Reseña: Aquaman – Sobre mojado

No es que le pidamos a la película ser un referente estético del mediterraneo, un carnaval antropológico o una rutina desternillante, sino que sea, al menos, capaz de hacer reír a más de cinco personas en una sala de cine repleta de espectadores expectantes.


Partamos por asumir que desde el 2010 en adelante –o un par de años antes, en realidad– las películas de super-héroes recurren, más temprano que tarde, al humor como estrategia renovadora y reivindicativa de aquello que tienen para ofrecerles a las audiencias, lo que sea que esto sea. En efecto, parte de los billones que amasa y sigue amasando Marvel (y franquicias parecidas) dependen de lo que gatilla dicho artefacto narrativo. Porque cada vez que la épica grandilocuente se adereza con una dosis, necesaria aunque acotada, de parodia, ya deberíamos sentirnos lo suficientemente confiados y conformes con el resultado. Pues muy seguramente se nos presente un producto medianamente entretenible. De hecho, a la altura de lo que muchos esperan –esperamos– consumir en la sala de cine.

En este contexto, uno de los descuidos de Aquaman tiene que ver con esta particularidad –hacer reir– en su propia trama. Asunto que, si bien es un defecto, visto de otra forma puede transformarse en un curioso descubrimiento. Porque conforme la película avanza, se nos revela que, esta vez, ése humor que tanto podemos agradecer, aquí no es garantía de nada.

Cuestión que, de paso, revela que el humor no es uno sino muchos, y que tal vez Marvel y su fortuna tengan que ver, entonces, con un trabajo exhaustivo de exploración de las formas del humor y del atributo de hacerse diverso a partir de su propia e insistente reformulación. Que, en definitiva, no es repetir sino que replicar.

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Vamos a ver: Arthur Curry (Jason Momoa) es el primogénito de una pareja impensada: entre un guardián de un faro en Maine, Estados Unidos, y una ciudadana real de Atlantis, región perdida en ultramar. Producto del inevitable y repentino retorno que la madre debe hacer a su lugar de origen, Curry es criado por su padre en un sector costero. Hasta que nos lo pillamos de lleno en los acontecimientos que motivan la película. Que tienen que ver con la posible catástrofe que se comienza a fraguar en las profundidades del mar. Motivados por la forma antojadiza y negligente de los habitantes de la superficie de administrar sus recursos naturales, cinco nobles, representantes de los pueblos que gobiernan ultramar, se coluden para tomar cartas en el asunto. Dicha alianza es catastrófica porque amenaza los intereses de la Tierra, claro está, pero también porque el afán de gobernar no es otra cosa que una vil excusa para sembrar el caos. Cuestión que detecta Mera (Amber Heard), hija de de uno de los suscribientes del pacto –y por cierto, muy preocupada por el statu-quo– quien acude a Curry/Aquaman para persuadirlo de tomar parte del peligro en ciernes, y recuperar un supuesto trono del cual él, ella menciona, es el legítimo heredero.

Hasta ahí, todo es esperable e interesa (dentro de lo que podemos reconocer que esperamos y nos pudiese interesar de un culebrón semejante). La cosa se empantana cuando le pedimos a Aquaman ser un correcto representante de la tendencia que mencionábamos más arriba, esto es, innovar –o al menos no estropear– con el ingenio que se esconde tras las formas actualizadas del humor propias del género súper-héroe.

En ese sentido, Aquaman choca con su propia ambición, a propósito de una historia pretenciosa que nos sumerge en la mezcla fantástica de universos terrestres y sub-marinos. Ahí la trama se reparte entre cómo los secundarios, muchos de ellos con 10 líneas o menos de parlamento, conspiran o colaboran en el propósito de salvarse del desequilibrio terrestre. Lo complicado no es que esta historia se desordene o colapse o naufrague, sino que no está a la altura de los alcances inter-atmosféricos de su propia propuesta temática. Porque simplemente no está dispuesta a profundizar lo que enuncia. Aquaman, el súper héroe que respira y habla sumergido, no es capaz de profundizar en los temas que su propia aventura supuestamente invita a descubrir.

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Esta película podría perfectamente haber sido una alegoría correcta al vínculo inter-cultural, o un intento de hacer fábula fantástica el retorno y el exilio, o incluso tributar de buena forma el conflicto principal del Aquaman de cómics: la debacle entre sentirse fiel representante –pese a su condición mestiza– de un trono que no pidió pero que le exige estar a su altura. Tristemente se transforma en un entretenimiento disfrutable pero insustancial, espurio, incluso irrelevante. Porque parece ser una película que importa en la medida que sólo nos sirve para pensar en la secuela que viene después.

Y bueno, lo desafortunado es el modo en cómo recurre al humor: una risa que se nota calculada y a veces tan empaquetada como esa secuencia en donde Arthur y Mera recorren Sicilia, una ciudad italiana que es evocada como un atractivo turístico despercudido, inocuo y literalmente sacado de un afiche publicitario de aerolínea. Inverosímil.

Y no es que le pidamos a la película ser un referente estético del mediterraneo, un carnaval antropológico o una rutina desternillante, sino que sea, al menos, capaz de hacer reír a más de cinco personas en una sala de cine repleta de espectadores expectantes. Cuando una película hace avanzar su historia de manera convencional, deshilvanada y publicitaria, y el humor –que salvó muchas otras historias antes que esta– sólo evoca risas tímidas, uno se pregunta (porque la película no cumple en mantenernos tan interesados) en qué momento se perdió el norte de una historia –y una forma de narrar– repetitiva y extenuada. Y en qué momento el chiste se vuelve tan pero tan temeroso. Tal vez es culpa de Zach Snyder y su densidad, o toda esa expectativa que dejó en el aire cuando se le ocurrió abandonar el barco. Dejando una vara que, salvo en el caso de Pattty Jenkins (Wonder Woman), sigue penando a Warner-DCFilms desde lo alto.

Reseña de Aquaman

Aquaman (2018, 142 mins.) James Wan, Estados Unidos
Jason Momoa, Amber Heard, Willem Dafoe, Nicole Kidman, Patrick Wilson

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ClaudioSH

Claudio es psicólogo. Reparte su tiempo entre hacer clases, ver cine y lograr terminar un Magister. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el poco tiempo que le queda disponible.