Spiderman: Across the Spider-Verse – Ultra solo

Al mismo tiempo, y de la mano de una reflexividad a ratos divertida, los personajes suenan genuinos cuando se desvían del atolladero en donde los colocan, o, en otras palabras, cuando se acercan a ese prototipo del hombre araña sutil y campechano que hemos visto otras veces y que tal vez no nos importe ni nos moleste tanto seguir viendo.

Hay que partir con reconocer una paradoja a estas alturas inevitable: ¿Cuál es el límite del multiverso?¿Hasta cuándo dura? Entre circunstancias que colocan, hoy en día, a las franquicias de súper héroes sacándose del sombrero múltiples universos plásticos e inconmensurables, aquello que más a menudo uno se pregunta cuando termina de ver cada película tiene que ver con los confines de esos mundos de trazados imposibles. Y en todo caso, huelga decir, la duda no pasa por las fronteras de esos mundos que la pantalla nos propone, sino que, más bien, se cuestiona hasta dónde alcanzará a estirarse ese chicle para seguir manteniendo efectiva/convincente/comercializable a esa idea que, en definitiva, termina siendo tan central en el universo heroico actual.  

Al respecto, un contrapunto necesario: mientras en la mitología nórdica los Reinos atados al Árbol de la Vida eran nueve, en ese manga icónico del siglo XX (con Gokú y su clan de protagonistas), la pretensión voraz por extender el mundo que dichos personajes habitaban los terminó mandando a otro mundo que –temporadas más temporadas menos– también se les volvió estrecho. En el fondo, con algunos tipos de héroes, el tema del poder exponencial que van adquiriendo, aventura tras aventura, se vuelve un asunto de escala. Vale decir, el mundo no les basta porque, entre otras cosas, nunca estará hecho a la medida de lo que sus personajes necesitan para lidiar y eventualmente administrar sus conflictos y vicisitudes.

En el caso de la segunda parte de este Spiderman auspiciado por Sony, la película termina siendo razonablemente sagaz para advertir la relevancia de este peligro narrativo, al punto que se despliega, astutamente, en dos planos narrativos interdependientes: el primero, claramente, anclado a lo que se cuenta, y el segundo, faltaba más, en el modo en que se lo consigue. Con un trío de directores (Joaquim Dos Santos, Kemp Powers y Justin K. Thompson) aparentemente envalentonados por tomadores de decisiones que dieron el visto bueno a buena parte de lo que se atrevieron a solicitarles, Spiderman: Across the Spider-Verse innova en aquello que muchas películas semejantes de hecho también consiguen: en este caso, la forma de la historia. Asunto que no es irrelevante en las circunstancias que la primera parte le dejó como herencia, a saber, abrir la puerta a una saga animada de comienzo fresco y factura pulcra, que renueva dignamente los ribetes trágicos del súper héroe de siempre. Por lo tanto, a esta segunda parte no la salva de la irrelevancia o el anecdotario la redundancia de una espectacularidad repetitiva, sino que la manera en que decide ilustrar lo que nos cuenta. 

En primer lugar, y caídos en la cuenta de los acontecimientos multiversales a los que asistimos en el antecedente directo y protagonizado por Miles Morales (Spiderman: Into de Spider-Verse), esta vez la historia comienza con el foco en otra parte: sorpresa para el espectador acostumbrado a tomar las historias donde nos las dejan sus predecesoras. En sus distintas Spider-versiones –semejantes y diferentes pero a la larga equivalentes– la historia se retoma en la subtrama de Spider-Woman, adolescente protagónica que, insatisfecha con el devenir de su banda musical y profundamente hastiada del papel salvador que le toca encabezar, vive a maltraer con un destino heroico y familiar que carga a tientas y padece a cuestas. Ensimismada con la vida, pero también con el recordatorio nostálgico de su derrotero de peripecias junto al Miles Morales de la primera entrega, sus destinos se cruzan porque la película también aprende la lección o recoge su propio leitmotiv narrativo de ser generosa en protagonismos. Al fin y al cabo, la historia comienza por cualquier parte porque siempre nos lleva al mismo lugar: el comienzo de una historieta con el personaje en su portada.  

Esta peculiaridad narrativa, que en la primera película es un descubrimiento sustentado en una idea genial más que nada por su simpleza –cualquiera puede ser un súper héroe– en esta ocasión se encuentra puesta al servicio de una épica que juega en muchos frentes y que, claramente, no puede evitar, por desgracia, tocar la tecla que Marvel a ratos parece haber desgastado: la tentación por hacer de un equipo otra franquicia posible, en otro mundo también posible en donde pasan cosas diferentes, pero que a la larga se nos vuelven parecidas. Solo que aquí, por fortuna, el afán metarreflexivo –por decirlo de alguna manera– vuelve a mostrarnos que siempre hay renovación cuando se mira a los clásicos. No es casual que, cual gesta homérica o cual profecía fatídica de la saga Dune, los personajes se peleen con un Destino que los confina a la desaparición. Al mismo tiempo, y de la mano de una reflexividad a ratos divertida (el recordatorio de no olvidarse que esto es una película basada en historietas, y que hacernos reír es una fórmula que es parte del chiste tener en cuenta) los personajes suenan genuinos cuando se desvían del atolladero en donde los colocan, o, en otras palabras, cuando se acercan a ese prototipo del hombre araña sutil y campechano que hemos visto otras veces y que tal vez no nos importe ni nos moleste tanto seguir viendo en sus distintas metamorfosis. Así y todo, la narrativa de la película, siempre grandilocuente, pierde la frescura de la primera entrega porque se olvida de que la acción también puede tener otros modos de relatarse, y porque se entrega a los brazos del “deber ser” de seguir contando una saga que permita, ante todo, alargarse por dos entregas más. Y bueno, ahí, por supuesto, no hay pecado posible, sino que solo la rendición a una idea que al repetirse se deslava. 

Y sin embargo, para Spiderman: Across the Spider-Verse la vida está en otra parte: no en lo que sus personajes nos cuentan –una historia que los traiciona al condenarlos a vivir en la repetición que les dijeron que no se podían quitar–, sino en el sorpresivo salto cualitativo que supone la incorporación de cierto punto de vista en el tratamiento de las imágenes. Siendo la animación un modo deliberado de construir una visión de mundo, además de una narrativa por derecho propio, lo distinto o meritorio que nos exhibe esta versión de Spiderman se encuentra, paradójicamente, frente a nuestras propias narices: al detenerse en una panorámica que emula el abismo insondable y a veces monocromático de ser adolescente, o cuando los personajes son exhibidos por un plano que los sitúa en falta de una compañía que saben ubicable pero que sienten inalcanzable, la vivencia de ellos se refleja en el vacío que tienen esos parajes de ciudades colapsadas, puentes colgantes o piezas unipersonales en donde la inmensidad lóbrega de sus proporciones no solo nos quita el aliento, sino que también nos comunica un estado interno que el cómic, de hecho, sabe interpretar mejor que nadie. Ante la pirotecnia atiborrante de peripecias que una película de acción como esta debe contarnos, uno puede, afortunadamente, tomar palco y contentarse con que la profundidad del destino trágico de sus personajes no está –como majaderamente quisieran demostrarnos todo el rato– en las vueltas de carnero de personajes peleados con aquellos designios con los cuales se enemistan, sino que en esos ambientes que el poder arácnido les provee a sus protagonistas, por ejemplo, cuando los pone a conversar del revés, acomodados en el punto ciego de una ciudad que no los ve y que ellos ni entienden, pero que tienen el poder de salvar y contemplar en su inmensidad invertida. Porque a veces está todos patas arriba, y sobre todo siendo adolescente. 

Y en el fondo, toda película de super-héroes es un gran tratado sobre personajes apaleados, inventados por sujetos creativos también apaleados, pero contratados por industrias culturales que valoran la genialidad puesta al servicio de la innovación, y quienes deben, bajo el yugo de poder decir algo distinto en un mar de repetición, intentar hacer de tripas corazón y homenajear –cuando los dejan o cuando se les ocurre– a sus fuentes originales escondiéndolas astutamente adentro del cine que hacen. A veces eso no resulta, y el esfuerzo se añade a la tracalada de películas multimillonarias que solo se justifican en la necesidad de decir algo, cualquier cosa, pero otras veces, afortunadamente, sus creadores se sacuden de todo eso, e intentan probar derroteros nuevos o posibles. Spiderman: Across the Spider-Verse falla en eso que fallan todas las películas que vienen de un fervor inesperado (la primera parte ganó un Oscar en 2019), o que dan con algo fresco en un momento mágico y lamentablemente irrepetible, pero que nos ofrece un deleite formal inusual aunque conectado, es cierto, con el aura Rick and Morty/Everything Everywhere all at Once de los tiempos venideros o presentes (y de las quizá cuántas películas más que digan lo mismo o que hagan algo parecido). Pero que afortunadamente se preocupa bastantes veces de entender de que la forma es siempre, pero siempre, una narradora eficaz.


*Reseña de Spiderman: Into de The Spider-Verse (2019) 

Spiderman: Across the Spider-Verse.

Director: Joaquim Dos Santos, Kemp Powers, Justin K. Thompson

Guion: Phil Lord, Christopher Miller, Dave Callahan

Fotografía: –

Elenco: Hailee Steinfeld, Shamheik Moore, Oscar Isaac, Karan Soni, Mahershala Ali

ClaudioSH

Claudio es psicólogo. No se encuentra mucho en eso de ser cinéfilo. Ni menos, amante del cine: ve películas porque está acostumbrado, porque no es demasiado caro y porque, tal vez, fue lo único que se le ocurrió hacer con el tiempo que le queda disponible.