Reseña: Sergio – Una dosis de condescendencia

Demasiado respetuosa como para adentrarse en las fallas de un personaje ejemplarizador –su lugar de hombre casado, la desconexión con su descendencia, la estridencia del efecto de decisiones controvertidas y a veces letales– Sergio titubea al explorar con timidez las debacles morales de su protagonista.

Habitualmente, uno de los peligros que corren películas que abordan
personajes reales al mando de instituciones oficiales, es volverse ejercicios literales y premeditados de relaciones públicas: lavados de imagen al servicio de un interés subterráneo o algún poder fáctico. De cierta manera, podría decirse que este es un problema inevitable si se piensa que las películas, por lo general, sustentan sus producciones y presupuestos en logísticas millonarias que dependen de terceros. Sin embargo, las maneras posibles de esquivar este conflicto con mayor o menor éxito varían precisamente en virtud del grado de dignidad con que se planteen dicha disyuntiva. 

Hace un tiempo, de hecho, una película, con actores de la talla de Tim Roth, Sam Neill y Gérard Depardieu, quiso representar los esfuerzos contra viento y marea de los mandamases de la FIFA  por echar a andar un modelo de negocios que se escondía arteramente tras la pretensión universalista y colaborativa de las Copas del Mundo. United Passions (2014), sin embargo, puede enorgullecerse de ser uno de los ejercicios de propaganda más destemplados en la última década, provenientes de una administración que, en aquel momento, aparecía degradada, corrompida y necesitada de lavar su imagen pública. Es así que con el pasar de los años, a la película se le ha hecho un poco de justicia si es que se miran los desempeños paupérrimos que esta alcanza en algunos sitios de crítica más o menos especializada, o a los puntajes avergonzantes que espectadores a lo largo del mundo le han adjudicado en los sitios que la registran.

Por su parte, una película como Sergio, afortunadamente se cuida o al menos escapa lo suficiente de este tipo de trapicheo. ¿Por qué razón? Tal vez la biografía del protagonista –que el director ya filmó en un documental que acompaña el derrotero de su carisma– influye en que, dentro de la ficción, el eje no sea siempre la imagen proyectada o sus efectos propagandísticos. Aunque claro, eso tampoco quita que muchas veces, más bien por el pulso del filme que por los escrúpulos del director, la película no tenga tanto que ver con las relaciones públicas o su ausencia, sino con cómo la propuesta de este biopic se termina diluyendo entre la importancia política de lo que pretende y, a la larga, titubea al representar.

Sergio, tal como lo reza la centralidad nominativa de un personaje que
titula su película, plantea un acercamiento a la biografía del desaparecido Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos –un cargo que, actualmente, ejerce nada más ni nada menos que Michelle Bachelet– mientras este desarrolla su labor diplomática en la ciudad de Bagdad, en medio de un Irak política y civilmente erosionado por efecto de la destitución y encarcelamiento de Saddam Hussein durante 2003. 

Desde este punto de vista –individual, subjetivo y de narrativa discontinua– se nos presenta el itinerario del Sergio Vieira de Mello (Wagner Moura), a la cabeza de algunas misiones diplomáticas de Naciones Unidas en medio de países con disputas independentistas o de beligerancias pendientes que ameritan de la conducción externa de la agencia y, por cierto, de la mediación del protagonista. Por lo tanto, el periplo iraquí de Sergio alterna con flashbacks que exhiben los ¿éxitos? anteriores en de su gestión en Timor Oriental o Camboya, naciones nóveles pero fragilizadas por efecto de una historia que las coloca atravesando nacientes procesos de convulsión e incertidumbre democrática. Al mismo tiempo, el personaje comanda un staff multinacional que debe, además, lidiar con la omnipotencia imperialista de Estados Unidos y su política internacional, sintetizada en la figura de un personaje que recorre el desierto vestido como si estuviera en Wall Street, y que más que caucásico muchas veces destila un aire obstinadamente trumpiano.

Sin duda, de Mello representa el ideal diplomático que un organismo como Naciones Unidas precisa formar en sus equipos: personas desinteresadas del poder simbólico que se les confiere, comprometidos con las naciones que lo requieren, sensibilizados ante las realidades locales en las que les toca intervenir, versátiles en el trabajo de hacer vínculos en cualquier idioma y con representativos de cualquier rango y estirpe. No es casual que una película lo tenga de centro más allá de su estatus, y que se permita, en un momento, ironizar con esa idea cuando coloca a de Mello presentando un video motivacional en donde describe las características del trabajo para Naciones Unidas.

Ahora bien, junto con exponer momentos puntuales del trabajo diplomático del personaje, y de escudriñar en ese backstage cotidiano donde se fraguan decisiones trascendentales, el filme también desarrolla la relación que el protagonista contrae con Carolina Larriera (Ana de Armas) economista y funcionaria de otro segmento de ONU aunque embarcada en un afán profesional semejante. Por lo tanto, Sergio confirma ser, a la vez, la crónica del devenir de un liderazgo carismático ejemplar, y una historia tradicional que reconstruye el surgimiento de un amor que se consolida a propósito del recorrido por un mundo en riesgo.

Uno podría pensar, considerando la excusa dramática y el acompañamiento que adereza la trayectoria de Sergio, que la película debería coquetear con el melodrama o no perder el rumbo para lograr un correcto biopic. Lo cierto es que, curiosamente, con esos precisos materiales, la película permanece todo el tiempo diluida en la indefinición de su eje central. Tal vez demasiado respetuosa como para adentrarse en las fallas de un personaje ejemplarizador –su lugar de hombre casado, la desconexión con su descendencia, la estridencia del efecto de decisiones controvertidas y a veces letales– Sergio titubea al explorar con timidez las debacles morales de su protagonista. Y no porque le tema a su imponencia o a lo que su figura ofrece a la posteridad, sino porque pareciera tener un pulso timorato en la construcción moral del un tipo cuya subjetividad no alcanza a ser cubierta –o al menos densificada para el espectador– por las cosas que le oímos decir.

Y ahí el rol de su pareja, un personaje que en el papel es mucho menos de lo que termina siendo a propósito de un lugar dramático que busca todo el tiempo expresar más allá de lo que le permiten su dosificadas apariciones, no contribuya a robustecer demasiado la debacle romántica, ni mucho menos la templanza institucional que ciertamente debe demandar un trabajo democratizador de tamaña complejidad. Recurriendo a símbolos que sintetizan un talento natural, los gestos negociadores de Sergio de Mello, en la película, son exitosos pero se presentan como si estuviesen enmarcados en un telefilme sin espacio para el desarrollo narrativo: porque parecen un poco burdos, porque no siempre uno se los cree, y porque probablemente la complejidad de las decisiones que decide explorar requieren, además de un buen guión, el pulso de sintetizar lo que los libros y las frases para el bronce no logran detallar.

Por lo mismo, Sergio termina siendo un biopic deferente pero cohibido, que diluye su personaje, la posible épica que persigue, y sus seguras e interesantes contradicciones, al olvidarlas dentro del relato que nos lo presenta. Haciendo relativamente irrelevante un personaje que, según lo intuimos, tiene de todo para no serlo. Al final, cuando nos dan algunas ganas de buscar al personaje en Wikipedia, si es que no lo encontramos a la primera, muy seguramente se nos terminarán olvidando las razones para buscarlo.

Sergio (2020)

Director: Greg Barker

Guion: Craig Borten

Fotografía: Rich B Moore Jr., Adrian Teijido 

Elenco: Wagner Moura, Ana de Armas, Garret Dillahunt, Jason Anthony

ClaudioSH

Claudio es psicólogo. Reparte su tiempo entre hacer clases, ver cine y lograr terminar un Magister. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el poco tiempo que le queda disponible.