunto es que, de la noche a la mañana, el grupo debe vérselas –a través de un mecanismo que uno sólo podría creerse debido a su irrupción intempestiva y luego soslayada por el desarrollo narrativo– con la aparición de un tercero (Shamier Anderson), un supuesto operario que perdió la consciencia en algún momento mientras trabajaba en la preparación de la nave previa al despegue. Es interesante la forma en que esta presencia, definitivamente extraña para los intereses de una planificación espacial premeditada, constituye una tensión, en tanto ofrece ecos de cómo una forma organizativa responde a la aparición de una contingencia insospechada, o a lo sumo mirada con desdén. En todo caso, la cuestión que acá se revela problemática, más que posible alegoría sobre el forastero, dice relación con la disyuntiva ética que instala esta aparición. A propósito de lo que deben (o no) hacer en virtud de una misión que no admite tripulantes adicionales –para los cuales literalmente no hay cabida–, lo interesante de la película se genera en torno a la manera en que los tripulantes, aparentemente entrenados para resolver cualquier disputa en el viaje, gestionan o deben vérselas con una decisión de esta naturaleza.

Sin ser demasiado enrevesado o metafísico con el tratamiento de este dilema, Penna es capaz de filmar momentos de tensión genuina, y de encarnar en sus personajes algunas racionalidades morales que pugnan, probablemente, en todo conflicto en el cual colisiona la normatividad conferida por los planes, versus la voluntad de admitir y abrirse a los imprevistos y sus repercusiones. Si esta película se hubiese detenido preferentemente en esta dimensión dilemática –cuyo telón de fondo es un espacio que sólo se intuye como un sobrecogedor y omnipresente fuera de campo– es posible que sus proyecciones reflexivas la habrían hecho la digna exponente de una nueva forma de sondear el espacio, analogándola a aquellas controversias existenciales en las cuales la espesura de la ambivalencia humana atisba senderos inescrutables.

Sin embargo, y quizá obligada por el “programa espacial” que su narrativa decidió activar, la película sondea esta dimensión pero la abre hacia su catarsis más previsible. Es decir, hay un momento en donde el conflicto que tiene se abre hacia lo que el espacio le ofrece. Ahí, inevitablemente, la espesura del exterior al que veíamos por la ventana se vuelve, de la nada, una dimensión que apresura la resolución de todo. De hecho, cada vez que “el espacio exterior” se revela, la película cambia de foco y se dedica a seguir una aventura que consiste en filmar el talento de esquivar los asteroides, como si fuese más importante que sus personajes jueguen a ser aventureros o espadachines: en el fondo, héroes o redentores que se lanzan sin mucho miedo a desenlaces en donde pierden los matices que una lágrima insistente o una frase para el bronce resuelven tirando indefectiblemente todo por la borda. Es curioso, pero a Stowaway (Pasajero Inesperado) el espacio le funciona cuando aparece, ominoso, agazapado tras las laberínticas habitaciones en donde se fraguan las desventuras de la voluntad humana, pero no cuando decide utilizarlo como montones de películas lo usan: como una profundidad inabarcable que a esta película se le olvidó que ya se la había encontrado mucho mejor lograda, de hecho, ahí dispuesta frente a sus propias narices: justamente al interior quienes piensan y se retuercen con las circunstancias de sus enrevesadas determinaciones.

Stowaway (Pasajero inesperado)

Director: Joe Penna

Guion: Joe Penna, Ryan Morrison

Fotografía: Klemens Becker

Elenco: Toni Collette, Anna Kendrick, Daniel Dae Kim, Shamier Anderson

ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.