Reseña: La odisea de los giles – La comedia y su equivocación

Su tono cómico de parece más bien un tanto divagativo, superfluo o inorgánico, o tal vez poco dado a la ironía que precisamente el encuentro con el banco sugiere al comienzo. Haciendo parecer, a ratos, a La odisea de los giles con una comedia que pretende ser cómica, pero que tampoco lo es tanto.

La última película de Sebastián Borensztein tiene como inspiración un antecedente que otras películas argentinas como Nueve Reinas (2000) no abordaron directamente pero sí intuyeron de manera profética: el Corralito de 2001. Entre otras cosas, un colapso económico que no sólo es una experiencia concreta y muy argentina del descalabro, sino que también es la vivencia de que ese desastre cuando nos pega a todos, a muchos o a la mayoría de esos todos los azota en el suelo sin miramiento ni mayor misericordia. El Corralito, o la imposibilidad de retirar lo que nos corresponde por derecho propio, podría ser precisamente, mirando una película como La odisea de los giles, uno de los embustes que comprueban que cuando los efectos son generalizados, estos se diferencian en virtud del riesgo. En el fondo, son otra faceta que adquiere la segregación que lo antecede. Tal como ese subterfugio en donde las discutidas Administradoras de Fondos de Pensión reclaman como legítimo esa estrategia de acumular ganancias y distribuir las pérdidas: algo así como ganar un poco cuando todos pierden.

En ese sentido, hay una temática, que podríamos caracterizar como una pequeña historia de la indignación, que aparece en cierta cinematografía argentina relativamente reciente y que se vincula, de una u otra forma, al abuso o la transgresión de cierta dignidad perdida. No hace mucho, Relatos Salvajes (2014) –Nominada al Oscar– sirvió de corolario o aditivo fílmico de un movimiento epocal trasnacional de indignación, alimentado por los movimientos Occupy (2011), las revueltas de la Primavera Árabe (2010-2013), los movimientos reivinticativos ante las crisis bursátiles en Portugal (2010-2014) y Grecia (2009) y un sinnúmero de movimientos de protesta intensa que tuvo –y tienen– de característico esta segunda década del siglo XXI. En ese sentido, que sea Borensztein quien recurra al motivo es interesante en la medida que permite comprender, a partir de esta película, la conjunción dos ámbitos que interesan al cine argentino reciente, y por cierto, a su propia filmografía. Por una parte, el sustento en la figura que representa Ricardo Darín como actor de exportación (que protagoniza sus últimas tres películas), como también el interés por representar un cierto prototipo de sujeto nacional. La odisea de los giles, en este sentido, vendría siendo una amalgama interesante entre ese movimiento de indignación propia de la década, añadido a cierta construcción antropológica del argentino medio. Que dentro del filme –y del libro que lo inspira, La noche de la Usina– se alimenta, de manera narrativa, de la figura del gil: apelativo que en la lengua nacional –y aparentemente común en América Latina– refiere al sujeto lento, ingenuo y despistado, que permite que le sigan pegando abajo porque no es del todo consciente de la dimensión de los tentáculos de la colusión que lo aprisiona. Un sujeto, podríamos decir, no-emancipado.

La historia que nos ocupa es sencilla y cabe al dedillo dentro del heist o cine de atracos: un grupo de pobladores de un pueblo patagónico pequeño, comandados y persuadidos por la figura de Fermín Perlassi (Ricardo Darín) –eximio representante futbolizado de una gloria pretérita pero por lo mismo inolvidable–, deciden invertir en un emprendimiento noble y posiblemente rentable, pero que tiene mucho de anacrónico: levantar una cooperativa como modelo comunitario de administración y distribución de los ingresos. Momento cuasi epifánico de la comunidad organizada al servicio del bienestar compartido, el esfuerzo de diluye en la medida que el personaje, irónicamente, confiadamente se vale de las instituciones económicas para salvaguardar el fruto del esfuerzo grupal. En la medida de que el Banco –como metáfora y también como realidad– se revela como una entidad que fagocita y burocratiza el esfuerzo de un centenar de sujetos esforzados. Por esta razón, la pretendida pulcritud e impenetrabilidad de sus cajas fuertes relucientes no permiten nunca avizorar el descalabro económico que al personaje se le presenta justo al día después de depositar el dinero que tan fácilmente delegó. El Corralito, motivo trágico y calamitoso, impide a Perlassi extraer el total del dinero sino es en trozos y, para colmo, en pesos devaluados.

En ese sentido, dicha desventura es tal vez el elemento más interesante de La odisea de los giles, por cuanto representa, de manera sintética y hábilmente sencilla, la tragedia en la que se inspira la película y la experiencia de muchos otros. La confianza en el Banco como una oportunidad arrebatada, como una confianza ingenua, nos dicen, es propia de los giles, quienes no son conscientes que el Banco no sólo es el mercenario disfrazado encargado de hacer caja, sino también el subordinado directo para resguardar el interés de un especulador que sabe, del mismo modo que el resto del mundo no lo sabe, que se avecina una catástrofe y que hay que estar protegidos. Ciertamente, lo irónico es que los ciudadanos civilizados y responsables con sus impuestos confían en los bancos en la misma medida que los magnates multimillonarios descreen de los mismos, cuestión que los obliga a cruzar las fronteras o a construirse, como en la película, sendas cajas fuertes electrificadas. Cuestión que, si se piensa un poco más allá, es acaso lo más parecido a ese consejo popular y desconfiado de esconder los dineros debajo del colchón.

Hasta ahí todo bien, puesto que La odisea de los giles toca las teclas de la comedia de equivocaciones y el cine de complots para hacernos empatizar con la tragedia del ciudadano común que podría ser común para todos. Además, también invita a reírnos con ellos a partir de cierta idiosincrasia deliberada visible en sus maneras, usos y vivencias. En ese sentido, el carácter campechano es un elemento costumbrista que tal vez haga un poco difícil universalizar las extensiones del mensaje, en parte por las particularidades macroeconómicas, territoriales y productivas de Argentina. En ese sentido, el disfraz de localismo a veces es extrapolable a otros lugares, pero otras veces sólo se comprende en la medida que se comparta el propio lugar de origen. En consecuencia, La odisea de los giles no es fallida por ser muy argentina, sino que no siempre se encarga de universalizar del todo esa particularidad tan específica.

Más allá de eso, que es más reparo que falla estructural, quizá el gran problema de La odisea de los giles tenga que ver con no poder ni querer salirse de la distinción de gil de sus personajes, sujetos paródicos que sólo caben en los confines de la comedia que los exhibe, pero que difícilmente podrían sostener la arremetida del Corralito sólo con la sumatoria de sus planificaciones desfachatadas. En ese sentido, hay un cierto desbalance entre el peso de la realidad y la forma en que la comedia la representa: empequeñeciéndola. Y no es un asunto de verosimilitud, o de necesitar del drama para representar mejor la debacle, sino que el tono cómico, a veces tan caricaturizado –por ejemplo, en el antagonista, abogado y beneficiario de la estafa a Perlassi –, impide poder ponderar, desde el ingenio, el absurdo u algún otro subterfugio narrativo, la dimensión del desastre. Porque los personajes, más que reírse de la tragedia que los encierra, son motivo de risa porque la padecen. No son absurdos ni irónicos, sino que son risibles.

En ese sentido, se vuelve un tanto problemático representar al pueblo –los giles– sin la posibilidad de poder sobreponerse a la debacle sino urdiendo aquello que la trama y sus códigos los destina a construir. En este caso, a trompicones, aunque consiguiendo cosas que muchas veces tampoco saben cómo. En ese sentido, el tono cómico parece más bien un tanto divagativo, superfluo o inorgánico, o tal vez poco dado a la ironía que precisamente el encuentro con el banco sugiere al comienzo. Haciendo parecer, a ratos, a La odisea de los giles con una comedia que pretende ser cómica pero que tampoco lo es tanto, con tan poca ironía como un chiste de hace 20 años.

Lo cual, por cierto, sirve y entretiene en la medida que podemos seguir el periplo extraordinario de un par de sujetos jodidos por una institución a la que buscan ajusticiar. Pero que, a fines de corroborar la poca absurdidad de la misma comedia, queda al debe en parte porque quizá no toma en serio los distintos derroteros de la propia dimensión cómica. Y por cierto, abandonando la dimensión transformadora que la propia estafa encierra en sí misma. Porque los giles nunca se emancipan sino que, lamentablemente, sólo le ganan a los malos. 

Reseña La odisea de los giles

La odisea de los giles (2019, 120 mins.) Sebastián Borensztein

Ricardo Darín, Luis Brandoni, Andrés Parra, Daniel Aráoz, Rita Cortese

ClaudioSH

Claudio es psicólogo. Reparte su tiempo entre hacer clases, ver cine y lograr terminar un Magister. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el poco tiempo que le queda disponible.