Reseña: Baronesa – Pobre vida estrecha

 

Antes del epilogo final que cierra Baronesa, la protagonista se ve forzada a abandonar el lugar donde la vemos casi todo el metraje. Pese a que se la pasa mucho tiempo elucubrando sobre las circunstancias de un futuro cercano, asentada en un nuevo lugar, hay un momento repentino, fortuito y despiadado, en donde debe escabullirse como puede y partir, con lo puesto, hacia allá. De hecho, es justo cuando conjetura sobre cómo llevarlo a cabo: en ese plano escuchamos una explosión, la cámara se desenfoca en un segundo. Todo se pudre. Los personajes hablan mucho de la guerra y bueno, el peligro es así: ni espera ni prepara.

Este éxodo forzoso de la protagonista hacia un horizonte aparentemente mejor es una postal esperanzadora, sin duda, pero también es un escape, feroz y elocuente, respecto de cierta condición empobrecida; sin ninguna garantía más que la propia individualidad. Porque en estos tiempos, y para ciertas personas, irse del lugar de origen no es una decisión voluntaria sino que una imposición circunstancial que muchas veces los pilla con lo puesto. Ha sido siempre así, pero en el último tiempo marginalidad, pobreza y migración son los engranajes constituyentes de las nuevas condiciones de abandono del sujeto contemporáneo. Baronesa, en este sentido, no es una película estrictamente migrante, aunque parte de su narración tribute de dichas condiciones de posibilidad: contexto hostil, áspero y lapidario en sus efectos. Cuya precariedad no se define por la pobredumbre o la necesidad de supervivencia que representa, sino que alude a la imposibilidad de contar con garantías, soportes o certezas que permitan hacer estable un contexto impredecible. Baronesa tiene eso muy presente.

La narración sigue los pasos de Andreia, una mujer que vive en una favela pero que piensa vivir en otra, menos caótica: Baronesa, en Minas Gerais. Tiene una amiga, Leidiane, mujer y madre de una descendencia que debe criar, acompañar y proteger. Paralelamente, ellas comparten los planos -austeros, secos, cortados- con los otros residentes de la favela. Vemos ahí, en dichos vínculos, un lazo afectivo que da la impresión que los inmuniza ante cualquier carencia estructural: todos ellos son sujetos capaces de generar intercambios dialogantes, fraternos. Juliana Antunes, la realizadora de esta opera prima, se interesa por mostrar sus intercambios cotidianos, abundantes en ocio, rutina y distensión siempre colectiva. Pocas veces los personajes ocupan, solitarios, el plano.

El tema es que quizá ahí, no obstante, aparezca cierta dificultad en articular el punto de vista de la historia. Que muchas veces se juega entre el retrato costumbrista del colectivo y la representación política del sujeto de la marginalidad. En este sentido, se suceden uno tras otro ciertos retazos de cotidianidad, al tiempo que, en otros momentos, Antunes parece decidirse por incorporar una dimensión mayormente narrativa que vincula causalmente cada secuencia. La propuesta, en ese sentido, se observa rica en detalles, digamos, etnográficos: ilustrativos e idiosincráticos del grupo al cual representa, pero que por dicho énfasis tiende a resultar un filme que se desbalancea narrativamente cuando, posteriormente, ella decide echar a correr las vicisitudes que interpelan a sus personajes. Como si le resultara demasiado intrincado esclarecer si su interés es sociológico, dramático, o ambas cosas a la vez.

De todas maneras, Baronesa acierta en presentar un relato con una audaz propuesta narrativa respecto del contexto y la materialidad estructural que decide considerar, alejándose del maniqueísmo bienpensante que podría tener una propuesta más orientada a glorificar y, peor aun, ensalzar ingenuamente la fragilidad institucional de los sujetos marginalizados. Su tratamiento politizado de la femineidad es certero al constituirlas como personajes con agencia, festividad, autodeterminación y deseo, justamente dimensiones que otras ficciones preponderamente asociadas al relato sobre el crimen masculino –aquí, siempre fuera del campo– soslayan o relativizan. Al mismo tiempo, su sentido del encuadre angosto, que compartimentaliza la presencia física de las mujeres, adquiere sentido dentro de la propuesta de situar territorialmente a sus personajes dentro un enclave que las atosiga espacialmente.

Con todo, Baronesa es un filme narrativamente irregular pero que no olvida la dignidad de sus personajes. Y que nunca pasa por alto la necesidad imperativa de entregarles, a ellas, la posibilidad de transformar sus condiciones más inmediatas. Que se ocupa, con astucia, de denunciar, pero también de construir alternativas –contra-narrativas, insurgentes– que se proponen contrarrestar los apabullantes efectos de las condiciones a las cuales no deja de apuntar con el dedo.

Que no deberíamos dejar de apuntarlas con el dedo.

Baronesa (2017, 73 mins.) Juliana Antunes, Brasil.
Andreia Pereira de Souza, Leidiane Ferreira, Gabriela Souza, Felipe Rangel dos Santos.

ClaudioSH

Claudio es psicólogo. Reparte su tiempo entre hacer clases, ver cine y lograr terminar un Magister. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el poco tiempo que le queda disponible.