Reseña: Nuestra hermana menor – Quitada de bulla

Nuestra hermana menor se constituye como una bella crónica cotidiana de la asimilación de una adolescente a su nueva familia. Y de un trío fraterno, a su hermana menor: un fragmento de una familia que creían obsoleta.


En cierto sentido, la mayoría de las películas de Hirokazu Koreeda están, literalmente, atravesadas por una muerte. Más allá del evidente artefacto narrativo que esto podría suponer, el deceso de algún personaje, en su cine, es un acontecimiento que se aparta de toda estridencia o pantomima melodramática. Porque de cierta manera el director asume, con inusitada naturalidad, que la muerte de un personaje en sus historias se convierte una circunstancia más. Como el fluir acompasado de un río o aleteo itinerante de los pájaros en lontananza. Desde esa perspectiva, la muerte de un personaje afecta, claro, pero sobrevuela más que impacta y acompaña más que supervisa.

Dicha forma de comprender esta circunstancia es propia de su visión de mundo y tal vez de su manera de pensar los alcances que deben adquirir los derroteros de sus personajes, hombres y mujeres que tienen la obligación –que no se impone sino que más bien se asoma inevitable– de vivir con lo que sus propias biografías les disponen para considerar.

En Nuestra hermana menor (cuyo título original es Umimachi Diary y se basa en el manga de Akimi Yoshida), el deceso recae en el padre biológico del cuartero protagonista. Al inicio del metraje y a propósito de una remembranza casual al alero de la merienda diaria –otro asunto recurrente en sus histrias– la figura del padre se les aparece a las comensales en toda su aparente volatilidad. Porque las tres hermanas sentadas en la mesa no lo frecuentaron lo suficiente, y porque en cierto modo la adultez que todas disfrutan las hace soslayar ese rol inexistente en sus recorridos habituales. El padre muerto muerto en el presente las hace recuperar un pasado del que, de hecho, no tienen ni cargan con demasiadas referencias. Cuestión que difiere de la adolescente que titula el filme, Suzu (Suzu Hirose), una hermana  adolescente que, con la muerte del padre, descubren que tenían. En este sentido, ella que se les revela no sólo en su presencia cotidiana, sino que también cargando aquella circunstancia que las hace familia. Compartir parentesco en ese contexto se revela como una contingencia que, literalmente, las hermana. Al punto de que la primogénita, Yoshino (Masami Nagasawa) –en circunstancias de que el cuidado del padre moribundo se termina– la convoca a vivir con ellas. Mal que mal, somos hermanas y ya está.

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Articulado el engranaje central de la película –la naciente convivencia de tres hermanas con una desconocida recién llegada– Nuestra hermana menor se constituye como la crónica cotidiana de la asimilación de la Suzu a su nueva familia. Y del trío a su hermana menor: fragmento de una familia que creían obsoleta. En esa interacción, Koreeda se detiene con esmerada atención a las formas usuales de su convivencia, ese tejido de gestos y afectos que confecciona el quehacer diario tras el vivir día a día. Lo interesante es que, en esa aparente trivialidad, se esconde la sutileza de una historia que nunca se nos enuncia demasiado, sino que se filtra a propósito de los accidentes a los que la narración las somete: cuando se cuela un recuerdo misteriosamente compartido, o cuando una pregunta recupera la biografía que las otras no fueron capaz de atestiguar –ni compartir– por estar tan ocupadas resolviéndose la suya. Son todas personas ocupadas que dejaron en manos de otros un fragmento de su historia que tal vez les pesó lo suficiente como para dejarlo en manos de quienes justamente no tuvieron el privilegio de salirse de la vida de los otros.

Koreeda, desde esta perspectiva, activa una paleta libreada y muy leve de intercambios corrientes y minúsculos, todo ellos tributarios de un director que no se lleva bien con pulsar las teclas más agudas o más graves del supuesto dramatismo que sugieren las premisas de sus películas. Acá hay acontecer, pero no acontecimientos en el sentido rimbombante del término. Sólo pasan los días. Y con estos lo que les por el lado.

Por lo tanto, los personajes nunca son del todo conscientes de que poco a poco se les va revelando el material mismo de la vida cuando hablan y se hablan mientras comen. Porque se las pasan más bien ocupando las horas del día, más que aparecerse  expectantes a que sobrevenga el maremoto que los sacuda o los sepulte. Y por eso quizá el tono reposado de sus conflictos.

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Quizá Koreeda en Nuestra hermana menor no amplifica, sino que internaliza la catarsis, la coloca dentro de sujetos que la viven con estoicismo o con naturalidad. Pero que tampoco se revelan tan resueltos como para poder hacerlo sin contratiempos. Ya que a ratos, y a cuentagotas, indefectiblemente se nos revela la figura fantasmática. El peso de la noche. Ese caer en la cuenta de que la experiencia pasada estuvo –está– cargada de momentos que definieron lo que somos y como fuimos. Pero que, como todas las cosas que vemos fluir con el río, avanzan y se dejan arrastrar por acción de las corrientes.

Reseña de Nuestra hermana menor

Nuestra hermana menor (Umimachi Story) (2015, 128 mins.) Hirokazu Koreeda, Japón
Haruka Ayase, Masami Nagasawa, Suzu Hirose, Ryo Kase

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ClaudioSH

Claudio es psicólogo. Reparte su tiempo entre hacer clases, ver cine y lograr terminar un Magister. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el poco tiempo que le queda disponible.