
Fernando Frías, director de la película, quiere contemplar y nos sienta junta a él para observar, de esa forma, lo realmente importante: lo que pasa frente a nosotros. Es Ulises y su viaje lo que merece ser encuadrado, la pertenencia y el despojo, el moverse en medio de la pista de la realidad, como un Tony Manero, sin necesidad de nadie junto a él para bailar.
La posición de la cámara siempre narra. La elección del director (en muchos casos junto al de fotografía) de en qué lugar ubicar la cámara en relación a lo que verá el espectador, es una decisión narrativa ya que, desde ahí, comienza el relato.
No es lo mismo mostrar un grupo de personas bailando desde el núcleo de la danza, que verlo desde afuera. En la primera, denota cercanía, a veces histeria, en otras complicidad. Mientras que en la segunda decisión, hay una mirada curiosa, analítica. Incluso puede llegar a ser una cámara que juzga, dependiendo de la narración completa del filme.
Como lo ha dicho el propio director de Ya No Estoy Aquí, Fernando Farías De La Parra, estaba la tentación de ubicar la cámara en mano, o steadycam, para seguir al protagonista en su odisea. Pero esquivó dicha idea. Y bien que lo hizo.
Ya No Estoy Aquí es un relato en dos tiempos de su protagonista: Ulises (Juan Daniel García Triveño) está en New York, en el distrito de Queens, trabajando en lo que sale, durmiendo donde puede y comunicándose a regañadientes para desenvolverse en un lugar donde entiende poco y nada de todo. En paralelo, lo vemos en lo que era su vida antes de emigrar: en un barrio de Monterrey donde se movía con soltura, miembro y líder del grupo Los Terkos, una pandilla de adolescentes que forman parte de una “tribu urbana”, por allá al comienzo de los 2000, llamada cholombianos. De ropas anchas y patillas largas, a los cholombianos, y por tanto a Los Terkos, y por sobre todo a Ulises, los estimulaban las cumbias rebajadas: las fiesteras canciones para bailar, pero con un tempo más lento. 76 pulsaciones por minuto. Cumbias que suenan melancólicas y que no necesitan de pareja para bailarse.
A Ulises lo vemos en esos dos tiempos, un presente deambulante y un pasado desenvuelto. Y en ambos la cámara sigue sus pasos, lo observa para seguir su ritmo.
El contexto en que viven Ulises y Los Terkos en Monterrey es hostil. Narcos, pobreza, calles y baldíos son el decorado de una pista de baile tan difícil como atractiva, que sería comprensible registrar desde su interior para entenderla y transmitir su atmósfera. Ya lo hizo Meirelles en Ciudad de Dios o Iñárritu con Amores Perros. El frenesí que se vive en los barrios marginales de nuestras capitales sudamericanas siempre ha tenido una estética de GoPro policial en medio de una redada. Pero la comprensión de un contexto, y más importante aún, de una cultura, no siempre está en colarse con la cámara aliada al hombro, sino que en ubicarla a la distancia necesaria para observar el panorama.
Fernando Frías, director de la película, quiere contemplar y nos sienta junta a él para observar, de esa forma, lo realmente importante: lo que pasa frente a nosotros. Es Ulises y su viaje lo que merece ser encuadrado, la pertenencia y el despojo, el moverse en medio de la pista de la realidad, como un Tony Manero, sin necesidad de nadie junto a él para bailar.
En una escena de la película, un traveling muestra una fiesta donde Ulises, Los Terkos y varias bandas más bailan al son de una cumbia. La cámara se desplaza horizontal y vemos los agitados pies de los bailarines. Adelante y atrás, izquierda y derecha, adelante y atrás.
Ya No Estoy Aquí es un viaje al presente y al pasado, adelante y atrás, al ritmo de Ulises que en este viaje se encontró y se perdió, que estuvo ahí y ya no, pero que, hasta el final, lo vemos bailar, moviéndose.
